1. Ayer fue el espléndido día de las Luces y lo celebramos todos juntos. Existe toda clase de acontecimientos para festejar cada año: aniversarios de casamiento, de nacimiento, imposición de nombre, llegada a la edad viril, consagración de la casa. Con mayor razón, convendría festejar alegremente nuestra salvación.
Hoy nos ocuparemos brevemente del bautismo y del beneficio que nos aporta. Ayer, es verdad, hemos tocado el tema, pero el tiempo apuraba y era necesario no extenderse demasiado; una comida demasiado abundante fatiga a los convidados, un discurso demasiado largo cansa a los oyentes. Lo que voy a deciros, sin embargo, es muy importante, es un tema demasiado precioso como para ser escuchado en forma distraída. Poned pues todo vuestro celo, ya que conocer la grandeza de ese misterio, significa también, participar en la iluminación.
2. La Santa Escritura habla de tres nacimientos; el primero nos saca del cuerpo maternal, el segundo, de las agua del bautismo, el tercero, de la resurrección. El primero se produce en la noche, la esclavitud y la pasión. El segundo se produce a la luz del día y en la libertad; separa las pasiones, arranca los velos del primer nacimiento y nos conduce a la vida de lo alto. En cuanto al tercero, más temible y más rápido, reúne en un instante a todo el género humano para citarlo ante el tribunal del Creador. El hombre debe entonces rendir cuenta de su sumisión presente y de su vida pasada: vida sometida a la carne o liberada por el Espíritu en la gracia de la restauración.
A todos esos nacimientos, Cristo, evidentemente, los ha honrado en él: el primero, por su primer soplo de vida, el segundo, por su encarnación y su bautismo, el tercero, finalmente, por la resurrección que instauró por sí mismo. Primogénito entre numerosos hermanos, juzgó digno, también, ser el primero en revivir de entre los muertos.
3. No trataremos ahora sobre el primero y el último de esos nacimientos; en cambio, reflexionaremos sobre el segundo, que nos es necesario en este mundo y que da su nombre a la fiesta de las Luces.
Esta iluminación es resplandor fulgurante de las almas, transformación del curso de la vida, colocando la conciencia en la búsqueda del Dios. Esta iluminación es un socorro para nuestra debilidad: poniendo a un lado la carne, hace seguir al Espíritu y entrar en comunión con el Verbo. Enderezamiento de la naturaleza creada, de la que ella sumerge el pecado, da lugar a la luz y destruye las tinieblas. Esta iluminación hace subir hacia Dios, compartir la ruta de Cristo; es el apoyo de la fe, la perfección de la inteligencia, la llave del reino de los cielos. Transformación de la vida, supresión de la servidumbre, liberación de los lazos, es una mejora total del ser. Esta iluminación (¿para qué prolongar la enumeración?) es, de todos los dones de Dios, el más hermoso y el más magnífico. Es por ello que se habla del Santo de los Santos en el Cantar de los Cantares, pues se ha comprendido que la transfiguración del bautismo es iluminación por excelencia, ya que es la más santa de todas las de la tierra.
4. Como Cristo, que lo concede, el bautismo recibe diversos nombres. La extrema alegría que se siente por haberlo recibido (pues se busca saborear, llamándolo con diversos nombres, aquello a lo que se está apasionadamente ligado) y la multiplicidad de los aspectos del beneficio que otorga, explican esa multitud de vocablos. Se lo llama: el Don, el Favor gratuito, el Baño, la Unción, la Iluminación, la Vestimenta de inmortalidad, el Agua de la regeneración, el Sello de Dios y otros términos igualmente honoríficos que se puedan encontrar.
Es un Don, ya que ningún acto lo merece, y una Gracia de la que se es también deudor; un Baño en el cual el pecado es enterrado; una Unción, por su carácter sagrado y real que son los dos títulos que justifican la unción. Una Iluminación, por el resplandor que da; una Vestimenta, revestida para ocultar la vergüenza; un Baño que lava verdaderamente; un Sello que protege y que simboliza el soberano dominio de Dios.
Los cielos se alegran por él y los ángeles lo celebran porque nos hace participar de su esplendor. Es la imagen de la beatitud celestial. Y nosotros, que queremos cantarlo, no podemos hacerlo con el brillo que es menester.
5. Dios es la luz suprema, inaccesible, inefable. El espíritu no puede concebirla ni la palabra expresarla, ella ilumina toda inteligencia. Ella aclara el mundo inteligible tal como el sol aclara el mundo sensible. El corazón que se ha purificado puede verla; aquel que la ha contemplado, amarla; aquel que la ha amado, entenderla. Ella se comprende y se toma a sí misma, desparramando sus rayos sobre las criaturas. Me refiero a la luz que se contempla en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo; aquellos cuya riqueza es la unidad de naturaleza y una misma exultación de esplendor.
La luz de segundo rango es la del ángel, que posee su resplandor gracias a una inclinación solícita hacia ella, emanación o participación de la primera. Yo no sabría decir si es en razón de su rango que participa de una porción de luz, o, por el contrario, si ocupa dicho lugar en virtud de su resplandor.
El tercer rango corresponde al hombre, luz visible incluso a los seres exteriores a él. Se llama al hombre, luz, a causa del poder de su razón, y damos también ese nombre a aquellos que, entre nosotros, se parecen en mayor medida a Dios y se acercan más a él.
Yo conozco aun otra luz, la que ha explicado o desgarrado las tinieblas primitivas; es la primera encendida entre las criaturas visibles, el trayecto circular de los astros, faros que, desde lo alto, arrojan su resplandor sobre todo el universo.
6. La orden primitiva (u original) dada al primer hombre era ya luz, puesto que "la ley es una lámpara, una luz," y que, "tus mandatos son la luz sobre la tierra," pero las tinieblas celosas se introdujeron para engendrar el vicio. La ley escrita, adaptada a aquellos que la recibían, no hizo más que esbozar en la sombra lo que constituiría realmente el misterio de la gran luz y, por lo tanto, el rostro de Moisés ha sido cubierto de gloria. La luz que apareció ante Moisés era un fuego que — para manifestar su naturaleza y revelar su poder — quemaba la zarza sin consumirla. Luz era también la columna de fuego que conducía a Israel y hacía más soportable el desierto. Luz, la que llevó a Elías en un carro de fuego sin quemarlo. Luz, aquella que rodeó con su resplandor a los pastores cuando la luz intemporal se mezcló con la luz temporal. Luz, la hermosa estrella que se dirigía hacia Belén guiando a los magos y acompañando a la luz divina que brilla por encima de nosotros. Convertida en luz entre nosotros, la luz divina se manifestó a su vez a los discípulos sobre la montaña, deslumbrante para sus ojos. Luz, la aparición que transportó a Pablo con su resplandor y que hirió la oscuridad de su alma lastimando su vista. Luz, también, es claridad reservada a los que serán purificados aquí abajo, y de la que gozarán en lo alto cuando los justos resplandezcan como el sol; en torno a ellos, convertidos en dioses y en reyes, Dios extiende y distribuye las recompensas de la beatitud celestial.
Y, comparada con todas las otras, la iluminación bautismal es aún más propiamente una luz. Ella constituye, ahora, el tema de nuestra conversación, que abraza el más grande y admirable misterio de nuestra salvación.
7. La total ausencia de pecado es propia de Dios, de su naturaleza primordial exenta de compuestos: la falta de compuestos engendra la paz y rechaza la discordia; podría decirse también, audazmente, que es propia de la naturaleza angélica, la más cercana posible a la simplicidad a causa de su proximidad a Dios. Por el contrario, el pecado es propio del hombre por su composición terrenal. Pero el soberano Maestro pensó que no debía dejar a su criatura sin socorro ni desinteresarse por el peligro que ella corría estando separado de él. Después de habernos sacado de la nada al ser, nos restauró a la existencia mediante una creación más divina y más alta que la primera. Al comienzo de la vida, ella es el sello divino; en los progresos de la edad, ella es un don gratuito, una corrección de la imagen de Dios desaparecida a causa del pecado, para evitar que, empujados al vicio y cayendo sin cesar cada vez más bajo, terminemos, por el exceso de desesperación, renunciando totalmente al bien y a la virtud y, como lo ha dicho la Escritura, por no preocuparnos de haber caído en el abismo de los vicios, cuando deberíamos, como viajeros que recorren una larga ruta, reposar en el descanso nuestras fatigas y volver a partir aprovechando la frescura generosa, continuando nuestro trayecto.
Esta gracia y este poder del bautismo no traen consigo la destrucción del mundo como en la época del diluvio, sino la purificación del pecado en cada hombre y la limpieza completa de las manchas que el pecado ha acumulado sobre nosotros.
8. A nuestra dualidad original: alma y cuerpo, naturaleza visible y naturaleza invisible, corresponde también una doble purificación, por el agua y por el Espíritu; aquélla tomada en el sentido visible y corporal, éste surgiendo de manera invisible e incorporal; aquélla, puramente simbólica, éste, verdadero y purificando en las profundidades. El Espíritu, después de haber traído su socorro a nuestro nacimiento inicial, trabaja ahora renovando nuestra decrepitud y transformando nuestro estado actual en una semejanza con Dios; nos funde sin emplear el fuego y nos recrea sin quebrarnos. En una palabra, es necesario comprender que la fuerza del bautismo reside en el compromiso tomado con Dios de llevar una vida nueva y una conducta más pura. Aquello que se debe temer, por encima de todo, es aparecer como perjuro a ese compromiso, por consiguiente, cada uno debe poner toda su preocupación en cuidar su alma. Cuando Dios, tomado como testigo de los compromisos humanos, los sanciona con su fuerza, ¡qué peligros correremos transgrediendo los compromisos contraídos con Dios mismo, volviéndonos culpables de ese engaño a la verdad!
Agregad a esto que no existe una segunda regeneración, ni una segunda restauración, ni un nuevo restablecimiento en el estado primitivo, aun cuando lo buscásemos con toda la pasión posible. Los gemidos y las lágrimas no servirán para obtener una curación para nosotros. Y si obtenemos, aunque sea una curación, yo seré el primero en alegrarme, pues yo también necesito misericordia. De todos modos, es mejor no necesitar una segunda purificación y conservarnos puros en la primera. Está, y ello constituye ahora una certeza, que nos es común a todos. La obtenemos sin lágrimas inútiles; ella procura el mismo honor a todos, esclavos y amos, ricos o pobres, humildes o grandes, nobles o gentes sin nacimiento, aquellos que tienen deudas y aquellos que no las tienen. Es como un soplo de aire, como una efusión de luz, como un trastrocamiento de las estaciones, como la contemplación de la creación convertida para todos nosotros en enorme objeto de delicia, en fin, como una recompensa equivalente ofrecida a nuestra fe.
