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jueves, 19 de septiembre de 2013

Santo Bautismo: San Juan Crisóstomo (I/III)






(La primer a instrucción o catequesis parece ubicarse en el año 387, treinta días antes de Pascua; durante toda la cuaresma no se cesa de predicar contra los juramentos. El orador se insinúa en el espíritu de los catecúmenos, con términos de humildad y caridad que se explican mejor cuando se considera que él era un simple sacerdote de la iglesia de Antioquía. Juan Crisóstomo felicita a su auditorio por no haber demorado, como tantos otros, hasta la hora de la muerte para recibir el bautismo. La comparación con el estadio se vuelve a encontrar en la Homilía a los neófitos.)

1. ¡ Qué deliciosa y atrayente es para nosotros esta reunión de jóvenes hermanos! Yo os doy el nombre de hermanos antes de vuestro nacimiento a la gracia, yo os saludo como a parientes, aunque todavía no sois miembros de la familia cristiana. Pero sucede que sé, que conozco perfectamente a Qué alta dignidad, a qué honor estáis a punto de ser elevados. >e tiene la costumbre de rendir homenaje a quienes van a ser "vestidos de un cargo importante incluso antes de que hayan Wrado en funciones, a fin de atraerse, por esta señal de Gerencia, su benevolencia para el porvenir y las ventajas que de ella pueden derivar.
Es lo que yo hago; pues vosotros seréis elevados, no a un cargo ordinario, sino a la dignidad de reyes, no de un reino común, sino del reino de los cielos. Así, os conjuro y os suplico, que os acordéis de mí cuando hayáis llegado a él. Lo que José decía al gran escanciador: "Acordaos de mí cuando seáis feliz."62 Yo os lo digo ahora: sí, acordaos de mí cuando seáis felices. Yo no pido como José una recompensa por la interpretación de un sueño; no he venido a vosotros para interpretar sueños, sino para hablaros de las cosas del cielo, para anunciaros esos bienes "que el ojo jamás ha visto, que el oído jamás ha escuchado, que el corazón del hombre nunca comprendió."63 Pues tales son los bienes que Dios preparó para aquellos a quienes ama.
La espera de los catecúmenos
José decía al gran escanciador: "Sólo faltan tres días, y el Faraón os restablecerá en vuestro cargo."64 Por mi parte no os digo: sólo faltan tres días para que os convirtáis en oficiales de un gran rey; sino que os digo: faltan sólo tres días y seréis introducidos, no por el Faraón, sino por el Rey de los cielos, en esa patria que está en lo alto, en esa ciudad celestial, en esa Jerusalén donde se goza de la verdadera libertad.
José decía "Presentaréis la copa al faraón"; pero yo os digo: el mismo Rey os presentará ese cáliz temible, lleno de una virtud divina y que es infinitamente superior a cualquier objeto creado. Aquellos que están iniciados conocen la virtud de ese cáliz, y vosotros la conoceréis muy pronto. Acordaos de mí cuando estéis en ese reino, cuando hayáis recibido el manto real,65 revestido la túnica empurpurada por la sangre del Señor y ceñido la diadema cuyos espléndidos rayos empañan la luz del sol. Pues tales son los dones del Esposo celestial, superiores a los méritos de los hombres, pero proporcionados a su real magnificencia.
Es por ello que os felicito, incluso antes de que hayáis sido introducidos en esa morada sagrada, os felicito y al mismo tiempo aplaudo vuestro generoso ardor, pues vosotros no venís, como ciertos negligentes, a recibir el bautismo en el último momento; por el contrario, semejantes a servidores celosos que se sienten apremiados a obedecer a su amo, colocáis vuestra vida bajo la disciplina de Cristo con una piadosa impaciencia, tomáis ese yugo tan dulce, ese peso tan ligero. En verdad, aquellos que son bautizados hacia el fin de sus días reciben la misma gracia que vosotros, pero no tienen la generosa solicitud de la buena voluntad, el aparato de las ceremonias santas. Ellos reciben el bautismo en su lecho, vosotros en el seno de la Iglesia, nuestra madre común; ellos lo reciben en medio de lágrimas, vosotros en la dicha y en la alegría; ellos lo reciben gimiendo y vosotros con mil acciones de gracias; ellos están devorados por la fiebre, vosotros colmados de la abundancia de una alegría totalmente espiritual.
