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jueves, 26 de junio de 2014

“El Monje Interior”

El primer monje


Icono de San Pablo de Rublev

Sabes que se ha dicho y más de una vez, que Adán fue el primer monje. ¿Y como no? Está muy bien dicho, porque el primer hombre vivía en una naturaleza esencial, en plena inocencia; esto es sin malicia, sin doblez, sin fines egoístas y desde ese estado escuchaba los pasos del Señor, convivía con Él. (Cuando novicios, nos reíamos con un amigo, diciendo que el hombre fue hecho seglar y que luego de probar el fruto del conocimiento del bien y del mal, se hizo monje)
Pero muy bien, eso dice la Sagrada Escritura y son muchas las enseñanzas que de ella pueden extraerse, incluso en esta primera parte del Génesis. Pero yo voy a contarte la historia del primer monje después de la caída, luego del pecado original, en un tiempo en que los hombres no vivían ya el vínculo sagrado con la naturaleza, en donde esta les pesaba, tanto en su cuerpo como fuera de el, se le hizo difícil vivir al hombre, el sufrimiento empezó a ser parte de su vida porque se había desconectado de su origen, dejó de ser auténticamente hombre.
Esta breve historia para ilustrar, dice que estaba un hombre primitivo, un cavernícola haciendo lo que hacía todo cavernícola, es decir que estaba cazando o comiendo o durmiendo o procreando y luego de vuelta cazando o comiendo… y lo demás. Y de repente un día, este primitivo vivió la experiencia interior del asombro. Vivió la inimitable e incomparable experiencia del maravillarse.
Iba caminando un día por ahí, en busca de presa y cansado, se sentó a la sombra. Y junto al árbol, apoyada levemente en la base de su tronco, vio una flor. Y sin desearlo y sin saber porqué, se dio cuenta que moraba en ella increíble geometría. No miró la flor sino que la contempló. La observó con asombro, maravillándose, quedó pasmado.
Un sentimiento nuevo estaba sintiendo junto a la sorpresa y al asombro, algo que miles de años después definirían los estudiosos como… reverencia. Este cavernícola sintió reverencia.
Y quedó trastornado, distinto, en su tribu empezaron a notarlo raro. Para colmo, este hombre antiguo no sabía explicar las cosas como hacemos ahora, que empezamos a clasificar y a categorizar y todo eso que nos tranquiliza ante lo nuevo, aunque nos aleja de la pureza de corazón.
Así que esta historia continúa unos días después, con este antepasado nuestro que volvía a vivir algo inusitado, siempre iniciándose con el asombro, con la maravilla como puerta de ingreso a la vivencia extraordinaria.
Era de noche y había perdido el rumbo, no acertaba a volver al desfiladero que lo introducía en la senda de regreso a su hogar… y levantó la vista y vio las estrellas, por primera vez. Y, como con la flor, siempre las había visto, pero lo habitual le mutaba en extraordinario y no sabía porque ni se lo preguntaba, le sucedía y lo conmocionaba.
Quedó tieso, shockeado por las estrellas, pero mas que por ellas por el espacio. Lo golpeó la percepción del espacio y no como categoría sino como inmensidad de la existencia inconcebible. Quedó deslumbrado por la inmensidad y al mismo tiempo por su propia presencia minúscula en medio de el.
