Meditación silenciosa
La meditación no es una actividad mental semejante a la reflexión sobre Dios o sobre Jesús. La meditación, al menos tal como esta palabra suele entenderse hoy, es un ejercicio para calmar la mente y el corazón… y el cuerpo. Es una manera de llegar al silencio interior.
Nuestras mentes y nuestros cuerpos están inquietos. Nuestras cabezas están abarrotadas de sentimientos: recuerdos, planes, miedos, preocupaciones, deseos, ira, frustración. Repetimos en nuestra cabeza lo que ha sucedido recientemente: lo que hemos dicho, lo que nos han dicho, lo que deberíamos haber dicho y lo que diremos la próxima vez. Nuestra mente y nuestro corazón están siempre muy ocupados. De hecho, incluso cuando conseguimos tener un rato de tranquilidad, el ruido y la actividad frenética de nuestra vida entran apresuradamente en nuestra mente y en nuestro corazón. Hay silencio exterior, pero no silencio interior.
Lo peor es que no parece que tengamos control sobre este caos de pensamientos y sentimientos. De hecho, nuestros pensamientos nos controlan y dirigen. Somos como un corcho que aparece y desaparece sacudido por un mar tempestuoso. Cuanto más tratamos de permanecer tranquilos o de quitarnos algo de la cabeza, tanto más se presenta de nuevo y ocupa nuestra atención. Nuestros pensamientos y sentimientos caóticos nos impulsan a hacer cosas que realmente no queremos hacer y a decir cosas que sabemos perfectamente que no deberíamos decir.
La meditación es una manera de poner cierto orden y paz en este caos vaciando nuestra mente de todos los pensamientos y sentimientos. Esto no es tan imposible como podría parecer. Hay una manera de hacerlo que se ha usado con mucho éxito a lo largo de los siglos en el cristianismo y en las religiones orientales.
Los primeros eremitas cristianos en Egipto y en Siria se retiraban al desierto, como había hecho Jesús, en busca de Dios. Para ellos el primer paso era la hesychia, o silencio del corazón. Lo hacían sobre todo por medio de la repetición de lo que se llamaba la “Oración de Jesús”: ¡Señor Jesús, ten misericordia de mí!. Asociada a veces al ritmo de la respiración, la finalidad de esta práctica era calmar el corazón y la mente. Como ejercicio espiritual, la hesychia se ha practicado en el cristianismo ortodoxo hasta nuestros días. Algunos místicos occidentales la adoptaron y la adaptaron, especialmente Juan Casiano, escritor del siglo IV que ejerció una gran influencia en la espiritualidad occidental.
El monje benedictino John Main, que murió en 1984, popularizó una forma similar de meditación usando una o dos palabras repetidas que él llamaba mantra (una palabra sánscrita usada en las religiones orientales). A muchos de nosotros esto nos ha resultado muy eficaz para acallar la mente y apaciguar el corazón.
Otros muchos cristianos han encontrado la paz de la mente siguiendo la práctica conocida como “oración centrante”. En este caso la expresión repetida es llamada palabra sagrada personal, pero la práctica es en gran medida idéntica.
[...]“En la meditación de las grandes religiones”, escribe Willian Johnston, “la persona progresa cuando va más allá del pensamiento, de los conceptos, de las imágenes, del razonamiento, y entra así en un estado de conciencia más profundo o en un modo de percepción más intenso, caracterizado por un profundo silencio” (*) .
Thomas Merton escribió: “La contemplación es esencialmente escuchar en el silencio” (*). Ya el profeta Elías descubrió en la cueva de la montaña que Dios no estaba en el viento ni en el terremoto ni en el fuego, sino en el silencio de una suave brisa (I R 19, 11-13). Y, en palabras de Meister Eckhart, “nada se parece más a Dios que el silencio” (*).
(*) Notas y fuente del texto en: Albert Nolan. Jesús, hoy. Una espiritualidad de libertad radical. Presencia Teológica, 157. Ed. Sal Terrae. Santander, 2011 -6ª edición- pp. 132-134
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