9. Es posible que, por desechar un tratamiento fácil, corramos el peligro de sufrir uno más penoso y, una vez rechazada la gracia de la misericordia, necesitar de un castigo, de una corrección proporcional a la falta cometida. ¿Qué torrente de lágrimas se puede ofrecer que supla a la fuente bautismal y qué garantía se tiene de que el fin de la vida no llegará antes que la curación del alma, sorprendiéndonos todavía con las deudas flagrantes? Es posible, como el jardinero pleno de humanidad, solicitar al amo la conservación de la higuera, que no la corte por su esterilidad y que consienta en rodearla del abono de las lágrimas, los gemidos, las prosternaciones, las plegarias, las laceraciones del cuerpo y del alma, la corrección de la humillación en una confesión pública. Sin embargo, no hay seguridad de que el Amo la conserve, pues ella ocupa improductivamente su lugar cuando algún otro necesita generosidad y no la obtiene por causa de la indulgencia otorgada a aquél.
Entonces, enterrémonos con Cristo por el bautismo, para resucitar con él; descendamos con él, para ser elevados con él, subamos con él, para ser glorificados con él.
10. Después del bautismo, un ataque del Tentador que persigue a la luz, no puede dejar de producirse ya que osó, incluso, perseguir al Verbo a causa del velo de humanidad que escondía la luz bajo sus apariencias, pero puede ser detenido y, sin temer el golpe, oponerle el agua y el Espíritu en el que se extinguen todos los rasgos inflamados del Maligno: el Espíritu cuyo soplo basta para partir las montañas y el agua capaz de extinguir toda clase de fuego.
Él se empeña conforme a la necesidad que en cada uno se encuentra, tal como lo intentó contra Cristo, tratando de que su hambre lo llevara a transformar las piedras en panes. Es necesario no engañarse sobre sus intenciones y aprender aquello que él ignoró siempre, oponerle el Verbo de vida, pan descendido del cielo sobre la tierra y dispensador de la vida al mundo.
En ocasiones, su ataque se centra sobre la vanidad. Es lo que hizo cuando transportó a Cristo sobre el pináculo del templo y le dijo: "Arrójate abajo," para obligarlo a hacer ostentación de su divinidad. Entonces no os dejéis llevar por el orgullo. Pues si se afirma en ese punto no se detendrá, es insaciable y amenaza todas las posiciones. Se oculta bajo un disfraz virtuoso, para lograr sus malvados designios. Es hábil para manejar las Escrituras, ese malvado decía: "Está escrito," a propósito del pan. Y a propósito de los ángeles repite: "Está escrito que por ti dará órdenes a sus ángeles para que te sostengan con sus manos." ¡Oh sofista del vicio! ¿Cómo has utilizado la continuación? Conozco el texto completo aunque tú lo calles: "Yo marcharé sobre el áspid y sobre el basilisco que tú eres, y pisotearé las serpientes y los escorpiones puesto que la Trinidad es mi amparo."
En fin, si para abatiros busca inspiraros un deseo insaciable y, mostrándoos todos los reinos de la tierra pretendiendo que le pertenecen, exige que se lo adore, despreciadlo como si no tuviera nada para ofrecer. Confiando en vuestro carácter bautismal, decidle: "Yo soy, también, imagen de Dios, pero el orgullo no me llevará, como a ti, a ser rechazado de la gloria divina. He sido revestido por Cristo, la nueva creación del bautismo hizo de mí un Cristo; tú debes prosternarte ante mí." Y se retirará, estoy seguro, pues esas palabras lo habrán vencido y llenado de confusión, y así como se alejó de Cristo, la luz primordial, se alejará también de aquellos a quienes Cristo ha iluminado.
He aquí los beneficios que dispensa el baño del bautismo a aquellos que lo comprenden, he aquí el banquete que propone a aquellos que tienen la felicidad de aspirar a él.
11. Hagámonos bautizar para vencer. Tomemos nuestra parte de esas aguas, más detergentes que el hisopo, más puras que la sangre de las víctimas impuestas por la Ley, más sagradas que las cenizas de la becerra, cuya aspersión podía ser suficiente para dar a las faltas comunes una provisoria purificación corporal, pero no una completa remisión del pecado: ¿Hubiera sido necesario, sin ello, renovar la purificación de aquellos que la habían recibido una vez?
Hagámonos bautizar hoy, para no estar obligados a hacerlo mañana. No retardemos el beneficio como si nos ocasionase algún problema. No esperemos haber pecado más para ser, mediante él, perdonados en mayor medida. Eso sería hacer una indigna especulación comercial a propósito de Cristo. Tomar una carga mayor de la que podemos llevar es correr el riesgo de perder en un naufragio, navío, cuerpo y bienes, o sea todo el fruto de la gracia que no se ha sabido aprovechar.
Aborda el sacramento con pleno dominio de tus pensamientos, antes de encontrarte agotado corporal o mentalmente, antes de dar la impresión, a aquellos que te rodean, de que tu lengua está hesitante y helada a despecho de la plena lucidez que hay que poseer cuando se deben pronunciar claramente las palabras de iniciación al misterio. Abórdalo cuando puedas hacer abiertamente profesión de tu fe y no solamente dejarla adivinar; provocando las felicitaciones, y no la piedad; viendo por ti mismo claramente, y no de manera oscura, la grandeza del don que recibes y que, en consecuencia, la gracia del espíritu te llegue profundamente. Que el agua no se limite a lavar tu cadáver rodeado de las lágrimas del duelo por tu causa, mientras tu mujer y tus hijos intentan arrancarte de la muerte recibiendo tus últimas palabras.
Hazlo antes que un médico te rodee de sus inútiles cuidados. Míralo por adelantado apreciar tu estado sacudiendo la cabeza y, después de tu muerte, hacer largas consideraciones sobre tu enfermedad, cobrar sus honorarios y retirarse precipitadamente, dejando lugar a los desesperados gimientes. No esperes a que los hombres de negocios vengan a rivalizar con aquel que quiere bautizarte. Él intenta proveerte de un viático para el último viaje, ellos sólo buscan tu heredad: dos negocios que no pueden tratarse juntos.
12. ¿Por qué esperar al bautismo obligado por la fiebre, desdeñando ahora la invitación de Dios? ¿Por qué dejarse llevar por las circunstancias y hacer burla de la razón? ¿Por qué seguir al amigo insidioso y rechazar el deseo de salvación? ¿Por qué recibir, por la fuerza, aquello que depende de la voluntad? ¿Por qué actuar por necesidad cuando se puede utilizar la libertad? Obrar así es asemejarse a un moribundo que espera que otro le diga aquello que se niega a considerar por sí mismo: la inminencia de su muerte. ¿Por qué buscar remedios que no servirán de nada? ¿Por qué esperar el sudor de la muerte cuando el desenlace puede estar muy cercano? Tomad el remedio antes que os obligue la necesidad. Tened piedad de vosotros mismos, pues a vosotros corresponde curar vuestra debilidad. Ofreceos el remedio que puede verdaderamente salvaros. Aunque naveguéis con buen viento, temed el naufragio; ese temor os evitará riesgos cuando el naufragio se produzca.
Cuando se recibe un don, se lo celebra, en lugar de lamentarlo; cuando se posee un talento, se lo hace valer en lugar de enterrarlo. Consideremos que debe pasar cierto tiempo entre nuestro bautismo y nuestra muerte; no nos contentemos con ver borrados los caracteres del pecado; debemos tener tiempo de grabar en su lugar las virtudes. No nos contentemos con recibir la gracia, reservémonos el tiempo de merecer la recompensa. No nos contentemos con evitar el infierno, sino que, valorizando ese don, busquemos merecer la herencia de la gloria. Para los pusilánimes, ya es suficiente con evitar la tortura, pero los magnánimos aspiran a la recompensa.
13. Yo conozco tres maneras de esperar la salvación: la de los esclavos, la de los mercenarios, la de los hijos; si eres esclavo, teme los golpes; como mercenario, no busques otra cosa que la ganancia; pero si te elevas a la dignidad de hijo, ama respetuosamente a tu Padre. Haz el bien a causa de la obediencia hacia tu Padre; aunque sea gratuita, no olvides que tu recompensa es el placer de tu Padre.
De este modo, es absurdo comenzar por amontonar riquezas y diferir la preocupación por la salvación; comenzar por purificar tu cuerpo y olvidar la purificación de tu alma; buscar liberarte de la esclavitud de aquí abajo y no anhelar la libertad de lo alto; aplicar toda tu actividad a tener una casa con adornos magníficos y no preocuparte de tu propio valor; estar preocupado por el bien de los otros y no buscar tu propio bien.
Para comprar un bien, alguien podrá gastar todas sus riquezas, pero, aquello que se ofrece por bondad, puede ser despreciado como demasiado fácil de conseguir. Todo momento es favorable para hacerse bautizar, tal vez, incluso, el momento de la muerte. Yo declaro, junto al gran apóstol Pablo: "He aquí, ahora, el momento favorable, he aquí el día de la salvación." Y ese ahora no designa un momento determinado, sino cualquier momento. Y aún: "Despiértate, tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo te iluminará," disipando la oscuridad del pecado. Pues, según Isaías, la esperanza se pone a prueba durante la noche y es mejor dejarse sorprender por el alba.
14. Siembra cuando sea el momento, recoge y cierra tus graneros cuando sea el tiempo. Planta en la estación que corresponde y recoge tu grano cuando esté maduro. En la primavera puedes hacerte a la mar con confianza, pero cuando llegue el invierno, cuando el mar sea peligroso, trae a tierra tu navio. Reserva un tiempo para la guerra y un tiempo para la paz. Un tiempo para el matrimonio y otro para no hacer uso de él; un tiempo para la amistad y, si es necesario, un tiempo para la separación. En una palabra, un tiempo para todo, si se debe creer a Salomón y es necesario creer en él, pues su consejo es útil.
Pero, para tu salvación, es necesario trabajar sin cesar y aprovechar cualquier momento para tu bautismo. Si dejas pasar el día presente y esperas el de mañana, tú retrocedes poco a poco y, sin darte cuenta, te dejas engañar por el Maligno tal como es su costumbre. "A mí, dame el momento presente, a Dios el futuro. A mí, la juventud y la época de los placeres, a Dios, la vejez y lo que ya no sirve para nada."
¡Cuántos peligros a tu alrededor! ¡Cuántos accidentes sin esperanza! La guerra te lleva, un temblor de tierra te sepulta, el mar te traga, una bestia salvaje te ataca, la enfermedad te hace perecer, un bocado se te atraviesa. La cosa más mezquina resulta suficiente — pues nada es más fácil que hacer morir a un hombre, incluso cuando él pueda enorgullecerse de su semejanza divina; una borrachera excesiva, un caballo que se encabrita, una droga preparada para su pérdida o incluso un remedio que se revela peligroso; un juez inhumano, un verdugo inexorable, o cualquiera de esos acontecimientos que precipitan a una muerte sin salvación.
