TEOLOGÍA MONÁSTICA
JEAN LECLERCQ Y LAS LETRAS MONÁSTICAS
Pocas veces en el decurso de la historia se habrá hablado y escrito tanto sobre la cultura en los monasterios medievales de tradición benedictina como en la segunda mitad del siglo XX. Dom Jean Leclercq y compañía proclamaban a tiempo a destiempo que existió no sólo una teología monástica, diferente de la patrística anterior y de la escolástica posterior. Hasta entonces no se había hablado de la arquitectura monástica, arte monástico, música monástica, espiritualidad monástica. Los monjes y sus amigos querían dejar bien sentada la importancia que tuvieron sus antepasados en la elaboración y difusión de la “cultura cristiana en Occidente”.
En los años 20 del siglo XX, en el Colegio Internacional Benedictino de San Anselmo, bajo el rectorado de don Athanasius Staub, de Einsiedeln, se estudiaba en el cursus maior de teología, junto a la Teología Fundamental , la especial Dogmática según laSumma de Santo Tomás[1]. Ésta, era enseñada por dos monjes benedictinos: Dom Burkhard Neunheuser, de María Laach, y Dom Anselmo Stolz, de Gerleve. Ambos insistían en la necesidad de hacerlo, tanto valiéndose de la especulación escolástica como de la historia de los dogmas, compaginando, la teología positiva y la escolástica. La titularidad anselmiana del centro, no dejaba de tener una cierta significación, y los alumnos tenían muy presente el anhelo expresado en su Monologion por “el Doctor Benedicitino”[2]. Un anhelo de cierto contenido también dentro de la propia actitud estudiosa de la ciencia divina.
Dom Anselmo Stolz (1900-42), era un profeso del monasterio de Gerleve, que había estudiado en San Anselmo, la Gregoriana y el Angélico. Se convirtió en profesor en San Anselmo y en 1933 fundó y comenzó a dirigir la revista “Studia Anselmiana”, donde él mismo publicó su tesis doctoral. Era una tesis inclinada al texto tomista en sí, cuando al principio se le había propuesto un comentario a la Summa , pero inmediatamente derivada hacia la literatura pre-escolástica, si bien, guiado por el mismo pensamiento de Santo Tomás, tras de sus huellas anticipatorias, en aquellos otros autores espirituales, o sea ya plenamente en los grandes siglos benedictinos, en el ámbito monástico. Y ese punto de vista era el que habría de traer consigo el nacimiento, que había de tomar ya su carta de mayoría de edad en los días y al impulso de Dom Leclercq, de la “teología monástica”, una noción nueva, tanto que llegó a discutirse su enjundia teológica del monacato, una distinta materia entonces en curso y bajo la tal denominación. La Introductio in sacram theologiam de dom Stolz se publicó en Friburgo el 1941, pero a la teología monástica en su plenitud no pudo llegar por su prematura muerte, que no le dejó conocer la mina de textos que por su discípulo dom Jean Leclercq sería exhumada.
Leclercq ha buceado en los escritores espirituales de los grandes siglos benedictinos, en el monacato y del monacato, definido por la sintonía entre las vidas literaria y monástica, no en el sentido de cualquier inmersión de aquélla en ésta, sino en el de la propia identidad entre ambas, y ello, gracias no sólo al argumento de la contemplación en sus escritos sino a la manera contemplativa también de darlos vida, siguiendo las huellas de la Escritura y de los Padres. La aportación de Leclercq a este ámbito ha sido decisiva, no sólo cuantitativa sino cualitativamente.
2. “Una teología nacida de la vida monástica: la gran aportación de Leclercq”
En los años anteriores a la primera guerra mundial se comenzó a destacar la trascendencia doctrinal de los autores del siglo XII, el anterior al auge de la escolástica en el Doscientos; y fijos los ojos en ésta, se tuvo a los otros por precursores. Había, por consiguiente, que dar un paso más, valorar a los tales en sí mismos, como ajenos a quienes los siguieron[3], fuera de la escolástica y no pre-escolásticos[4]. Postura que culminó en un hermoso libro, “L’amour des lettres et le désir de Dieu”, por dom Jean Leclercq en París el 1957, traducido al español con el título de “Cultura y vida cristiana”, donde muestra la aportación de la cultura monástica medieval en el patrimonio teológico de toda la Iglesia.