Aquí todo está en relación con la gracia que recibís; en cambio allá, jqué extraño contraste!, aquellos que reciben el bautismo, lloran y gimen; alrededor de ellos los hijos con lágrimas, una esposa desolada, sus amigos entristecidos, sus servidores abatidos, todo el aspecto de la casa es sombrío como un día de invierno envuelto en brumas. ¡Y el enfermo! Si penetráis en el fondo de su corazón está todavía más triste; del mismo modo que los vientos que soplan con impetuosidad en direcciones encontradas levantan y agitan el mar, así los peligros suspendidos sobre la cabeza del enfermo perturban su alma con mil pensamientos terribles, mil preocupaciones opuestas lo arrastran en todos los sentidos. Si mira a sus hijos, piensa que quedarán huérfanos; si ve a su esposa, llora de antemano su viudez; la contemplación de sus sirvientes le muestra la vida horrible que se va a llevar en su casa; si vuelve los ojos sobre sí mismo, entonces recuerda su vida, esa vida que se le escapa y, bajo el golpe de la separación, una gran tristeza desciende sobre su alma como un espeso nubarrón. Tal el estado de aquel que va a recibir el bautismo. En medio de esa turbación, de esa agitación, entra el sacerdote, más terrible para el enfermo que la misma fiebre, más temido que la muerte para los parientes del moribundo. La voz del médico declarando que se ha perdido toda esperanza de curación causa menos impresión que la llegada del sacerdote, se recibe como a un mensajero de la muerte a aquel que trae la vida eterna.
Pero, todavía no he hablado de la más grande de todas las desdichas: a menudo, en medio de la turbación causada por una alarma súbita, mientras que los parientes, no sabiendo qué partido tomar, se agitan sin hacer nada, el alma, rompiendo sus últimos lazos, abandona el cuerpo que no es más que un cadáver. A veces el alma está todavía presente en el cuerpo, pero ¿de qué sirve? El moribundo no reconoce a nadie, no oye nada y no puede articular las palabras por las que el hombre perfecciona su alianza con el Señor. Puesto que aquel que se quiere convertir en participante de la luz divina yace como un leño, como una piedra y en nada se diferencia de un muerto, ¿de qué podría servirle la iniciación bautismal?
2. Aquel que ha de acercarse a los misterios sagrados y temibles debe velar por sí mismo, estar exento de toda preocupación mundana, moderado y lleno de un santo apresuramiento; arrojar de su espíritu todo pensamiento extraño y mantener la casa de su alma perfectamente limpia y pura, como para recibir al Rey. Tal debe ser vuestra preparación, tales vuestros pensamientos, tal la disposición de vuestro corazón. De ese modo podréis esperar de Dios una recompensa digna de vuestra excelente disposición, de Dios, cuyos beneficios sobrepasan siempre el mérito de nuestra obediencia.
Es necesario que cada uno dé de lo suyo a sus hermanos y yo he de haceros participar de lo que es mío, o mejor, yo voy a comunicaros algo que no me pertenece a mí, sino al Señor: "Pues, ¿qué poseéis que no hayáis recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué os glorificáis como si no lo hubierais recibido?" Ante todo, yo quisiera explicaros por qué nuestros padres eligieron este tiempo del año con preferencia a cualquier otro para dar hijos a la Iglesia por la virtud del sacramento del bautismo; el por qué de la instrucción que precede; por qué se quita el calzado, por qué se conserva sólo una túnica, por qué las plegarias de exorcismo. Pues no ha sido en vano ni sin reflexión que la Iglesia fijó ese tiempo y determinó esa costumbre; todo ello tiene una razón misteriosa, un sentido oculto, y yo quiero instruiros acerca de ello; pero como veo que otras cosas más necesarias nos llaman, en efecto, es necesario explicar antes, qué es el bautismo, por qué ha sido instituido y cuáles son los enormes bienes que nos procura.