15. Pero si uno se previene ante el peligro y se hace bautizar, se garantiza el porvenir por el más hermoso y el más sólido de los socorros dejándose marcar en cuerpo y alma por la unción y el Espíritu, tal como Israel fue marcado en otra época por la sangre que, durante la noche, protegía a los primogénitos. ¿Qué mal puede entonces sobrevenir, o qué intriga puede alcanzaros? Escucha los proverbios: "De ese modo, estarás exento de temor; dormido, tú gozarás de un agradable sueño." Y David te confirma la seguridad de esa dicha: "Tú no deberás temer el terror de la noche, ni la maldad, ni el demonio de mediodía." He aquí, incluso durante tu vida, la mejor garantía de seguridad. Es difícil atacar al rebaño marcado; el que no lleva ninguna señal, por el contrario, resulta presa fácil para los ladrones. Y para aquel que parte, constituye un rito funerario muy útil, más resplandeciente que un vestido, más precioso que el oro, más suntuoso que una tumba, más piadoso que las vanas libaciones, más oportuno que las primicias de los frutos de la estación con que los vivos gratifican a sus muertos, según una costumbre que se ha erigido en Ley. Que todo esto sea desdeñado por ti, que todo sea llevado muy lejos, riquezas y posesiones, tronos y esplendores, todo lo que nos extravía aquí abajo. Tú puedes abandonar la vida con toda seguridad, confiando en los socorros que Dios te otorga para tu salvación.
16. Pero, ¿se puede tener miedo de corromper la gracia y diferir la purificación con el pretexto de que ella no se otorga dos veces? ¿Y qué? ¿Temes el peligro en caso de persecución y no el estar separado de Cristo, el más precioso de tus bienes? ¿Es por ese motivo que dudas de transformarte en cristiano? ¡Arroja lejos de ti semejante idea! Es necesario carecer de buen sentido para concebir semejante temor; es necesario estar loco para hacer semejante razonamiento. ¡Oh temor temerario, si ello se puede decir! ¡Oh artificio del Maligno! Él es en realidad tinieblas, él combate la luz. Porque no es el más fuerte en la guerra abierta, intriga desde las sombras. El perverso se disfraza de buen consejero, de esta manera, al menos, está seguro de vencer y quitarnos todo medio de evitar sus emboscadas. Esa es su trama aquí abajo, es evidente. Como no puede inspirar un desprecio abierto hacia el bautismo, hace caer en una falsa seguridad. De aquello que se teme perder, es el temor lo que causa su pérdida, por vuestra ignorancia. Y por haber tenido miedo de corromperlo, se deja pasar ese don.
La naturaleza de Satanás es tal que jamás renunciará a su duplicidad en tanto nos vea tender hacia el cielo, del que él mismo se encuentra desposeído. Pero tú, hombre de Dios, aprende a conocer las maquinaciones de tu adversario. Para la defensa de los más preciosos bienes, entras en combate con un enemigo lleno de odio; no tomes a ese enemigo como consejero, preocúpate de escuchar dócilmente nuestras lecciones. Siendo catecúmeno, estás solamente en los umbrales de la religión; es necesario que entres, que atravieses el patio, que fijes los ojos en el santuario, te inclines ante el Santo de los Santos para cohabitar a continuación con la trinidad. Considerando lo que se encuentra comprometido en esa guerra, necesitas una considerable protección; oponle, entonces, el ancho escudo de la fe. Satán teme que tú lo combatas con armas y trata de despojarte de la gracia para vencerte más fácilmente, sin armas ni defensa. Sus ataques no perdonan ninguna edad, ninguna forma de vida, por lo tanto, es necesario poner todo nuestro esfuerzo en rechazarlo.
17. Joven, utiliza ese socorro para resistir a tus pasiones. Enrólate en el ejército de Dios, llévalo en triunfo sobre ese Goliath con batallones y regimientos. Saca partido de tu edad, sin dejar que tu juventud se reseque y muera a causa de la imperfección de tu fe.
El anciano cuya vida se acerca a su término debe honrar sus cabellos blancos dejando que la sabiduría, rescate obligatorio de su vida presente, venga en ayuda de su debilidad actual, lo apoye en los pocos días que le quedan por vivir, confiando en su vejez para conservar la pureza de su bautismo. ¿Qué temor pueden inspirar las pasiones de la juventud al anciano que casi no tiene tiempo para respirar? ¡Se trata, entonces, de esperar a la muerte, cuando ya no se inspira más ni piedad ni odio, para aceptar el baño de la salvación; o bien se desean aún los restos del placer, cuando sólo queda un resto de vida! ¡Qué vergüenza, haber pasado la edad de las pasiones y conservar los desarreglos, o dar la impresión de que se los conserva, por la manera en que se retrasa la purificación del bautismo! Incluso los niños: no dejéis tiempo a la malicia para apoderarse de ellos, santificadlos cuando todavía son inocentes, consagradlos al Espíritu cuando todavía no hayan sacado los dientes. ¡Qué pusilanimidad y qué falta de fe la de las madres que temen al carácter bautismal por la debilidad de su naturaleza! Antes de haberlo traído al mundo, Ana dedicó a Samuel a Dios, e, inmediatamente después de su nacimiento, lo consagró; desde entonces, lo llevó vestido con un hábito sacerdotal sin ningún temor de los hombres, a causa de su confianza en Dios.
No hay necesidad, entonces, de amuletos ni encantamientos, medios de los que se sirve el maligno para insinuarse en los espíritus demasiado ligeros y tornar en su beneficio el temor religioso hacia Dios: oponedle la Trinidad, grande y hermoso talismán.
¿Qué podemos agregar? Para practicar la virginidad, recibe el sello de la pureza, conviértela en asociada y compañía de tu vida; permítele ordenar tu conducta, tus palabras, cada uno de tus miembros, de tus movimientos, de tus sentimientos. Rodéala de honores para que constituya tu belleza, para que otorgue a tu rostro todo su encanto y lo adorne con una diadema de atractivos. Unido por los lazos del matrimonio, agrégale los del sello bautismal, recurre a él continuamente para salvaguardar tu continencia, con más seguridad, no hay duda, que innumerables eunucos y porteros. Independientemente de los lazos de la carne, aborda sin temor la iniciación bautismal, pues es posible permanecer puro después del matrimonio, soy yo quien lo garantiza, cuando concluyo y presido tales uniones. El carácter más honorable de la virginidad no hace del matrimonio una condición sin honor. Lo digo ante el ejemplo de Cristo, el esposo y el novio que hizo un milagro en favor de un matrimonio y honró esa unión con su presencia. Solamente es necesario que el matrimonio sea puro y esté despojado de toda concupiscencia grosera. Yo sólo pido una cosa: que cada uno reciba el bautismo para su seguridad y consagre, a ese don, un tiempo de castidad. Esos momentos reservados a la plegaria son más preciosos que todos los negocios y deben ser fijados por un acuerdo y un consentimiento común. No es la ley, sino un consejo, pues queremos, en vuestro interés y por vuestra seguridad común, interesarnos un poco otros asuntos.
Para decirlo todo de una vez, el bautismo es singularmente útil a todo género de vida y a toda situación; el hombre libre lo considerará como un freno; el esclavo, como una señal de igualdad con su amo. Consuelo para el desaliento, disciplina reguladora para los desbordamientos del temperamento, es para el pobre una riqueza segura y para el hombre acomodado una garantía de que administrará bien su fortuna. Que no imagine que esto es en contra de su salvación, pues si intenta engañar a los otros, se puede engañar a sí mismo: una broma respecto a su salvación sería demasiado arriesgada y demasiado necia.
18. En lo relativo al peligro de que el contacto con la multitud y las manchas de la vida política agoten la misericordia divina, mi respuesta es categórica: en la medida de lo posible, es necesario huir del ágora y su brillante concierto en un vuelo de águila o, mejor, de paloma (¿puede haber algo en común entre el cristiano y César o las gentes del César?). En la medida en que se rehúse toda concesión, no habrá ni pecado, ni mancha, ni mordedura de la serpiente sobre la ruta, para detener la marcha en el camino divino. Es necesario arrancar el alma del mundo, huir de Sodomía y su incendio, marchar sin volverse para no ser transformado en estatua de sal, buscar la salvación en dirección a la montaña, para no resultar quemados en el incendio.
Sin embargo, en caso de que, retenido por lazos anteriores, no se pueda huir del mundo de esa manera, he aquí el razonamiento que yo haría si estuviera en vuestro lugar. Lo preferible es unir a la pureza bautismal el triunfo sobre el pecado, pero si se debe considerar la alternativa, es necesario, a veces, aceptar alguna mancha leve en el contacto con el pueblo antes que perder totalmente la gracia; del mismo modo a mi parecer, es preferible sufrir un reproche de un padre o un maestro, antes que ser expulsado por él; ver poco, a permanecer en la completa oscuridad. La sabiduría obliga a elegir los mejores bienes y los más perfectos, e, igualmente, los males menores y más leves.
De igual modo, no se debe temer exageradamente un castigo purificador infligido por el juez bueno y misericordioso que considera nuestras ocupaciones en el momento de apreciar nuestra conducta. Y a menudo, a sus ojos, un mediocre esfuerzo moral realizado en medio del mundo, es más valioso que una vida solitaria que no llega a la perfección. De la misma forma, resulta más admirable dar algunos pasos sufriendo impedimentos, que correr libremente sin llevar ninguna carga; sobresalir sólo un poco en medio del estiércol, que conservar una perfecta limpieza transitando sobre una ruta limpia. La prueba está en que, a pesar de su conducta por demás criticable, la cortesana Rahab fue justificada moralmente por la práctica de la hospitalidad, y en que la humildad elevó al publicano que no podía alegar otra cosa. Esos ejemplos muestran que no se debe desesperar demasiado fácilmente acerca de sí mismo.
19. Pero se objetan desventajas al hacerse bautizar rápidamente: uno, por este medio, se prohibe los encantos de la vida cuando podría abandonarse al placer y recibe, en cambio, solamente el beneficio de la gracia. Los primeros en trabajar en la viña no recibieron más y los últimos obtuvieron el mismo salario. La objeción, muy común, nos saca de la confusión; haciéndola, se revela la razón profunda que nos empuja a postergar el bautismo. Yo no alabo en ella la malicia, sino la franqueza. Vamos, comprended bien el sentido de la parábola, para no experimentar la desdicha de apoyaros en la Escritura equivocadamente.
En primer lugar, no se trata aquí del bautismo, sino de las diferentes épocas en que se abraza la fe y se entra en la hermosa viña de la Iglesia; desde el día y la hora en que se adhiere a la fe, se solicita también el trabajo.
A continuación, si se tiene en cuenta la fatiga, los primeros en llegar pueden estar en ventaja, pero no lo están si se tiene en cuenta la buena voluntad de la decisión. Incluso, aunque la pretensión pueda parecer paradojal, se podría decir que a los últimos se les debería un salario mayor. Su llegada más tardía se debió, únicamente, al retraso del llamado para trabajar en la viña. Pero podemos ver, sin embargo, su superioridad sobre los demás, ya que los primeros se rehusaron a tener confianza y no entraron sin antes haber convenido el salario.
Los otros se dirigieron al trabajo sin previo acuerdo, signo de una fe más grande.