Jean Leclercq, en la introducción del citado libro “cultura y vida cristiana”, presenta la cuestión de la expresión “teología monástica”, refiriéndose a su momento de mayor apogeo, esto es, al siglo XII[5].
Esta teología se distingue de la escolástica porque en ésta se aplica la quaestio a la sacra pagina[6]. Recibió este nombre por enseñarse en las escuelas urbanas de los clérigos ubicadas junto a las catedrales[7]. La escolástica tenía una finalidad científica, es decir, al texto de la Escritura se le debían hacer preguntas. De la Lectio pasamos a la Quaestio que servía para aprender racionalmente los Misterios de la Fe ; de la Quaestio llega la Disputatio (Discusión), donde se valora, se evalúa que argumentos pesan más para llega a una Sentencia (Conclusión), y así, en la Conclusión se decía: “la verdad de la fe es….”
En el ámbito monástico, el monje pasa de la Lectio a laMeditatio y de aquí a la Oratio para llegar a la Contemplatio. Para el monje, la Sagrada Escritura debe llevar a una comprensión de Dios, a una experiencia de Dios.
La teología para el monje es contemplar a Dios, tener experiencia de Dios. La teología en la escuela es una inteligibilidad de la fe, una comprensión racional de la Fe. El monje no puede conocer a Dios sin oración, sin experiencia de Él, y esto es igual en los Padres. Sin embargo, en el siglo XII, la Universidad católica elimina este aspecto de la experiencia, lo que interesa es lainteligencia. La escolástica utiliza una técnica para el conocimiento de Dios, y el instrumento es la Razón ; en el monasterio lo esencial es el Amor, más que la razón aunque ésta también sea importante.
Por eso Leclercq sostiene que entre los siglos VIII-XII se pueden distinguir dos Edades Medias en la Europa católica, la escolástica y la monástica, esta última mucho más cerca de Oriente[8], pese a su índole occidental y latina, y representando una prolongación de la cultura patrística en otra época ya, recogiendo la herencia de los Padres “experimentalmente transmitida”, hasta la lengua, en su latín poético y bíblico, tan alejado del neoclásico de los humanistas.
El procedimiento literario que utilizaban los monjes, al igual que los Padres, era una consecuencia de la meditación e interpretación de la Biblia mediante la reminiscencia, es decir, mediante el recuerdo de memoria de sus textos sin necesidad de comprobación literal. La “teología monástica” estaba integrada en la vida de oración y los principales argumentos utilizados por los benedictinos se referían a la historia de la salvación, y los utilizados por los cistercienses se referían más bien a la presencia de Dios en el hombre y del hombre en Dios, preferencia de estos últimos explicable por su posteridad cronológica, cual sucesora lógicamente de la otra[9].
De la Escritura y los Padres brota la literatura que ensanchó la edad patrística hasta el Medievo, y que Gilson definió como “la patrística del siglo XII”. Este carácter desinteresado y contemplativo de la cultura, le permite (al monje) y debe seguir permitiéndole la asimilación intacta de la cultura religiosa de todos los tiempos, ya sea de la Edad Media , ya sea de la Escolástica o la actual.
Y en la liturgia, que era una de las fuentes de toda esa cultura[10] -sin perder de vista que ella misma estaba amasada conla Biblia y los Padres- monástica tenía a la vez el campo de su más óptima expansión, alcanzando aquella literatura su clímax cuando los textos litúrgicos escribía[11].
3. Dom Jean Leclercq
Las dos fuentes principales que nos proporcionan material biográfico sobre Jean Leclercq, son las memorias y las cartas. Las primeras fueron publicadas poco antes de su muerte en 1993 y narran los sucesos más significativos de su vida[12]. Las numerosas cartas seleccionadas[13], nos revelan una personalidad culta y vivaz, sensible y sociable, comprometida y amante de la tradición monástica y eclesial, con una alta capacidad de intuición, admiración y entusiasmo[14]. Una lectura atenta de sus obras permite comprobar cómo ha proyectado inevitablemente muchos rasgos de su humanidad en sus estudios de la tradición medieval[15]. R. Grégoire, que convivió con él durante varios períodos en Roma, afirma que su personalidad era bastante “contradictoria”, con “prolongados momentos depresivos”, donde se combinaba el erudito y el “espiritual que obtuvo dones místicos”[16].
Otras fuentes, están constituidas por estudios sobre Leclercq que proporcionan datos o comentarios sobre su vida o sobre su actividad intelectual.