Como te imaginarás, se sintió mucho mas extraño todavía entre los suyos, tenía la mirada ida y empezó a perder eficacia e interés en las actividades del grupo. Al poco tiempo, ya no era buen cazador, ni buen procreador y hasta comía menos y dormía solo de a ratos. Porque le siguieron pasando estas cosas inauditas.
A veces se ponía a respirar voluntariamente y se sorprendía de ese entrar y salir de esa sustancia invisible en su cuerpo;  y otra vez, junto al arroyo, escuchó el ruido del agua y la sintió muy bella y fue como música para él.
Fenómeno tras fenómeno, de maravilla en maravilla, fue creciendo en él como cultivado por invisible mano, una profunda y genuina extrañeza. Así fue que se quedó aislado del grupo un día, mientras permanecía distraídamente absorto en las hormigas y su discurrir. Este hombre primitivo, perplejo y confuso se quedó solo.
Fue entonces cuando colmado de paradojal ignorancia se postró en tierra balbuceando una alabanza. No sabía lo que era alabar ni a quién iba dirigida, no tenía en su mente los nombres y las formas que hoy tenemos, pero tenía la mas pura y honda reverencia.
Y ya no encontró otra actitud que mas le conviniera a su sentir y así fue en él restablecido el Edén, cuando ya no quiso sino alabar.
Porque le cesó todo yugo y al desear solo enaltecer ese sentimiento, encontró que en realidad estaba todo dispuesto para el hombre. Porque entonces pudo comer con muy poco y todo lo hallaba al alcance de sus manos y bebía de salutíferos manantiales y dormía en cuevas abrigadas con hierba.
Este primitivo hizo de la quietud su divisa y de la forma en que miraba oración. De a poco todo se le transformó en elemento de adoración y todos sus gestos fueron traspasados de amor. Este hombre fue el primer monje…
Algo interesante de esta historia, redactada con cándida simplicidad, es que podría recrearse en nosotros cada día. Estamos rodeados de maravillas y cada una es un gesto de Dios. Todo esta rebosando del Señor. Esta en la tierra que pisamos y en el cielo que miramos y en el aire que respiramos y en nuestro corazón latiendo y en el perro aquel y en los ojos de todo hermano. No hay hierba que no esté llena de Dios.
Yo sé que a quién no ha vivido el nacimiento de esta particular reverencia en su corazón se le dificulta compartir la vivencia, porque las cosas que describo le resultan comunes, sin demasiada gracia, porque sus apetencias están en otras cosas y estos deseos dificultan alcanzar el estado de percepción necesario. Lo entiendo.
Por eso, quiero responder a tu amigo; como llevar al corazón cotidiano a esta vivencia de la Presencia del Señor. Como ver en todo a Jesucristo, como advertir su corazón manso en medio del tumulto y la competencia y el desenfreno y la voracidad.
Yo no soy quién, pero te voy a dar lo que me parece un método adecuado para aquél que sintiéndose llamado a vida de oración y a vida de recogimiento, se encuentre en medio del mar de la vida y no sepa como profundizar esa experiencia. Y hay muchos caminos y métodos y esta muy bueno, porque esta diversidad sirve a gente diversa.