Los unos mostraron su naturaleza celosa y querelladora, nada de eso se puede reprochar a los otros. Aquéllos, entonces, a pesar de su mala intención, recibieron su salario estricto, mientras que a éstos se los favoreció. Así, a justo título, los primeros, por razón de su necedad, fueron privados de una mayor recompensa. Pero, examinemos bien lo que recibieron los últimos. Está claro: un salario igual. ¿Por qué, entonces, acusar al empleador de ser parcial puesto que paga el mismo salario a todos? Por todos los defectos que hemos denunciado, los primeros pierden la ventaja de su sudor, aunque hayan trabajado antes que los otros. La buena voluntad compensa, entre los últimos, la fatiga que soportaron los primeros; es por consiguiente justo distribuir a todos un salario igual.
20. Pero, entremos en una interpretación semejante y supongamos que la parábola hace alusión al bautismo. ¿Qué te impediría, si llegaste primero y fuiste quemado por el calor del sol, en lugar de tener envidia de los recién llegados, poseer, por ese medio, la ventaja de tu bondad? ¿Qué te impide tomar la retribución, no como un favor, sino simplemente como el salario que había sido convenido?
Pero tú agregas que los obreros que trabajan en la viña sólo reciben su salario si trabajan sin fallar. He aquí el peligro que temes. Es por ello que, si te has asegurado de obtener el bautismo con tales sentimientos, a pesar de la deshonestidad que hay en escapar al trabajo, sería excusable que te refugiaras en razonamientos parecidos y trataras de conseguir los favores del amo. Yo no hablo de la recompensa que el trabajo comporta en sí mismo, porque no todo consiste en el espíritu mercantil. Pero sucede que te arriesgas, con ese comercio, a ser expulsado por completo de la viña. Y apartando fraudulentamente pequeños granos, te arriesgas a perder lo principal. ¡Vamos!, obedece mis consejos, abandona tus exégesis contradictorias, acércate al bautismo sin considerar razonamientos por temor a ser llevado sin haber alcanzado lo que esperas, y no trabajes inconscientemente contra ti mismo imaginando semejantes sofismas.
21. Sin embargo, se dice, Dios es misericordioso: conociendo nuestros pensamientos, explorando nuestros deseos, acordará al deseo del bautismo el mismo valor que al bautismo mismo. Sería una concepción ininteligible pretender que la bondad divina pueda considerar como iluminado a aquel que no ha recibido la Juz y admitir en el reino de los cielos a aquel que quiere entrar en él sin practicar la ley de ese reino. Yo diré, sin temor, mi sentimiento, esperando que mis oyentes inteligentes lo compartan.
Antes de su bautismo, algunos eran totalmente extraños a Dios y a la salvación y, en su empecinamiento por hacer el mal, estaban sumergidos en vicios de toda clase. Otros, por así decir, semi-malvados, se encontraban a mitad del camino entre la virtud y el vicio, hacían el mal sin consentir plenamente sus actos del mismo modo que los afiebrados no aceptan su enfermedad. Existían otros que, incluso antes de su iniciación bautismal, merecían alabanza: algunos, por su buen natural, otros, por su celo en purificarse preparándose para el bautismo y que, después del bautismo, se mostraron, por su manera de aprovechar sus beneficios, todavía más seguros de conservarlos. Entre todos, aquellos que sólo se dedicaban mediocremente al vicio, eran mejores que los francamente malvados; y mejor aún que tales semi-convertidos, son aquellos que, con mucho celo, purificaron su conciencia antes del bautismo; su tarea, en efecto, fue más considerable. Pues si bien el bautismo destruye el pecado, no suprime las buenas acciones; de tal modo, mejores todavía que éstos, son aquellos que, después de haber recibido el bautismo, cultivan la gracia purificándose lo más posible para alcanzar la belleza del alma.
22. Entre los no bautizados, algunos, en la medida de su ignorancia o de su maldad, viven como los rebaños o como las fieras. A sus otros males se agrega el de considerar la gracia bautismal, a la vez como poco respetable y totalmente superflua y, en consecuencia, la desprecian. Otros conocen el favor bautismal y su valor, pero a causa de su indolencia o de sus deseos insaciables, difieren su recepción. Otros, en fin, no pueden recibirla a causa de su poca edad o de alguna circunstancia completamente involuntaria: a pesar de su deseo, no pueden obtener esa gracia.
Como para los bautizados, hay entre ellos mucha diferencia. El desprecio absoluto de la gracia es más culpable que la pasión insaciable, que la pasión desenfrenada o la indolencia que hacen desdeñar la respuesta a sus beneficios; esta misma es todavía condenable y no, en cambio, la imposibilidad de recibir el don por impotencia personal o por causa de las acciones de un tirano. Éste, en efecto, se limita a mantener al hombre en su error, a pesar de sí.
Yo pienso que, entre ellos, los primeros serán castigados por su desprecio hacia el bautismo tanto como por su maldad. Los restantes serán castigados también, pero menos duramente, por haber construido su desdicha empujados por su necedad más que por la maldad. Los últimos no recibirán, del juez justo, ni glorificación ni castigo: privados del sello bautismal, sin falta por su parte, sufrirán el daño aunque no lo hayan causado. Pues (se puede no merecer castigo y además, no merecer honor) la imposibilidad de castigar justamente entraña también la imposibilidad de honrar.
Señalo además que, si el solo proyecto de matar entrañara la misma culpabilidad que la perpetración del crimen, se podría entonces, conforme a vuestra opinión, considerar como bautizado a aquel que lo ha deseado pero no ha recibido el bautismo. Si tal hipótesis es factible, no veo la exactitud de vuestra opinión. O bien, si así lo queréis, desde el momento en que el deseo posee la misma eficacia que el bautismo mismo y que, por esta razón, reivindicáis para él la gloria del cielo, que os baste, en cuanto a esa gloria, poseer nada más que el deseo de alcanzarla. ¿Qué daño puede haber para vosotros en no obtenerla, si podéis conservar el deseo de lograrla?
23. Entonces, tal como habéis escuchado decir: "Avanzad hacia él, recibid su luz y vuestros rostros no deberán temer la confusión," de haber faltado a la gracia. Recibid la iluminación (bautismal) mientras todavía es tiempo para evitar que "la oscuridad se ponga a perseguiros, os prive de la luz y os aprisione." "La noche viene después de esta vida y nadie puede entonces trabajar." La primera máxima era de David: se refiere a la verdadera Luz que ilumina a todo hombre a su llegada al mundo. Considerad, por el contrario, la amargura de los reproches dirigidos por Salomón contra vuestra pereza y vuestra indolencia: "¿Cuánto tiempo es necesario para convencerte, perezoso? ¿Cuándo despertarás de tu sueño?" Pero vosotros ponéis por delante esto y aquello, todos malos pretextos para permanecer en vuestras faltas: "Yo espero la fiesta de las Luces... la Pascua me parece preferible...
Esperaré a Pentecostés..." En un primer momento os parece preferible ser iluminado con Cristo, luego resucitar con él en el día de su resurrección, finalmente, honrar la manifestación del Espíritu. ¿Y todavía más? Vuestro fin llegará súbitamente, en un día inesperado, a una hora que no podéis conocer: en seguida, malvado viajero, conoceréis el dolor de no poseer la gracia, permaneciendo hambriento en medio de una tal profusión de bondad. Para que suceda lo inverso, será necesario, por el contrario, apresurarse a recoger la cosecha, apagar la sed en la fuente con el ardor del ciervo sediento que se precipita hacia el manantial y calma en sus aguas la fatiga de haber corrido demasiado; evitar, sobre todo, el sufrimiento de Israel por la sequía debida a la falta de pozos o, como el héroe de la fábula, el suplicio de la sed junto a las aguas de una fuente. Sería tan terrible tratar de realizar los negocios una vez que el mercado ha terminado como ponerse a buscar alimento después de haber pasado junto al maná sin tocarlo. ¡Terrible desdicha la de una reflexión demasiado tardía; cuando se comprende el daño en el momento en que ya no se lo puede evitar, después de la muerte y la sanción divina sobre los actos de cada uno: castigo de los pecadores y exaltación de los santos!
De tal modo, sin demorar en acceder a la gracia, poned toda vuestra diligencia en evitar que un malvado se apodere de ella antes que vosotros, que un adúltero se os adelante, que un avaro esté mejor colocado que vosotros, que un asesino tome la recompensa antes que vosotros; o un publicano o un libertino, todos aquellos que toman con todas sus fuerzas el reino de los cielos, se apoderan de él. Pues la bondad divina consiente en que sea tomado por la fuerza y celosamente conservado.
Yo os aconsejo, mis amigos, poner tanta hesitación ante un hecho malo como prontitud en obtener vuestra salvación: existe tanto daño en el apresuramiento para hacer el mal, como en el retardo opuesto al bien. Si sois invitados a un banquete, {guardaos de acudir! Si se os invita a incurrir en apostasía, ¡retiraos con horror! Frente a la sugestión de los malvados: "ven con nosotros a perpetar un homicidio y engañar a la justicia enterrando a la víctima inocente," ¡guardaos de escuchar! Poseeréis, así, la doble ventaja de hacer conocer su falta a esos descreídos y de apartaros de su mala compañía. Pero cuando escuchéis al gran David deciros: "Venid, alabemos al Señor" y a otro profeta: "Venid, subamos a la montaña del Señor," y si el mismo Salvador dice: "Venid a mí los que estáis fatigados bajo el peso de vuestra carga, yo os aliviaré," o bien, "Levantaos, salgamos de aquí, más resplandecientes que la nieve, más blancos que la leche, más brillantes que el zafiro, no resistáis, no demoréis.
Imitemos a Pedro y a Juan, como ellos se apresuraron hacia la tumba y la resurrección, apresurémonos nosotros hacia el bautismo; corramos juntos y rivalicemos en la carrera para ser los primeros en tomar el bien por el que luchamos. No vayáis a decir: "Id vosotros, y volved mañana para que yo reciba el bautismo," cuando podéis beneficiaros hoy. Ni tampoco: "Yo quiero tener cerca de mí a mi madre y mi padre, mis hermanos, mi mujer, mis hijos, mis amigos, todos los que yo respeto, para recibir ante ellos la salvación.
En tanto no estén todos aquí, no será todavía el momento para esa exaltación celestial." ¡Desdichados, os arriesgáis a que aquellos a quienes esperáis asociar a vuestra alegría, lleguen para tomar parte en vuestro duelo; tanto mejor si ellos están allá, de lo contrario no los esperéis más!
Podéis avergonzaros de pedir vuestro regalo para el bautismo, de la túnica blanca que os hará resplandecer, de los regalos que ofreceréis a vuestros padrinos para obtener su favor. Sin duda pensáis que esos detalles son de absoluta necesidad y que en vuestra consideración la gracia divina debe pasar a un segundo plano; ¡no entréis en esas pequeñeces a propósito de la grandeza del sacramento, no tengáis un pensamiento tan bajo! ¡Debéis colocar el misterio sagrado en un lugar más alto que todo lo visible! ¡Ofreceos personalmente a Dios! ¡Revestid a Cristo! Dadle vuestra buena conducta como alimento, ésa es la señal de amistad más sensible y la que produce mayor placer a Dios a cambio de un beneficio tan grande. No hay cosa más considerada por Dios que aquello que pueden dar también los pobres, aquello de lo que no pueden ser dispensados los ricos. Por lo demás, aunque existe superioridad de la riqueza sobre la pobreza, la generosidad supera a la riqueza.