Jean Leclercq nació en 1911 de un matrimonio de clase media en la ciudad de Avesnes-sur-Helpe, una pequeña ciudad medieval de Hainaut, de esas tierras que en el pasado estaban bajo dominación española, y así, se manifiesta en él una cierta “hispanofilia” a la hora del desastre del noventa y ocho.
Estudió en el colegio de Saint Pierre de Fourmies y cuenta que una de sus aficiones era coleccionar libros.
En 1928 ingresa en la abadía de Clervaux[17], en el Gran Ducado de Luxemburgo. Hizo su primera Profesión en 1930. Estudió Filosofía en el mismo monasterio, y Teología e Historia en San Anselmo de Roma. Se formó después en París y en sus centros más prestigiosos.
Durante la Segunda Guerra Mundial, en 1939-1940, prestó servicio en artillería. Su apertura a todo lo humano le haría recordar con agrado las convivencias llevadas consigo por esa etapa de su vida, aun dado lo trágico de la circunstancia. En 1941, su comunidad fue expulsada por los ocupantes nazis del monasterio, convertida por ellos en una escuela de mandos del partido. De 1940 a 1945 trabajó en la catalogación de los manuscritos latinos teológicos de la Biblioteca Nacional de París. Pertenece a la Escuela Francesa de Roma. Fue invitado por primera vez en 1950 a enseñar en los Estados Unidos, a donde regresó en numerosas ocasiones.
En 1959 fue invitado por primera vez a enseñar en los Estados Unidos. Además de algunos cursos especiales en San Anselmo, ha sido profesor, de 1970 a 1985, durante el invierno, de Historia de la Espiritualidad Medieval en la Gregoriana de Roma (Instituto de Historia de la Espiritualidad , Instituto de Psicología Religiosa), y durante el verano de Teología Monástica en la Fordham University. Es Doctor Honoris Causa por la universidad católica del Sacro Cuore de Milán, la universidad católica de Lovaina, la Western Michigan University, y el Pontificio Instituto de Estudios Medievales de Toronto.
Recibió la medalla del centenario del Colegio de San Anselmo de Manchester en 1989. Es “corresponding Bellow” de la British Academy , La Royal Historical Society y la Medieval Academy of America. En 1991, aparece como uno de los fundadores del Ecumenical Institute of Spirituality. Finalmente se le pidió reunir unos estudios sobre la figura de Cristo tal como era visto por los autores monásticos medievales. Como en la historia de la espiritualidad se presentaba el siglo de San Francisco de Asís como el del descubrimiento de la humanidad del Hombre-Dios. Para llenar este hueco él preparó lo que consideró su testamento espiritual: el volumen Regards monastiques sur le Christ au Moyen Age, que trata sobre lo que la tradición monástica escribió acerca de Jesús. Jean Leclercq murió en Clervaux el 27 de octubre del año 1993, después de una vida larga, plena e intensa. Una vida rica en encuentros espirituales y culturales, en viajes fructíferos y en hallazgos en las bibliotecas.
4. Leclercq y sus obras
La producción literaria de nuestro autor, abarca más de mil títulos y se refiere principalmente a los ámbitos de la historia, la teología, la espiritualidad y la filología.
En 1948, publica su libro, La vie parfaite, y la subtitula:Points de vue sur l’état religieux[18]; y en 1986 escribía: Nouvelle page d’histire monastique. Histoire de l’A.I.M[19]. La primera de estas obras, enriquecida ya por bastante experiencia en la literatura medieval de los claustros, sentaba unos principios de extraordinaria nitidez. En la segunda nos daba una crónica de una experiencia viviente, de la manera como los hombres de nuestro tiempo más alejados del espacio y de las mentalidades, estaban tratando de hacer suyos los principios en cuestión.
En torna a la vida perfecta, partía de la afirmación de Dom Stolz de tender a la perfección en todos los estados de la vida, concretamente siguiendo a Cristo. Leclercq consideraba a la vida monástica como angelical, profética, apostólica -ya que tendía a la perfección de la caridad- , evangélica según la Regla , y tan plenamente comprometida que debía equivaler -en cierto sentido, y esto estaba muy dentro de la tradición- al martirio.