Sagrada Presencia


Virgen del Encuentro
Vivir en el asombro y la reverencia.
No es cierto que lo que permite el asombro es la novedad. Puede uno asombrarse de ver algo pese a conocerlo mucho o a pesar de su repetición incesante. El asombro es una actitud atencional, un acto de conciencia, un darse cuenta de la propia pequeñez y de la inmensidad en la que nos hallamos sumidos y de la propia ignorancia.  A través del asombro estamos ya a un paso de lo sagrado.
El reconocimiento de la propia ignorancia abre la puerta al sentimiento reverente, permite reconocer la sagrada presencia.
Observando un amanecer, hay quién se emociona y conmovido adora la inmensidad del suceso y existe quién ignorando la belleza que se le presenta permanece indiferente.
Para instalarse en el sentimiento de reverencia ante lo existente y por lo tanto para percibir la Divina presencia, es necesario librarse del velo de las preocupaciones.
El apurado, esta ocupado. Tiene quehaceres. Tiene muchos velos que le ocultan el sol. Lo ve pero no lo mira, no lo tiene en cuenta, porque esta en realidad masticando sus afanes y preocupaciones que son en verdad siempre, el fruto de la apetencia.
Y no se trata de suspender toda actividad, que hasta a los eremitas nos es imposible, sino de suspender, de eliminar el ansia que acompaña todos nuestros movimientos. No es el desplazamiento del cuerpo lo que me aparta de la divina presencia, sino la ansiedad que acompaña esa acción. Y esta ansiedad deriva de mi posesión de algo allá, en el futuro, de estar deseando algo que no tengo y que creo que esa acción me va a dar. 
Por eso te decía para ese nuevo amigo que tienes, que pregunta; que le daría un pequeño método, un caminito hacia la reverencia que es lo que permite el vivir en la Presencia.
Cuando uno anda junto a Dios, cuando vivimos bajo su mirada, “asombrados” (1) por su inmensidad, estamos plenos y un suave gozo invade nuestros actos, miradas y movimientos; allí, nada que decir. Allí todo está resuelto porque confiamos en la Providencia y en que el devenir no será sino la expresión de Su voluntad y por lo tanto lo mejor para todos, incluidos nosotros mismos.
Cuando no estoy en ese estado de Ser, cuando camino solo, me doy cuenta que soy esclavo de la angustia o del tedio o de la preocupación o de esa “seriedad” tan poco seria. Así que este pequeño método empieza cuando uno se da cuenta de que no esta con Dios al lado por decirlo así, llanamente y en confianza.
Es en este darme cuenta que no estoy como debo y como quiero estar, que no estoy como he sido llamado a estar, es decir, en la plenitud de la gracia, gozoso en Su servicio; es ahí cuando debo detenerme un momento y preguntarme: ¿Qué estoy deseando? ¿Detrás de que me estoy apresurando? Apresurarse es bajo presión. ¿Qué me está presionando?
Enseguida sabremos de que se trata; esto o aquello. Una cuestión económica, afectiva, del futuro, lo que sea. Quizás solo eso que debo hacer mas tarde y que no se como resultará. Bueno. Ahí está el primer paso, la pregunta por el deseo y la respuesta.
El segundo paso es recordarse que uno quiere desear solo a Dios. No quiero otra cosa. Quiero al Señor conmigo, esto es la suma de todas las cosas. No quiero esto o aquello, quiero todos los bienes y los quiero para siempre, la ambición máxima. Dios.
No quiero la buena nota en el examen, ni aquel nuevo trabajo u objeto a comprarme o la aprobación y reconocimiento de aquella persona. Quiero un bienestar total y permanente. El monje es en realidad alguien muy ambicioso. No se conforma con poco.
Pero ¿Qué relación tiene esto con lo anterior? Cuando yo quiero algo, lo que quiero en verdad es la sensación que ese algo me va a producir. Me imagino con eso logrado y me imagino en paz y contento. Lo que queremos todos, estar en paz y con alegría, vivir así vale la pena y nadie lo discute. Pero lo único que da la paz y la felicidad es la Presencia de Dios y no los objetos cualesquiera que sean.
Vivir en Tu casa Señor todos los días de mi vida. Eso es lo que hay que desear, a ese supremo anhelo deben someterse todos los otros; porque quién encuentra la Divina Presencia lo ha encontrado todo. Entonces este segundo paso es un recordarse que uno lo que quiere es vivir en la Presencia del Señor y no “eso otro”.
El tercer paso es confiar en Su acción, en Su Providencia. No creerse que de uno dependen las cosas, cualesquiera que sean y de lo que se trate.  Siempre decimos “Si Dios quiere”. ¡Ese es el punto! Su voluntad nos rige y a ella debemos someternos y hacer en concordancia con ella.
Cuando uno vive en Su Presencia, siente por decirlo de alguna manera, lo que debe hacer en cada situación sin problema. Uno siente dentro del corazón si lo que va a hacer apaga o enciende el sentimiento de Su Presencia. No haré nada que me aparte de Su amor, del amor de Cristo. ¿Qué me apartará del amor de Cristo? Mi propia acción anhelante ninguna otra cosa. Mis anhelos cuando no se centran en hacer Su voluntad. Por supuesto no es el amor de Cristo el que se aparta sino que nosotros de percibirlo, de sentirlo en nosotros. Nos tornamos opacos y Su luz no pasa a través nuestro.