24. Que nada os impida continuar adelante ni retarde vuestro propósito. En el calor de vuestro deseo tomad el objeto deseado: como sucede cuando se baña el hierro al rojo con el agua fría, cuidad que nada sobrevenga que pueda quebrar vuestro impulso. Del mismo modo que yo tengo el lugar de Felipe, tomad vosotros el de Candacio, para decir con él: "He aquí agua, ¿qué impide que sea bautizado?,"29 con toda la alegría de tomar al vuelo la ocasión de un beneficio tan grande. Pedid, recibid el bautismo y con él la salvación. Si tenéis el cuerpo negro de un etíope, dad a vuestra alma toda su blancura, asegurad vuestra salvación, el privilegio más elevado y el más considerable que existe a los ojos de la inteligencia.
No exijáis que os sea administrado por un obispo metropolitano, ni incluso el de Jerusalén — la gracia no se relaciona con los lugares, sino con el Espíritu — ni tampoco por alguien de alto linaje con el pretexto de que sin ello vuestra nobleza se vería ultrajada. Ni por un sacerdote que sea célibe y que lleve una vida de angélica continencia por temor de que alguien os ensucie en el momento mismo de vuestra purificación. No hay que exigir garantías morales a aquellos que distribuyen el bautismo o la palabra de Dios: existe otro que debe juzgarlos, semejante a un hombre por el rostro, pero que, como Dios, penetra en el fondo de los corazones. Considerad que cualquiera posee el derecho de administrare! bautismo, siempre que sea un sacerdote aprobado, exento de condenación infamante y no separado de la Iglesia. No juzguéis a vuestros jueces, vosotros que personalmente tenéis necesidad de sus medicamentos; rehusaos a argumentar sobre la dignidad de aquellos que os purifican, a diferenciar entre aquellos que os engendran para la fe. Que sean mejores o más débiles unos que otros, todos os son igualmente superiores.
Seguid mi comparación: si existen dos anillos, uno de oro y el otro de hierro, cincelados ambos con el mismo sello real que sirve para imprimir su marca en la cera, ¿existirá en tal caso diferencia entre las dos improntas? Ninguna. Evidentemente, nadie podrá reconocer la materia del sello que ha señalado una y otra, ni decir cuál viene del hierro y cuál viene del oro, ni explicar su identidad, puesto que tal diferencia de materia deja, sin embargo, una imagen idéntica. Lo mismo sucede con todo bautismo; cualquiera sea la superioridad social de aquel que lo administra, el valor del sacramento sigue siendo el mismo, se deben aceptar para otorgarlo a todos aquellos que están señalados por la misma fe.
25. Nadie puede argumentar sobre su riqueza para rehusar en el bautisterio la compañía de un pobre, ni sobre su nobleza de raza para rehusar la de un hombre de baja condición, ni que se trata de un amo para negarse a acompañar a aquel que es hasta ese momento su esclavo. No puede existir en ello humillación que valga ante Cristo, en quien se os otorga el bautismo y que, por vosotros, aceptó revestir la condición servil. En el día de vuestra regeneración, todas las antiguas señales desaparecerán, recubiertas por la señal de Cristo.
Aceptar el reconocimiento público de los errores, tal como se hacía en el bautismo de Juan, para que la vergüenza que de ello resulta evite la vergüenza en el más allá, es una parte integrante del castigo que se debe soportar y sirve para demostrar el arrepentimiento real por esos errores, presentándolos al desprecio público. Recibir de buen grado el beneficio espiritual de un exorcismo que por su extensión llevaría a rehusarlo, es la piedra de toque de la actitud con que se debe recibir el don del bautismo. ¿Comporta acaso tantos esfuerzos como los de la reina de Saba para venir desde las extremidades de la tierra a comprobar la sabiduría de Salomón? ¿Acaso no hay aquí algo mucho más importante que la sabiduría de Salomón? Si, para llegar al bautismo, vale la pena enfrentar la longitud de la ruta, la extensión de los océanos, incluso el fuego que atraviesa el camino y todos los obstáculos grandes y pequeños, ¡cuánta necedad habrá en diferirlo cuando se puede obtener sin penurias ni trabas el objeto de los deseos!
"¡Sedientos, venid a la fuente!" — para responder a la invitación de Isaías — , incluso sin dinero, venid a hacer vuestras compras y a beber el vino sin desembolsar nada. ¡Qué empresa inspirada por el amor! ¡Qué facilidad en la adquisición! Para obtener el bien es suficiente desearlo y ponerse a buscarlo con un ardor proporcionado a su inmenso valor. Existe una sed que resulta saciada en aquel que prodiga el bien hacia quien lo recibe. Muy cerca de vosotros, con la abundancia de sus dones, está Cristo, poniendo más placer en dar que en recibir. Solamente tened cuidado de que no os reproche mezquindad si le pedís demasiado poco, o beneficios indignos de su generosidad.
¡Qué felicidad que Cristo, como la Samaritana, pida solamente beber y otorgue, en cambio, la fuente de la que brota la vida eterna! ¡Qué felicidad que él siembre arroyos en una tierra que será mañana trabajada y regada aunque hoy se encuentre, por culpa de su aridez, pisoteada por el asno y por el buey y violentada por su desatino! ¡Qué felicidad también, para el oasis seco, invadido por los juncos, ser regado por el Señor, que le hace producir, en lugar de los tallos groseros e inútiles de esos juncos, el trigo que alimentará a los hombres! Todas son razones para esforzarse por obtener la gracia ofrecida a todos los hombres.
26. Todo esto está bien dicho para aquellos que solicitan por sí mismos el bautismo, pero ¿qué podemos decir de los niños, todavía de poca edad, que son incapaces de darse cuenta del peligro en que están y de la gracia del sacramento? ¿Se los bautizará también? Ciertamente, en caso de peligro inmediato es mejor bautizarlos sin su consentimiento que dejarlos morir sin haber recibido el sello de la iniciación. Estamos obligados a decir lo mismo que respecto a la práctica de la circuncisión, la que se realizaba en el octavo día prefigurando el bautismo y que también se ejercitaba sobre niños desprovistos de razón. De la misma manera se realizaba la unción sobre los travesanos de la puerta y que, aun cuando se tratara de cosas inanimadas, protegía a los primogénitos.
¿Respecto a los demás niños? He aquí mi opinión: esperad a que lleguen a la edad de tres años, de modo que sean capaces de comprender y expresar someramente los misterios; a pesar de la imperfección de su inteligencia, reciben la señal, y su cuerpo, lo mismo que su alma, se encuentra santificado por el gran sacramento de la iniciación. Ellos deberán rendir cuenta de sus actos en el momento preciso en que, en plena posesión de la razón, lleguen al conocimiento completo del Misterio, pues no serán responsables de las faltas que les haga cometer la ignorancia propia de su edad. Además, de todos modos les resulta ventajoso poseer la muralla del bautismo para protegerse de los peligrosos ataques que caen sobre nosotros y sobrepasan nuestras fuerzas.
27. Pero, se dirá, Cristo, que es Dios, se hizo bautizar a los treinta años y tú nos empujas a precipitarnos al bautismo. Afirmar de ese modo su divinidad, es lo que resuelve la objeción. Él, la pureza misma, no necesitaba purificación, pero se hizo purificar por vosotros como por vosotros se hizo carne, pues Dios no tiene cuerpo. Además, él no corría ningún peligro por retardar su bautismo, pues podía regular a voluntad su sufrimiento como había regulado su nacimiento. Para vosotros, por el contrario, no sería pequeño el peligro, en caso de abandonar el mundo sin haber recibido, a vuestro nacimiento, más que una vida perecedera, sin estar revestidos de incorruptibilidad.
Yo os señalaré, además que la fecha de su bautismo se le imponía, y que vosotros carecéis, absolutamente, de la misma razón. Si debía manifestarse a los hombres a la edad de treinta años, y no antes, para evitar cualquier apariencia de vanidad, defecto común de los tontos, y porque esa edad, permitiéndole exponer adecuadamente su virtud le otorgaba ascendiente para enseñar magistralmente al mundo, era necesario que concurriera a esa misión con todo lo que debía constituirla: su vida pública, su bautismo, el testimonio venido del cielo, la predicación, el agrupamiento de las multitudes, los milagros; todo ello formando un solo cuerpo, ni dividido ni quebrado por intervalos de tiempo. Fue, efectivamente, a continuación del bautismo y de la predicación que las multitudes se "dirigían" a su encuentro (ése es el término que utiliza la Escritura en esa ocasión). Del mismo modo que la multitud se acerca a la manifestación de los signos, los milagros traen la Buena Nueva. De esos acontecimientos nació la envidia, y de la envidia el odio; y del odio, el complot y la traición. De allí, en fin, salieron la cruz y todo el misterio de nuestra redención. He aquí, entonces, lo que ha sido el bautismo para Cristo, aquello que, por lo menos, está a nuestro alcance. Sin duda se podría además, encontrar otra explicación más misteriosa de esos acontecimientos.
28. ¿Qué necesidad hay, entonces, de apoyar tontas decisiones sobre ejemplos que trascienden la humanidad común? Muchos otros ejemplos extraídos del Evangelio manifiestan su diferencia con la situación actual, debido a distintas circunstancias.
Así, el ayuno de Cristo precedió a su tentación, el nuestro a la celebración de la Pascua. Si bien el acto de ayunar es el mismo, la ocasión en que se cumple es muy diferente: Cristo lo opuso al ardor de las tentaciones, nosotros lo hacemos como una preparación para morir con Cristo y una purificación que precede a la fiesta. Él, que era Dios, ayunó durante cuarenta días, nosotros, midiendo el tiempo en relación a nuestras fuerzas, aun cuando el celo persuade a algunos a sobrepasar sus fuerzas. Además, mientras que Cristo inició a sus discípulos en el misterio de la Pascua en una habitación alta después del festín Pascual, víspera del día en que debía sufrir, nosotros lo hacemos en nuestras casas de oración, antes de la comida, después de la resurrección; él resucitó después de tres días; nosotros lo haremos después de mucho tiempo.
Entonces, entre los actos de Cristo y nuestros ritos bautismales no hay discordancia real, solamente una discontinuidad temporal y, si bien los episodios evangélicos les sirvieron de modelo, esos ritos están lejos de ser absolutamente semejantes a ellos. ¿Puede sorprendernos, entonces, que el bautismo, adoptado para nuestras salvación, haya llegado con el tiempo a ser diferente? Más sorprendente todavía es que alguien ose hacer de esta diferencia un grave obstáculo para su salvación personal.