Para conocer y comprender las manifestaciones actuales del monacato, Leclercq ha viajado continuamente por todo el mundo. Ha viajado por Australia, India, América del Sur[20]. Para nuestro monje, el “cristianismo ha de hacerse indígena”[21], cual respuesta cmún, no sólo adaptando las formas autóctonas de arquitectura, escultura, pintura y música, sino descubriendo formas de pensamiento a partir de la herencia propia e invistiéndola de una significación y de una nueva profundidad a la luz del Evangelio.
El 30 de enero de 1968, Thomas Merton, escribía a Leclercq sobre el próximo Congreso monástico de Bangkok, y en torno a viajar juntos a Japón (Leclercq y Merton llevaban ya varios años escribiéndose). Pero Merton murió en Bangkok electrocutado con el aparato de aire.
En 1946, dom Leclercq dedicó sendos libros a dos autores espirituales monásticos, haciendo seguir la semblanza de los mismos en que podemos decir consistían, de una antología de sus textos en el latín original: a un amigo de San Bernardo, y de los que hicieron inmediatamente su obra posible: Pierre de Celle[22] y Juan de Fécamp[23].
Pierre de Celle (+ 1183): se nos presenta con una noción muy pura de la vida monástica, la cual ilustra con exuberantes imágenes bíblicas. El monasterio es una pregustación o preliberación del cielo, y la vida en él, un anticipo escatológico, angélica por lo tanto.
Y Pierre, en su experiencia literaria estaba lo que a Leclercq interesó del personaje[24]. No se trataba de un meteoro tan resplandeciente como solitario, como sería el caso de San Bernardo, sino de un testigo de su medio, representante de millares de monjes que no dejaron su paso por la tierra ni escribieron nada, y Leclercq se preguntaba cuales serían los pensamientos de estos monjes, sus preocupaciones, por donde transcurriría su vida interior. Además, no olvidaba que Pierre era benedictino y prolongación del linaje oriental de los Padres del Desierto que era ya esta tradición occidental, mediante la experiencia vivida antes que por la aprehensión intelectual.
Juan de Fécamp (alrededor del 990-1078), fue abad del monasterio que le da nombre y del de San Benigno de Dijon, aunque él amaba la soledad. Escribió una Confessio fidei[25], donde imita a San Agustín, pero es menos intelectual, no usa su retórica ni la declamación del santo de Hipona, no trata de demostrar nada ni emplea ningún lenguaje filosófico. Y por eso es el prototipo del monje medieval escultor de esta poética teología monástica. Manifiesta su fe fuera de cualquier dialéctica teológica, en una larga carta de amor, prueba de su conocimiento de Dios al que llega a través de la oración, aunque es menos apasionado que San Bernardo. Encarna el reposo, la paz benedictina, una seguridad que es la fuente de su felicidad, anticipadora de la vida eterna, mas al precio de la renuncia total y continua. Juan de Fécamp será siempre el autor preferido por Leclercq.
En 1946 aparece el tercer libro de Leclercq del que ya he hablado anteriormente: Pierre le Vénérable. El abad de Cluny cuya vida se conocía por las mismas fuentes medievales, editadas a partir del siglo XVII, pero del que faltaba el retrato, y hasta la consideración de su teología y de la doctrina monástica implicada en su propia vida[26], y escritos. Este abad era considerado por Leclercq, como un fruto de Cluny, y también símbolo de la santidad monástica alimentada en las fuentes benedictinas, por la condescendencia, el pudor, el culto de la paz, todo eso de lo que San Benito hizo el ideal del monje y del abad y que determinó para Pedro el Venerable, su propia forma de ser santo.
Pasados catorce años, se enfrentó con otro personaje decisivo en la evolución del ideal monástico y en la historia de la Iglesia , éste era San Pedro Damiano. Leclercq sostenía ya sin timideces que “el gran interés de la historia está en el encuentro con las almas, en hacerlas revivir para nosotros, a fin de hacernos posible un contacto con ellas mismas”. Trata de discernir la llama interior de este santo de donde brota toda su actividad literaria.
De la década de los cuarenta, data también su primer libro sobre San Bernardo. y en la de los cincuenta se había ocupado de un hombre del Renacimiento, el beato Paolo Giustiniani (+ 1528). Leclercq ve a este ermitaño dividido entre dos tendencias paralelas: el deseo de la soledad y el deseo de no estar solo.
5. San Bernardo en Leclercq
San Bernardo es uno de los monjes que con más generosidad y pasión nos han hecho partícipes, en una literatura bellísima, de su experiencia espiritual. Pero además, fue uno de los hombres de Iglesia, que en su tiempo, llevaron una vida más activa, protagonista agitado de las turbulencias a su hora vividas por la cristiandad.