Es sencillo, ama a Dios sobre todas las cosas y a tu prójimo como a ti mismo y someter toda búsqueda, toda acción y todo sentimiento y pensamiento a ello. Lo que debo hacer en cada situación concebible se puede saber a la luz de esos dos mandamientos del Señor. Todo someter a ello. ¿Quién va a ir a hacer tal cosa?, ¿Qué le diré a aquella persona?, ¿Cómo contestarle a ese requerimiento? Según ese único criterio.
La gente que vive en la ciudad y que tiene compromisos previos, tiene todo un tumulto de cosas que le presionan para andar ocupado en cuestiones. Pero la vida se irá tornando apacible  y mansa si someto todos mis deseos al deseo de Su Presencia viva en mí y si actúo guiado por sus mandamientos y confiado a Su providencia.
El Señor ve mas allá de lo que yo veo, por lo tanto, si actúo conforme a su mandato, que las cosas salgan como salgan, por algo será. Claro, por Su voluntad.
Dice alguien que está amargado. ¿Y porque? Y …porque no puedo comprarme aquello que ansío. Bueno. Lo que le amarga no es no poder comprarse eso, sino andar deseando cosas que no hay que desear.
Lo único que debemos desear es la Presencia del Señor y seguir sus mandatos. De ese modo la vida se encamina y uno viene a poseer luego lo necesario. Uno debe desear agradarle. Uno debe querer consumar lo que El nos destinó. Uno debe desear poder decir con el Apóstol: No soy yo sino Cristo que vive en mí.
Entonces confiar en El y actuar según su ley que es muy simple, la ley del amor.
Pero en lo cotidiano, cuando estamos metidos en el ruido, no es fácil ponerse en esa actitud. Ponerse en Presencia.
Una forma que he utilizado y que me sirvió mucho desde antes de venir a este tipo de vida ha sido esto que te decía de la reverencia.
Cuando me di cuenta que El Señor estaba en todas partes y que todo era asombroso, empecé a comportarme con mayor cuidado, como cuando pasa uno ante el Santísimo en la iglesia. Con reverencia, no de cualquier manera. Uno reconoce allí, lo sagrado.
Empecé a trasladar ese sentimiento a cualquier momento y acción. Empecé a moverme secretamente en esa sintonía. No se trata de que uno se ponga a hacer genuflexiones en todas partes llamando la atención, sino que viva esa genuflexión interiormente, en secreto. Y empecé a lavarme las manos mas lento, porque no era un lavado sino una limpieza, una purificación para mejor obrar y actuar. Y caminé mas lento, porque si me apuraba perdía el sentimiento de reverencia. Y tomaba los objetos con cuidado como se toma un cáliz y trataba a los demás con el respeto y diligencia con que se los trata en una iglesia.
Esto no es para nada nuevo, simplemente es la forma en que me acostumbré a vivir atento a la Presencia y muchos monjes lo enseñan con su propia particularidad en textos como La Filocalía. Esta es la síntesis del método que le quería comentar a tu amigo.
Porque hay una particularidad muy interesante en esto. Si estoy en la Presencia, el moverme conforme a ello, cuidar los gestos y todo lo que hago, ayuda a mantenerme en ella. Pero si no estoy sintiendo “los pasos del Señor”, sino que estoy en esa mediocridad habitual, volcado fuera de mí, hacia las cosas y apetitos; el empezar poniendo la gestica hace que el sentimiento venga.
Te digo, que me ha pasado estando en oración, de experimentar esa sequedad, ese estar medio sin ganas, tironeado por el cuerpo hacia el sueño o hacia la comida o cualquier otra apetencia, y en  ese momento empezar a comportarme como si estuviera en mi viva la Fe. Poner las manos en la posición de quién tiene fe, acomodar el cuerpo como lo acomodaría quién siente viva la Presencia de aquel a quién ora.
Para no alargar demasiado este diálogo: Si estoy sintiendo la Presencia, me muevo con reverencia para conservar protegido ese sentimiento y sino siento la Presencia, me muevo como si lo sintiera, para invocarla, para hacerla presente con el cuerpo, que eso luego llamará al sentimiento y al silencio de los pensamientos.
Actuar ante lo Sacro, sacralizar la vida, cada momento, esto nos unifica.
Porque realmente vivo en la casa del Señor, rodeado de sus ornamentos, en medio de un templo muy grande poblado de infinitas luminarias. Vivir asombrados y permaneciendo reverentes ante el Supremo creador, inmersos en este maravilloso universo, rodeados de vidas múltiples, atravesados por los rayos invisibles de un Cristo que sigue resucitando cada día, en nuestro  propio corazón.
Jesucristo se levanta del sepulcro de mi corazón, cada vez que me admiro y agradezco la existencia, cuando acepto sus misterios y esta pequeña ignorancia que soy; Jesucristo resucita en mi y para todas las gentes nuevamente, cada vez que reconozco en el mundo su templo y en la vida y las cosas el desarrollo de una liturgia permanente.
Escucha como ya cantan de nuevo los pájaros, lo creas o no, están iniciando Visperas.
(1) Asombrados: Bajo su sombra

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