29. En la medida en que yo os inspire confianza, enviad a paseo tales razonamientos, arrojaos personalmente hacia el bien, sosteniendo la doble lucha, primero, la de purificaros, para prepararos al bautismo, y en seguida, la de velar con cuidado para conservar su efecto en vuestra alma. Es tan difícil adquirir una ventaja que no se posee, como conservarla cuando se la posee. Frecuentemente la despreocupación hace perder las ventajas adquiridas precipitadamente, pero el esfuerzo llama nuevamente a la vida aquello que la pereza dejó morir.
Para realizar vuestras aspiraciones, os será muy útil velar por la noche, acostaros en un lecho duro, suplicar a Dios llorando por vuestros pecados, tener piedad de los míseros y compartir con ellos vuestros bienes. Todo esto para manifestar vuestro reconocimiento por el don que habéis recibido y, al mismo tiempo, para asegurar su conservación. El resumen de muchos mandatos es la beneficencia: ¡no la menospreciéis! Que las encuestas a los pobres os hagan recordar vuestra indigencia pasada y vuestra riqueza actual. Ante un nuevo Lázaro, tal vez acostado ante vuestra puerta sin pan ni bebida, honrad el banquete místico al cual os aproximasteis, el pan que habéis compartido, el cáliz que se os ha tendido, cuando, en el momento de la iniciación, se os ha dado una parte en los sufrimientos de Cristo.
En la persona del extranjero, en viaje y sin casa que os aborde, recibid a aquel que, por vosotros, vivió como extranjero aun cuando estuviera en medio de los suyos, aquel que, habiendo venido por puro favor a compartir vuestra casa, se dignó elevaros a su morada celestial. A ejemplo de Zacarías, ayer publicano y manifestando súbitamente una perfecta grandeza de alma, ofreced todas vuestras riquezas a Cristo que penetra de ese modo en vuestra casa; del mismo modo, por haber sabido ver a Cristo en vuestro huésped, apareceréis también vosotros en toda vuestra grandeza, cualquiera sea vuestra exigüidad corporal.
Frente a un enfermo y a un herido, tened en cuenta la santidad que Cristo os ha rendido, las heridas que él os ha consagrado. Envolved a todos aquellos que veis en la desnudez, por respeto a vuestra vestidura de incorrupción, que es Cristo, pues, "cuantos en Cristo fuisteis bautizados, tantos os habéis revestido de Cristo."30
Del deudor prosternado a vuestros pies, perdonad todas las deudas, legítimas o no, ante el recuerdo de los diez mil talentos que Cristo os ha perdonado, cuidando de no imitar el despiadado rigor del acreedor que exige el pago de las deudas más pequeñas. Este favor lo debéis a vuestros compañeros de pena, puesto que el Maestro nos ha perdonado mucho por adelantado; por lo tanto, guardaos de ser castigados por no haber imitado la generosidad que os había sido dada como ejemplo.
30. El bautismo lava, no solamente vuestro cuerpo, sino también la imagen que lleváis, borrando vuestros pecados y rectificando vuestro comportamiento. No se limita a limpiar el lodazal que ocupaba precedentemente vuestra alma, sino que purifica, además, la fuente. Su marca imprime en vosotros, no solamente la honestidad en el mercado, sino también el desprendimiento de vuestros bienes, o, por lo menos, el abandono del bien mal habido. En efecto, ¿qué provecho existiría en recibir vosotros perdón por vuestra falta, sin que hubiera una compensación para la víctima del daño que habéis hecho? Sin ello, vuestro daño es doble: por haber adquirido deshonestamente y por conservar la ganancia. La absolución por el primero os dejaría culpables del segundo mientras el bien perteneciente a otro estuviera en vuestro poder; vuestra falta no habría desaparecido, sólo estaría, temporalmente, cortada en dos. Una parte habría sido perpetrada antes del bautismo, la otra se prolongaría después de él. El bautismo lava las faltas cometidas en el pasado, no las que se continúan cometiendo.
El bautismo no debe señalar al alma con un ligero tinte sino con una impronta profunda. Es necesario que seas clarificado íntegramente y no superficialmente. No basta que la gracia arroje un velo sobre los pecados, es necesario que los elimine. "Felices aquellos cuyas iniquidades han sido perdonadas." Se trata, aquí, de la purificación completa. "Y aquellos cuyo pecado ha sido cubierto por un velo." Se trata ahora de aquellos que no han sido todavía purificados en profundidad. "Bienaventurado el hombre a quien el Señor no imputará ya su pecado."31 He aquí una tercera categoría defaltas, las acciones que no son dignas de alabanza, pero en las cuales la voluntad no ha tenido parte.
31. ¿Qué decir? ¿Qué razonamiento sostener? Ayer, alma encadenada, curvada por tu pecado; hoy, has sido enderezada por el Verbo. No te curves nuevamente, no te inclines hacia la tierra como si hubieras sido cargada por el Maligno con una picota; no permitas que reaparezca tu bajeza.
Ayer tú te disecabas, cubierta por un flujo de sangre — tú hacías correr tu pecado de escarlata — , pero hoy tu sequedad ha pasado, has florecido, tocando los dobleces del manto de Cristo has detenido tu derramamiento. Conserva el efecto de tu purificación, no dejes comenzar nuevamente tu flujo de sangre, no te coloques en un estado que te obligue a tocar a Cristo para recuperar la salvación. Pues Cristo, aun con su extrema bondad, no quiere que se lo invoque muy a menudo.
Ayer, tú estabas acostado sobre un lecho, abandonado y quebrado; hacía falta un hombre que te arrojara en la piscina cuando el agua se agitara. Hoy, has encontrado a ese hombre, que es también Dios, o mejor, Dios y hombre. Has sido levantado de tu lecho, o mejor, has levantado tu lecho por ti mismo y has publicado ese beneficio. No caigas nuevamente, por tus faltas en el lecho. Ese lecho de pecado donde el cuerpo se revuelca en los placeres. Comienza mejor a caminar en la postura en que te mantienes; recuerda esta orden: "Hete aquí curado: no peques más, por miedo a que te suceda lo peor," si muestras malicia después de ese beneficio.
"Lázaro, ven afuera." Acostado en la tumba has escuchado ese llamado resonante — pues no hay voz más imponente que la del Verbo — ; tú has salido, tú, que estabas muerto, no sólo durante cuatro días, sino por mucho tiempo más. Tú has resucitado con Cristo en el tercer día, no vuelvas a caer ahora en la muerte, no te unas a aquellos que habitan en las tumbas, no te dejes confundir por tus propios pecados. Pues no es seguro que puedas resucitar y salir de la tumba cuando resuciten todos, al fin de los tiempos. Pues, ese día, toda la creación será reunida ante el tribunal, no para ser curada, sino para ser juzgada y rendir cuentas de los tesoros que haya acumulado, en el bien o en el mal.
32. Si estuviste hasta ahora cubierto de lepra, esa horrible enfermedad, si has sido limpiado de ese humor maligno y has recuperado un alma sana, entonces muéstrame a mí, tu sacerdote, que has sido purificado, para que yo reconozca que esa purificación es más real que la reclamada por la ley. No estés entre los nueve ingratos, imita al décimo leproso. Aunque fuera un samaritano, tenía más nobles sentimientos que los otros. Cuídate de no cubrirte nuevamente de lepra para no tener que buscar otra vez la cura de esta enfermedad.
Antes, la avaricia y la mezquindad secaban vuestras manos; que hoy la limosna y la bondad te las hagan extender. Los cuidados que debemos prodigar a nuestra mano enferma consisten en ofrendar, en dar a los pobres, en tomar de los bienes que tenemos en abundancia hasta tocar el fondo; y puede ser que ese fondo se transforme en fuente de alimento para ti, como sucedió con la viuda de Sarepta; sobre todo, si tu huésped fuera Elías, hay que considerar como hermosa riqueza el quedarse sin recursos por causa de Cristo, que se empobreció por nosotros.
Si estás sordo y mudo, debes retener aquella palabra que ya resonó para ti. No cierres tus oídos a la enseñanza y a los consejos del Señor, como una serpiente ante el encantador. Si estás ciego y sin luz, aclara tus ojos para no caer en el sueño de la muerte. En la luz del Señor, contempla la luz. En el Espíritu de Dios, fija los ojos sobre el Hijo, la luz trinitaria e indivisa. Si recibes toda la Palabra, concentra sobre tu alma todas las curaciones de Cristo, todas aquellas de las que cada uno se ha beneficiado.
Sobre todo, no olvides que la gracia tiene límites. Ten cuidado del enemigo, que no llegue mientras tú duermes sin inquietudes, para perjudicarte, sembrando la cizaña sobre el grano bueno. Que, después de haber excitado la envidia por tu pureza, no desciendas por tus pecados a concitar su piedad. Después de haber alcanzado el bien que recibiste, después de haber sido elevado por encima de toda medida, cuídate de no caer en medio de tu vuelo. No temas preocuparte excesivamente por conservar la pureza bautismal. Pon en tu corazón los caminos que suben hacia el Señor. Conserva con cuidado el acta del perdón que has recibido por un puro favor. pues, si bien el perdón te vino sólo de Dios, te corresponde a ti velar celosamente por conservarlo.
33. ¿Cómo lograrás esto? Recuerda siempre estas palabras y podrás perfectamente acudir en tu propia ayuda. El espíritu impuro y grosero salió de ti, fue arrojado de ti por el bautismo. No soporta haber sido expulsado, no se resigna a permanecer sin morada y sin hogar. Vaga por lugares áridos, donde le falta el divino rocío. No es allí donde quiere estar. Ambula en busca de reposo sin hallarlo. Encuentra en su camino las almas bautizadas, a quienes el bautismo les ha lavado la malicia. Tiene horror del agua, está sofocado por la pureza como el demonio Legión por el mar. Retorna entonces a la casa de donde había salido. No tiene pudor y ama la disputa. Repite sus asaltos haciendo un nuevo intento. Si encuentra a Cristo ocupando el lugar que dejó vacío, fracasa nuevamente y se va, sin poder hacer nada, errando sin fin y lamentándose.
Mas si hallara el lugar, que fue limpiado y puesto en orden, nuevamente vacío y listo para recibir al primer ocupante que llegue, irrumpe en él, se instala allí en un sitial aún más importante. Así, este estado, para ese hombre será peor que el anterior. Esto es tan cierto que, si antes existía una esperanza de enderezamiento y de firme seguridad, ahora, en cambio, priva la malicia que ha arrojado al bien atrayendo al mal. He aquí por qué, aquel que habita la casa es el que está más seguro de conservarla.
34. Una vez más, todavía voy a recordarte la luz bautismal. Para ello, elegiré una serie de textos de la Escritura. Para mí será muy grata la tarea, — pues ¿qué hay más agradable que la luz para aquellos que la han gustado? — y para ti, mis palabras serán como una claridad en la que yo te envolveré. "La luz se ha levantado para el justo" y con ella, su compañera, "la alegría." — "La luz luce siempre para los justos." — "Tu esplendor maravilloso desciende las montañas eternas," dice a Dios el Salmista; se trata, yo pienso, de las potencias angélicas que nos ayudan a hacer el bien — "El Señor es mi luz y mi salvación, ¿de qué tendré temor?" Tú has escuchado las palabras de David: tan pronto como pide que le sean enviadas la luz y la verdad, tan presto da gracias por haber recibido su parte, ya que ha sido señalado con la luz de Dios. La señal de la iluminación que le fue otorgada ha dejado su marca en él y se ha manifestado por afuera.