De San Bernardo se ha escrito mucho, existiendo ya una biografía de su amigo Guillermo de Saint-Thierry. J. Leclercq escribió en 1948 Saint Bernard mystique[27]. En 1966 redactóSaint Bernard et l’espirit cistercien[28], como la anterior es un resumen expositivo seguido de una antología de textos. En 1976, intenta resumir en una nueva obra, toda la experiencia acumulada aplicando métodos nuevos: Nouveau visage de bernard de Clairvaux. Approches psycho-historiques. A los seis años desarrolló uno de sus capítulos: La femme et les femmes Dans l’oeuvre de saint Bernard. Y entre estos años, se publicaron un gran número de artículos suyos, cuya recopilación acogió dom Giuseppe de Luca[29] en sus ediciones de “Storia e Litteratura”. Y sin olvidar los ocho volúmenes de su edición crítica, todavía por la espaciosidad del texto a única columna y su doble aparato, crítico y de fuentes, recordando la nobleza de la tipografía antigua[30].
Su primer libro fue una aproximación a la vida interior del santo, inducida en sus escritos. Una búsqueda de sus modalidades de la experiencia de lo divino, de la presencia en él de Dios[31]. También se sirvió de la ayuda de psicoanalistas y psicólogos para la reconstrucción del hombre (Bernardo) a través del santo.
Dom Leclercq nos muestra como a través de la inmersión en el mundo monástico da lugar a llegar a las profundidades psíquicas, al conocimiento del mundo más hondo por precisamente haberse apartado un tanto de él.
San Bernardo, a diferencia de San Agustín o San Isidoro de Sevilla por ejemplo, no manifiesta nuca la relación entre la verdad y la belleza, acaso por tener bastante con la praxis del tema que es toda su obra, por otra parte dando prueba una vez más, al comportarse así, de ser siempre un monje y no un Scholasticus o maestro de escuela.
También nos muestra la por él llamada “teología de la totalidad” de San Bernardo, donde para ello es necesario renunciar al”yo”, es decir, se trata de un camino que va desde la nada a la totalidad.
6. El amor de las letras y el deseo de Dios “In himnis et canticis”
Los monjes de la Edad Media no se plantearon la cultura como un problema abstracto. Y al alejarse en el tiempo, nosotros podemos preguntarnos si la solución que de hecho le aportaron era la más perfecta. ¿O no habría sido el ideal, conciliar a la vez la vida contemplativa y el humanismo literario por una parte, y por otra esa reflexión teológica, esa búsqueda intelectual de la verdad que se estaba ya forjando una vía paralela a la suya y debía desembocar en el movimiento del pensamiento filosófico y religioso que alcanzó su apogeo entre Santo Tomás y Duns Scoto?
Y Leclercq concluye comentándonos que, por “lo menos, las generaciones de monjes que recibieron la herencia de la cultura antigua y la transmitieron a los renacimientos sucesivos que habría de conocer, jugaron en el progreso de la civilización un papel quela Providencia sólo a ellos les había reservado”[32].
Nuestro monje realiza una búsqueda continua en el ideal monástico y la manera de vivirlo, mediante los textos legados por quienes así lo hicieron, los cuales unas veces tienen por argumento la propia experiencia, y otras, el contenido positivo de la contemplación, ya que en definitiva, en aquella consistía la teología si queremos[33], con la apoyatura y la poetización incluso en los Padres y en la Biblia. Un tanto el ejercicio de la curiositas cuando va por el camino recto de la marcha hacia Dios. Su conciencia eclesial le ha llevado al cultivo de la eclesiología, como a la atención constante a esa dimensión en los monjes de su estudio.
Leclercq también aborda las devociones al Corazón de Jesús y a la Virgen María y aporta a las mismas todo su conocimiento de la tradición medieval, demostrando que esta primera devoción es ya anterior a la originada en el convento de Paray-le-Monial y Valladolid, al menos en su desarrollo hasta la encíclica de Pío XII, Haurietis aquas[34].
La gran cultura de Leclercq, le ha permitido escribir una exposición completa de la historia de la espiritualidad medieval desde San Gregorio a San Bernardo, es decir, entre los siglos VI y XII[35]. Y darnos también una visión, ya plenamente inductiva, de la misma desde el punto de vista claustral, en L’amour des lettres et le désir de Dieu, libro que apareció en 1957[36], a la vez que el del dominico Chenu, La théologie au XIIe siècle,[37] dando ello lugar a una correspondencia concorde entre ambos, que se ha seguido manifestando al aparecer la tercera edición del primero de ambos libros, en 1990[38].