Huyamos sólo de una luz, la que viene del fuego de la violencia. No marchemos a la luz de nuestro propio fuego, ni en el de la llama en que nos consumimos nosotros mismos. Pues yo conozco, como fuego, en primer lugar, aquel que purifica, el que Cristo ha traído a la tierra, él, que se ha llamado a sí mismo un fuego espiritual. Ese fuego tiene el poder de destruir lo que hay en nosotros de material y de malvado. Cristo quiere que arda muy rápido, y nos ofrece, para encenderlo, brasas ardientes.
Conozco además un fuego que no sirve para purificar, sino para castigar. Se trata del fuego de Sodoma, mezcla de azufre y de viento, que Dios hace caer sobre todos los pecadores; o aquel que fue preparado para el diablo y sus ángeles o aquel que marcha ante la faz del Señor y que envuelve a todos los enemigos de su alrededor; y, el más terrible de todos, cómplice del gusano que carcome sin cesar, el fuego que no se extingue, sino que dura eternamente para los malvados. Todos estos fuegos son destructores, a menos que alguien prefiera imaginar un fuego más dulce, digno de aquel que castiga.
35. Así como hay dos clases de fuego, existen también dos clases de luz. La primera, antorcha de nuestra alma, dirige nuestros pasos según los designios del Señor. La segunda es engañadora, indiscreta y opuesta a la verdadera luz; contradice a la primera para engañar con su apariencia. Aunque no es más que tinieblas, toma el aspecto del mediodía, de la luz en su más bello resplandor. Así entiendo yo las palabras de la Escritura referentes a aquellos que huyen sin cesar a través de las tinieblas del mediodía. Esta luz es, en realidad, una noche, pero aquellos que se han dejado corromper por una vida sensual la miran como a una iluminación. ¿Qué es lo que dice al respecto David? "La noche me rodeaba y yo, desdichado, no lo sabía, acogiendo la sensualidad como una luz." Es allí donde se encuentran los pecadores. Pero, nosotros debemos iluminarnos en la luz de la sabiduría y, para ello, es necesario sembrar en la justicia y vendimiar el fruto de la vida, pues tales son los hechos que garantizan la contemplación. Entonces sabremos, entre otras cosas, distinguir la luz verdadera de la falsa y evitaremos tomar el mal por bien, precipitándonos en el abismo sin darnos cuenta.
Seamos luz, tal como los discípulos lo aprendieron de aquel que es la gran Luz: "Vosotros sois la luz del mundo." Seamos luminarias en el mundo levantando en alto la palabra de vida, es decir, siendo poder de vida para los otros. Partamos en busca de la divinidad, partamos a la búsqueda de aquel que es la primera y la más pura luz. Pongámonos en ruta hacia su claridad antes que nuestros pies choquen con montañas tenebrosas y hostiles. Conduzcámonos con decencia en la noche, como en pleno día, no caigamos en los excesos de la mesa ni en los excesos del vino, ni en la lujuria, ni en la impudicia,32 pues tales son los engaños de la noche.
36. Purifiquemos enteramente nuestro cuerpo, hermanos, y consagremos todos nuestros sentidos para que nada se escape a la iniciación, que nada reste del primer nacimiento, nada quede sin ser iluminado.
Que la iluminación bautismal toque nuestros ojos para darnos una mirada recta, para no llevar con nosotros esas imágenes deshonestas que nacen del espectáculo que nuestra vana curiosidad está siempre buscando. Pues, aun no rindiendo un verdadero culto a nuestras pasiones, tenemos, sin embargo, un alma manchada. Consideremos primero, si hay en nuestros ojos una viga o una brizna de paja, luego podremos mirar a los demás.
Que la iluminación toque nuestros oídos, que toque nuestra lengua, para que, escuchando lo que dice el Señor, él nos haga conocer su "misericordia de la mañana," para que percibamos la exultación y la alegría que resuenan en los oídos abiertos a la gracia divina. En cuanto a nuestra lengua, que la iluminación le evite convertirse en espada acerada o en navaja afilada que desata penas y sufrimientos, que, por el contrario, atentos al Espíritu y con lengua de fuego, exprese la sabiduría oculta de Dios que se manifiesta en el Misterio.
Cuidemos nuestro olfato para no ser afeminados, para no dispersar podredumbre en lugar de expandir un aroma delicado. Respiremos sobre todo el perfume del baño que se ha vertido sobre nosotros; dejemos que nuestro espíritu se impregne con él, dejémonos hacer y reformar por él, de manera de exhalar, también nosotros, un buen olor.
Purifiquemos nuestro tacto, nuestro gusto, nuestro paladar, no otorguemos caricias afeminadas, ni gocemos en la molicie. Es mejor que toquemos, a imitación de Tomás, el Verbo que se hizo carne por nosotros. No nos dejemos tentar por las comidas suculentas y las golosinas, dejando lo más amargo a nuestros hermanos; gustemos mejor y conozcamos la dulzura del Señor. No nos contentemos con llevar débiles alivios a nuestro paladar cuando está amargo y desagradable, ofrezcámosle, mejor, la dulzura de aquellas palabras más deliciosas que la miel.
37. Además, es conveniente purificar nuestra cabeza, donde se elaboran nuestras sensaciones, pues eso es mantener erguida la cabeza que es Cristo. De allí, todas las partes del cuerpo toman su coordinación y su unión; purificar la cabeza es arrojar el pecado que nos domina, pero que a su vez es dominado por aquel que es más fuerte.
Es bueno, también, santificar y purificar nuestras espaldas para que puedan llevar la cruz de Cristo, no siempre fácil de llevar. Es bueno, incluso, santificar nuestras manos y pies — las manos para que podamos mostrarlas puras en cualquier lugar y para que puedan tomar la enseñanza de Cristo, de modo que el Señor no monte en cólera y que la acción de nuestras manos testifique la palabra, como la que el Señor confió a la mano del Profeta — y los pies, para que no corran a derramar sangre y no se precipiten hacia el mal; por el contrario, que sean calzados por el Evangelio, listos para llevarnos al premio al que estamos llamados en el cielo y a recibir a Cristo que lava y purifica.
Hay también una forma de purificar nuestras entrañas, que contienen y digieren el alimento que recibimos del Verbo; es bueno que no las tratemos como a un dios, abandonándonos a la sensualidad y a los excesos en la alimentación. Por el contrario, purifiquémoslas lo más posible, despojémoslas de su grosería para que puedan recibir la palabra del Señor y sentir un sano sufrimiento ante el tropiezo de Israel. Yo considero que el corazón y los órganos interiores son dignos también de honor. Yo confío para ello en David, cuando pide que sea creado en él un corazón puro, que sea renovado en sus entrañas un espíritu sin vueltas; de esa manera él designa, creo, la facultad de pensar con sus movimientos, las ideas.
38. ¿Y los flancos? ¿Y los ríñones? No dejemos de lado este problema. A ellos también debe alcanzarlos la purificación. Que nuestros ríñones sean ceñidos y contenidos por la moderación, como lo ordenaba anteriormente la ley para los Israelitas cuando participaban de la Pascua. Nadie es puro a la salida de Egipto. Quien no ha dominado sus pasiones, no escapa al ángel exterminador. Que nuestros ríñones sufran ese virtuoso cambio y dirijan todo su ardor hacia Dios, de modo de poder decir: "Señor, ante ti, todo mi deseo," y "Yo no he deseado la desdicha del hombre." Es necesario, en efecto, que nos convirtamos en hombres apasionados por el Espíritu. Así, ese dragón que hace sentir lo mejor de su fuerza sobre el ombligo y los ríñones, será enterrado, y su poder sobre esas partes quedará destruido.
Nada hay de sorprendente en que yo otorgue honor a las partes indecentes de nuestro cuerpo. Hablando así, las mortifico, las corrijo y me alzo contra la materia. Entreguemos a Dios todos nuestros miembros, consagrémoslos a él enteramente. No es necesario mayor precisión: el lobo del hígado o los ríñones con su grasa, o cualquier otra parte de nuestro cuerpo, ésta o aquélla; pues, ¿por qué debemos despreciar a las otras? Ofrezcámonos enteramente, seamos holocaustos razonables, víctimas perfectas. Hagamos una ofrenda sagrada, no sólo de nuestros brazos o de nuestro pecho, eso sería demasiado poco. Dándonos enteramente nos reencontraremos también íntegramente, pues, darse a Dios y hacerle la ofrenda sagrada de toda nuestra persona es recibir todo sin perder nada.
Además, lo que me produce mayor placer, es conservar excelente el depósito que hace a mi vida y que regula mi marcha. Es por ello que deseo mantener intactas mis fuerzas soportando todas las miserias sin tener en cuenta las dulzuras de aquí abajo. Esta es la confesión que hoy os confío en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, con quienes os voy a sumergir en las aguas del bautismo, para que podáis ascender de nuevo con ellos.
Yo os doy, para acompañar y dirigir vuestra vida, esta divinidad, única y en todo su poder, realizada de manera idéntica en las Tres Personas, que las reúne conservando las Tres su singularidad personal; sin que exista entre ellas igualdad de esencia o de naturaleza, ni el menor acercamiento o disminución, ni de superioridad ni de dependencia relativa, sino, al contrario y desde todos los puntos de vista, una igualdad y una identidad absolutas, semejante a la unidad del cielo en su grandeza y su beldad.
Infinita conexión natural la de esos tres infinitos. Considerado en sí mismo, cada uno es Dios, el Hijo lo mismo que el Padre, el Espíritu Santo lo mismo que el Hijo, conservando cada uno su singularidad personal. Consideradas en conjunto, las Tres son un solo Dios a causa de la identidad de su naturaleza y unidad de su poder absoluto. La unidad de su inteligencia se ilumina con su trinidad y la distinción de tres conduce hacia su unidad. Toda manifestación visible de una de las tres Personas es, a los ojos de la fe, obra, también, de las otras dos. La vista puede llegar a la saciedad, pero lo esencial se escapa: no puede penetrar en la grandeza de ese misterio, sino que se debe considerar como esencial lo que escapa de ese modo a ser tomado por el espíritu. Uniendo a los tres en la contemplación, no se ve más que una antorcha sin poder separar ni medir la perfecta unidad de su luz.
40. Podemos temer, hablando de generación, estar atentando contra la soberana impasibilidad de Dios; yo temo, empleando la palabra "producción," emitir una insolencia hacia Dios, un corte sacrilego, separando al Hijo del Padre, o la esencia del Hijo de la esencia del Espíritu.
El prodigio consiste en que esta falsa apreciación de la divinidad, no se limita a esta producción de la naturaleza divina, sino que llega hasta a subdividirla de nuevo en ella misma. Para esos pobres espíritus, atados a la tierra, no solamente el Hijo es inferior a su padre, sino que tampoco el valor del Espíritu es equivalente al del Hijo: tales son los ultrajes respecto a Dios y su creación, a los que conduce esta nueva teología. En efecto, amigos míos, constituye una lección de sabiduría cristiana, comprender que no existe en la Trinidad ninguna sujeción, ninguna creación ni introducción alguna de elementos extraños.
El divino Apóstol dijo: "Si yo buscara agradar a los hombres, no sería el esclavo de Cristo."33 Si yo adorara a un ente creado o estuviera bautizado en un ente creado, no habría sido divinizado, mi primer nacimiento no hubiera sido transformado. Entonces, ¿qué podría yo oponer a aquellos que adoran a los ídolos de Sidón? ¿o a aquellos que adoran la imagen del Astro, divinidad algo superior a las otras dos a los ojos de los idólatras, pero que sigue siendo una criatura? ¿Qué podría oponerles, en caso de que yo rehusara adorar a esas dos Personas en las que he sido bautizado, o bien, si adorándolas lo hiciera sólo como compañeros de servidumbre? Compañeros de servidumbre, sí, incluso si los honramos un poco más, pues también entre los compañeros de esclavitud se pueden establecer diferencias y preferencias.
41. Yo podría afirmar que el Padre es más grande, pues de él las otras dos Personas, aun siendo iguales en él, tienen su igualdad y su ser. En esto todos concordamos. Pero me temo que a partir de ese principio se atribuya un rango inferior a las otras dos. Sin embargo, sería insultar al Padre, acordarle una preferencia de ese tipo, pues él no puede recoger gloria al rebajar a los que dependen de él. Además, temo que no sepan detenerse, y que adoptando ese término "más grande," lo empleen a propósito de todo y comiencen a dividir, así, la naturaleza divina. Pues no es en relación a la naturaleza que se dice "más grande," sino en relación a la causalidad. En efecto, para los seres que tienen la misma naturaleza, nada puede ser más o menos grande bajo esa relación. Si yo quiero honrar más al Hijo que al Espíritu, porque es el Hijo, el bautismo no me lo permite, puesto que es por el Espíritu que el bautismo me perfecciona.
42. A pesar de que se os reproche adorar tres dioses, no dejéis de conservar con el mayor cuidado el bien esencial de esta fe en la unidad de las tres Personas, y dejadme refutar la objeción. Permitidme haber sido el constructor de vuestro navío, embarcad en él sin temor, a despecho de posibles cálculos y de otros armadores; permitidme haber edificado vuestra casa, habitad allí con toda seguridad, a pesar del poco trabajo que os ha costado.
He aquí la benevolencia, la generosidad del Espíritu Santo a vuestro respecto: yo asumiré el combate, vosotros tendréis la victoria. Para mí los golpes, para vosotros la paz, pero agregad vuestras plegarias a la lucha que entablaré por vosotros. Extended simplemente vuestra mano como símbolo de fe; tengo tres piedras para golpear al extraño, tres soplos para emitir sobre el hijo de la viuda de Sarepta, para volver a los muertos a la vida. Tres abluciones de agua para verter sobre la madera del holocausto, para consagrar la víctima. Contra todo lo esperado, yo reanimaré el fuego con el agua por la fuerza del misterio.
¿Para qué continuar mi discurso? Es el momento de exponer la doctrina y no de discutirla. Yo atestiguo ante Dios y sus ángeles que seréis bautizados profesando esa fe. En el caso de que vuestro billete de inscripción sea diferente del que exige mi doctrina, venid a cambiarlo... Soy, en cierta manera, un escriba experto: transcribo la inscripción que ha sido hecha para mí: os enseño la doctrina que yo mismo aprendí y conservé celosamente desde el origen hasta llegar a mis cabellos blancos. Yo asumo el riesgo y espero la recompensa por haber perfeccionado el cuidado de vuestra alma por la iniciación bautismal.
Si profesáis esa fe, inscripta en hermosos caracteres, conservad bien todos los términos, permaneciendo inmutables a pesar de todas las circunstancias, sobre la invariable verdad.
A causa de la exactitud de vuestra profesión bautismal, imitad la firmeza de Pilatos para defender su inscripción perversa, responde a todos aquellos que quieran cambiarla: "Lo que yo he escrito, escrito está." Sería por otra parte vergonzoso que, mientras el mal permanece invariable, el bien pudiera ser cambiado con facilidad. Es necesaria cierta flexibilidad para pasar del mal al bien, pero imprescindible una rigidez absoluta para no desviarse del bien hacia el mal.
Si vosotros os presentáis al bautismo con semejante disposición para defender la doctrina, entonces presentaré mis manos para servir al Espíritu. ¡Vamos rápidamente hacia la salvación! ¡Apresurémonos hacia el bautismo! El Espíritu bulle, yo me dedicaré a bautizaros, el Don está allí, todo está preparado. Si todavía dudáis de recibir la integridad de Dios, buscad algún otro, para bautizaros o para terminar de ahogaros. Yo, por mi parte, no deseo cortar en dos la divinidad, daros muerte en el momento en que debería haceros renacer. En un naufragio tan rápido de vuestra salvación, perderíais la gracia y la esperanza de la gracia, pues separar de la divinidad una sola de las personas es trastocar la Trinidad entera y volver imposible la salvaciónpersonal.
43. Ninguna señal, ni buena ni mala, ha sido impresa todavía en vuestras almas, como para saber si es necesario recibir en ella el sello que marcará vuestra iniciación, por lo tanto, penetremos en la nube. Presentadme las tablas de vuestro corazón, ocupando vosotros el lugar de Moisés; a pesar de la audacia de la comparación, yo inscribiré allí, con el dedo de Dios, un nuevo decálogo, resumen de vuestra salvación.
Que el monstruo de la irrazonable herejía no intente penetrar allí, so pena de ser lapidado por la Palabra (el Verbo) de la verdad. Yo os bautizaré haciéndoos profesar la doctrina, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo: y el nombre único para los Tres es el de la divinidad (el de Dios). Así los gestos como las palabras de vuestro bautismo, afirmarán que vuestra renuncia a toda impiedad es una adhesión total a la divinidad.
Creed que todo el universo, visible e invisible, llamado por Dios de la nada al ser, gobernado por la Providencia de su Creador, recibe de él sin cesar un mejoramiento. Rehusaos a creer que el mal tenga por sí mismo una esencia o un dominio propio y sin origen, subsistente por sí mismo o proveniente de Dios. Creed, por el contrario, que él es nuestra obra y la del Malvado, y que es introducido en el mundo por nuestra negligencia y no por el Creador.
44. Creed que el Hijo de Dios, Verbo anterior a los siglos, engendrado por el Padre de una manera intemporal e incorporal, se convirtió por vosotros en Hijo del hombre, nacido de la Virgen María de una manera inefable y completamente pura, pues no puede haber impureza en Dios, ni en la fuente de nuestra salvación. Totalmente hombre, al mismo tiempo que Dios, vino para salvar a todos los que han sufrido, para acordar a todos la gracia de la salvación, por la destrucción de la condena del pecado. Impasible en su divinidad, pero pasible en la humanidad que había asumido, él ha compartido por y con vosotros las miserias, de modo que, gracias a él, vosotros os convertiréis en dioses.
Conducido a la muerte por nuestras iniquidades, crucificado y enterrado, resucitó el tercer día, subió a los cielos para elevaros hasta allí con él, a vosotros que estáis clavados a la tierra. Volverá, glorioso, a juzgar a los vivos y a los muertos, no encarnado y con una forma que sólo él conoce, con un cuerpo de aspecto divino; visible aun para aquellos que lo han atravesado y al mismo tiempo cuerpo de Dios desprovisto de todo peso.
Admitid, además, la resurrección, el juicio, la retribución conforme a la justicia divina: luz para aquellos cuyo corazón deberá ser totalmente purificado. Dios dejará ver y conocer, en la medida de esta pureza, eso que nosotros llamamos el reino de los cielos. Pero para los ciegos espirituales, sólo habrá tinieblas y separación de Dios, proporcional a la ceguera manifestada por ellos aquí abajo. Separada de las obras, la fe resulta muerta y, del mismo modo, están muertas las obras sin la fe; trabajad, entonces, haciendo el bien apoyados en esta doctrina. He aquí la parte del Misterio que se puede divulgar y develar a la multitud. El resto, para el beneficio de la Trinidad, lo tomaréis en vuestro interior y lo guardaréis para vosotros mismos, como depósito cuidadosamente sellado.
45. Quiero, además, agregar a mis enseñanzas que, inmediatamente después del bautismo, os alinearéis de pie delante de mi trono, elevado en prefiguración de la gloria que alcanzaréis en el cielo. La salmodia os recibirá como preludio al concierto de lo alto. Las antorchas que tendréis encendidas simbolizarán la celestial procesión de las luces; con ellas iremos al encuentro del Esposo: almas vírgenes y resplandecientes con el brillo luminoso de una fe incapaz de dejarse invadir por el sueño y la negligencia, en el temor de que arribe imprevistamente el Esposo que esperamos sin que nos falte ni el alimento ni el aceite de las buenas obras, a fin de no ser excluidos de la cámara nupcial.
El Esposo estará allí en el momento en que resuene el grito pidiendo que vaya el cortejo a su encuentro. Las Vírgenes prudentes se acercarán a su presencia con sus lámparas encendidas gracias a su amplia provisión de aceite; las otras, turbadas, irán a destiempo a pedir aceite junto a aquellas que lo tienen. Él entrará rápidamente y las prudentes entrarán con él. Las otras serán excluidas por haber desperdiciado, en prepararse, el tiempo de penetrar con el cortejo. Y derramarán lágrimas, por haber comprendido demasiado tarde el error en que las hizo caer su negligencia, ya que la cámara nupcial no puede ser abordada y permanecerá cerrada para su desdicha y a despecho de todas sus plegarias.
Por otra parte, ellas se asemejan a aquellos que desdeñan el banquete de bodas que el buen padre de familia celebra en honor del esposo de bondad, arguyendo un matrimonio recientemente concluido, un campo que acaban de comprar b una pareja de bueyes que deben entrenar: todas ellas, adquisiciones desdeñables, que por sus magras ventajas hacen sufrir la pérdida más grave. En efecto, deben ser excluidos del banquete todos aquellos que lo despreciaron, todos aquellos que lo consideraron con negligencia, todos aquellos que revistieron la túnica de impureza en lugar del traje nupcial. De nada servirán las pretenciones de aquí abajo, de llevar en lo alto un vestido de luz, o introducirse a escondidas en las filas de los elegidos: serán vanas las esperanzas con que se engañan.
Cuando hayamos entrado, entonces, el Esposo, que conoce los secretos, nos los enseñará y se ocupará de las almas que estén en su compañía. Se ocupará, pienso, de enseñarnos los misterios más perfectos y puros y nosotros podremos tomar pan; nosotros, que damos esta enseñanza y vosotros que la recibís, en el mismo Cristo nuestro Señor, a quien pertenecen el poder y la gloria, por todos los siglos. Amén.
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