El título de esta última obra, desde luego una consumación magistral ya, es significativo, en cuanto revela la autonomía de la literatura, la trascendencia de la expresión para las vivencias mismas por ella expresadas, del significante respecto del significado. Leclercq afirma a su vez, que no hay literatura espiritual sin experiencia espiritual. Pero también que en la expresión confluye en la literatura, de manera que los escritores espirituales de ésta han poseído un carisma de estilo, ese don de escribir que hizo clásicos del tiempo y el país, y los ejemplos son suyos: a Ruysbroeck, San Juan de la Cruz , Santa Teresa de Jesús, San Francisco de Sales y san Bernardo por supuesto. Y nos habla hasta de un “estilo monástico” que habría de tener que ver con la conservación de la sancta simplicitas. Desembocando toda esta floración de las letras en el poema de la sagrada liturgia, in hymnis et canticis, por ser en su seno donde a la vez tiene lugar la manifestación idiomática más enjundiosa de la doctrina, y a la vez, su coronación poética en la cima más elevada.
Otra nota muy tipificadota de Leclercq, es la trascendencia de su visión profunda de los siglos monásticos y del ideal monástico, que no le ha impedido hacer gala de un humorismo igualmente hondo, el cual, también lo ha encontrado en otros autores investigados por él mismo[39] ya que es no de los autores que más reivindican y defienden la alegría en el catolicismo[40].
Su vida misma, influyó en la evolución que se observa en su obra y su pensamiento, sobre todo en la aproximación psicológica y sociológica a los textos medievales. No cultivó una teología propiamente dicha, mas tenemos dos estudios de teología histórica que abren y cierran su inmensa producción literaria: “La eclesiología de Juan de Paría” (1942); y la “Cristología medieval”.
7. Conclusión
Dom Jean Leclercq, como ha dicho Gregorio Penco[41], ha llevado a cabo una síntesis, o mejor, una aportación extremadamente valiosa a la síntesis: “que es la vida monástica”. Con un profundo sentido de la tradición y un conocimiento extenso de las fuentes medievales -autores y textos-, ha superado la concepción puramente jurídica y los límites puramente externos del monacato. De la tradición monástica se conocía muy poco, incluso en los ambientes más interesados, hasta la mitad del siglo XX. Leclercq emprendió la gran exploración que se hacía imprescindible, y con un sentido agudo y equilibrado de la crisis, los renacimientos, las reformas, las restauraciones que se sucedieron a lo largo de los siglos, ha sabido encontrar el nexo de continuidad de la tradición benedictina.
Los monjes actuales, continúan brillantemente la obra de Leclercq. La “opulencia cultural”, característica de la primera mitad de siglo XX[42], se prolongó durante sus últimos cincuenta años y sigue firme en los albores del siglo XXI. Los benedictinos no han cesado de publicar libros y sobre todo artículos de revistas de omni re scibili, monografías científicas y trabajos de alta divulgación[43].
Si la experiencia monástica constituye el corazón de la vida cristiana, como nos ha recordado Juan Pablo II[44], el futuro desarrollo de una teología monástica se revela especialmente significativo para la inteligencia de la fe en nuestro tiempo, adquiere una particular importancia en la configuración de un método teológico integral y puede responder a las exigencias de la sensibilidad religiosa del hombre contemporáneo[45].
“Durante la Edad Media se da en el monaquismo una cultura común y homogénea, en la medida que han existido unas formas de vida y unas estructuras, que no se han realizado en otros medios. No hay duda de que los monasterios han ejercido, a veces, una influencia tal, que toda la sociedad cristiana ha vivido más o menos en su irradiación”[46].
“La cultura monástica no es sólo, la de unos cristianos letrados. Entre los cristianos, aun cultos, los monjes tienen como cosa propia cierta orientación que se puede llamar mística. Más que otros, sienten y expresan toda la diferencia que existe entre dos órdenes de realidades, que aceptan no obstante unir porque Dios no las ha separado: la vida y la cultura. Más que todos los demás cristianos y que todos los letrados, experimentan en sí mismos la constante necesidad de superar las bellas letras para reservar al campo espiritual toda su primacía”[47].
Resumiendo: la “teología monástica” es una realidad que todavía dará mucho que hacer a los estudiosos amantes de las definiciones claras y exactas. Habrá que analizar una serie de impresionante de ideas nebulosas. Un maestro indiscutible, dom Odon Lottin, reconoce que es “difícil definirla en términos precisos. Es más bien un clima, una mentalidad, hecha de experiencia personal de las cosas divinas… Teología monástica diferente de la enseñanza dada en las escuelas episcopales en vistas al ministerio sacerdotal; teología en el que el vocabulario bíblico se resiste a dejarse suplantar por el lenguaje más abstracto, más preciso y más claro de los ‘escolásticos’; esta teología, sin embargo, insiste en la necesidad de la dialéctica y de las artes liberales, aunque guardándose de los peligros de la ciencia profana; pero esta teología se apoya ante todo en la experiencia íntima de las cosas divinas que proporciona la oración contemplativa: a Dios se le conoce sobre todo por el amor.
S. FLORINDA PANIZO VIÑAMBRES
[1] P. Engelbert, Geschichte des Benediktinerkollegs St. Anselm in Rom von den Anfängen (1888) bis zur Gegenwart(“Studia Anselmiana”; Roma, 1988) 106-31.
[2] Non tento, Domine, penetrare altitudinem tuam, quia nullatenus comparo Illia intellectum deum, sed desidero aliquatenus intelligere veritatem tuam, quam crédito et amat cor deum.
[3] A pesar de lo deudores que éstos le son; Leclercq apunta, por ejemplo, que sin Fleury no habría existido la escuela de Orleans.
[4] Dom David Knowles los valora por encima de los del siglo siguiente, en cuanto más humanos, atractivos y universales, y piensa que el período de 1150-1200 es ya de decadencia; The humanismo of the twelfth Century, “Studies” 30 (1941) 43-58 (reimp. En “The Historian and Character”, Cambridge 1964, pp.16-30).
[5] Muchos autores dicen que la literatura monástica de este siglo era una preparación a la teología escolástica que se desarrolló en los siglos posteriores, pero esto no responde a la realidad, pues hubo muchos escritos que no tienen absolutamente nada que ver con la escolástica.
[6] Por eso hubo escolástica en realidad desde el renacimiento de la pedagogía antigua al principio de la época carolingia; y escolásticos son los escritos de la escuela de Laon de comienzos del mismo siglo XII, y Gilberto de la Porrée.
[7] En las escuelas monásticas sólo se enseñaba usualmente, las artes liberales y no la teología. Por eso, la teología monástica no se generó en ellas, sino que fue el fruto de la formación religiosa de los monjes.
[8] Oriente que en buena medida llegó a través de Italia.
[9] La distinción entre lo monástico y lo escolástico ha sido tenida en cuenta para historiar la eclesiología -Y. Congar, De Saint Augustin à l’époque moderne; París, 1970; y la teología de la eucaristía -P. De Ghellinck, “Dictionnaire de Théologie catholique”, 5, 1913, 1216-1302.
[10] Cf. Jean Leclercq, Y a-t-il une culture monastique?, “Il monachesimo nell’alto medievo e la formazione Della civiltà occidentale” (Semana de Spoleto 4, 1955; Spoleto, 1957) 339-56.
[11] Por ejemplo, Gilberto Folliot: “Hae quidem bestiae sunt a mundo alienae, ab hominum conversatione sepositae, herbis sese reficientes, munda quidem animalia, quae quidem ruminant et findunt angulam. Haec sanctis quaeque conveniunt quia […] sanctórum scilicet doctrina inmarcesibili quam ruminant, id est, semel intellectam saepe ad memoriam revocant”; Commentaria in Canticum, 2, PL 202, 1223 B.
[12] Jean Leclercq, Di grazia in grazia. Memorie, Presentazione de I. Biffi, Milán 1993.
[13] Lettere di Dom Jean Leclercq, a cura di V. Cattana, Cl. Galli, H. Rochais, Italia Benedettina XX, Cesena 2000.
[14] Cf. A. Rochais, Analyse graphologique de dom Jean Leclercq, en Lettere XLIII-XLVI.
[15] Cf. E. De Bhaldraithe, Jean Leclercq’s Attitude Toward War, en E. R. ELDER (ed.), The Joy of Learning & the Love of God, Kalamazoo – Spencer 1995, pp. 217-237.
[16] R. Grégoire, Monachesimo e senso della Chiesa: un ricordo di dom Jean Leclercq OSB, en SM 36 (1994) pp. 312, 313, 315.
[17] Uno de los grandes monasterios de la restauración de la segunda mitad del siglo XIX y primera del XX.
[18] “Tradition monastique”, 1; ed. Brepols, Turnhout.
[19] Editado por la misma institución, “Aide inter monastères”.
[20] Le monachisme en Islam et en chrétienté, “Images de Toumliline” (1963, marzo) 1-5.
[21] M. Chen, Confession de la foi en Asie aujourd’hui, “Concilium” 25 (1967) 136.
[22] La spiritualité de Pierre de Celle, 1115-1183 (“Etudes de theologie et d’histoire de la spiritualité”, dirigidos por E. Gilson y aAdré Combes, del Instituto Católico de París, 7; Vrin).
[23] Un maître de la vie spirituelle au XIe siècle; Jean de Fécamp (ibid., 9).
[24] Que también fue reformador, abad y obispo.
[25] Cf. E. Gilson, Introduction à l’étude de Saint Augustin (2ª ed., París, 1943) 243-4.
[26] Incluida en el tomo III de la Histoire de l’Ordre de Cluny, de Pignot (Autum-París, 1868) 49-609.
[27] Editado por Desclée de Brouwer, en la línea de sus “retratos”.
[28] En la colección “Maïtres spirituels” de las ediciones de Seuil, núm. 36; una versión alemana ha aparecido en 1991, entre otras.
[29] Cf. Dom Giuseppe de Luca. Ricordi e testimonianze (ed. M. Picchi; Brescia, 1963).
[30] Sancti Bernardi Opera (Editiones Cistercienses: 1957-77; impresas en Poblet). Los dos primeros volúmenes con la colaboración de C. H. Talbot, y ellos y el resto con la de H. Rochais.
[31] Fue la amistad de Pedro el Venerable con San Bernardo, manifiesta a través de algunas cartas, lo que le empezó atrayendo del abad cisterciense; Cf. R. F. Cayré, L’objet de la mystique, “L’Année théologique” 5 (1944) 246.
[33] Théologie et prière, “Chances” cit., 178-224, antes en varios idiomas.
[34] Cf. Pío XII, Encíclica Haurietis aquas (15-5-1956): AAS 48 (1956), pp. 329-341.
[35] Pp. 11-272 de La spiritualité du moyen äge, tomo segundo de la “Histoire de la spiritualité chrétinene”, dirigida por él mismo, los otros dos colaboradores del volumen, que fueron dom Vandenbroucke y Louis Bouyer, y Louis Cognet (París, Aubier, 1961).
[36] Compuesto por unas lecciones dadas en el invierno de 1955-1956 en el Instituto de Estudios Monásticos de San Anselmo de Roma. Se subtitula “iniciación a los autores monásticos medievales"
[37] Así señalado por el dominico Th. Camelot, Théologie monastique et théologie scolastique, “Revue des sciences philosophiques et théologiques” 42 (1958) 240-53.
[38] Cf. La carta del Padre Chenu al benedictino de Montserrat, Evangelista Vilanova, publicada al principio del primer volumen de la Historia de la teología cristiana de éste (Barcelona, 1987) 19-21.
[39] Sobre gramática y humorismo en los textos medievales escribió, entre otros lugares, en “Convivium” 3 (1959) 270-6; reimp. En “Umanesimo”, 157-66.
[40] Así cuando ha dicho en alguna entrevista, que las dos aportaciones de los benedictinos a la cultura cotidiana han sido el champán y la siesta.
[41] La vita monastica nel pensiero di dom Jean Leclercq, Benedictina 42 (1995) 205-214.
[42] Cf. García M. Colombás, La Tradición benedictina T. IX, Monte Casino, Zamora 2002, pp. 319-406.
[43] Íbidem, p. 647.
[44] Cf. Juan Pablo II, Discurso en el monasterio de Rila (Bulgaria), 25-5-2002.
[45] Cf. Alfredo Simón, “Teología monástica”: la recepción y el debate en torno a un concepto innovador (I), Studia Monástica, 44 (2002) 313-371.
[46] Cf. Jean Leclercq, Cultura y vida cristiana, Sígueme, Salamanca 1965, p. 304.
[47] Íbidem, p. 308-309.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.