Hablemos en primer lugar, si queréis, de la denominación de esta purificación espiritual: ella no tiene sólo un nombre, sino varios. Ha sido llamada el baño de la regeneración: "Él nos salvó, dijo el Apóstol, por el agua de la regeneración y de la renovación del Espíritu Santo."67 También se la llamó iluminación; escuchad a san Pablo: "Recordad en vuestra memoria ese primer tiempo, cuando, después de haber sido iluminados por el bautismo, sostuvisteis el gran combate de sufrimiento," y también: "Pues es imposible que aquellos que fueron una vez iluminados, que gustaron el don del cielo y que después de ello cayeron, cobren nueva vida mediante la penitencia."68
También se la denominó bautismo: "Pues todos vosotros que habéis sido bautizados en Jesucristo, habéis sido revestidos por Jesucristo."69 También se la llama sepultura: "Pues, dice el Apóstol, hemos sido sepultados con él para morir al pecado";70 también, circuncisión: "Es en él que habéis sido circuncisos, con una circuncisión que no es hecha por la mano del hombre sino que consiste en el abandono de los vicios."71 Y se la llamó cruz, "Pues nuestro antiguo hombre ha sido crucificado, a fin de que el cuerpo del pecado sea destruido."72 Podríamos todavía citar muchos otros nombres, pero, para no dedicar todo nuestro tiempo a ese tema, volvamos a la primera denominación, y su explicación terminará este discurso; esperando retomar la instrucción un poco más adelante.
Existe una especie de purificación común a todos los hombres y se opera por el baño que quita las manchas del cuerpo. Los judíos tienen también una purificación más augusta que el baño del que terminamos de hablar, pero inferior a nuestro baño espiritual que confiere la gracia; él quita no sólo las manchas del cuerpo, sino también las del alma. Pues existen muchas cosas que, en sí mismas, no son impuras, pero que luego se transforman en impuras por debilidad de la conciencia. Así como una máscara, por deforme que sea, no es realmente terrible; sin embargo, a los niños se les aparece como tal a causa de la debilidad propia de esa edad; lo mismo sucede con ciertas acciones, por ejemplo, tocar un cadáver que, en sí, no es una cosa impura, pero si se lo hace creyendo cometer una falta, inmediatamente se convierte en una mancha. Moisés, que ha promulgado la ley, muestra claramente que este acto no es impuro en sí mismo, pues llevó el cuerpo de José y, sin embargo, no quedó manchado.
Debido a ello, san Pablo, hablando de una mancha de ese tipo, que proviene no de la naturaleza de las cosas, sino de la debilidad de la conciencia, se expresa así: "Nada es impuro en sí mismo, una cosa sólo es impura para aquel que la considera así."73 Ya lo veis, la mancha no proviene de la cosa misma, sino de la conciencia que está mal formada; y además: "Todas las comidas son puras, pero un hombre hace mal en comer cuando, haciéndolo, escandaliza a los otros." Considerad aquí que la mancha se produce no por la acción de comer, sino por el escándalo que causa.
3. Ahora bien, la purificación de los judíos borraba esta mancha, pero el baño que da la gracia hace desaparecer no sólo esa mancha corporal, sino aquella que, constituyendo una verdadera mancha, alcanza también al alma; purifica no sólo a aquellos que tocan los cadáveres, sino también a los que cometen pecados mortales.
Podéis ser impúdico, fornicador, idólatra, haber cometido no importa qué crimen y estar cubierto de todas las manchas que pueden marchitar a un hombre, pero, sumergios en la piscina de esas aguas santas y saldréis más puros que los rayos del sol. No creáis que exagero, escuchad a san Pablo hablando de la eficacia de ese baño espiritual: "No os equivoquéis, ni los idólatras, ni los fornicadores, ni los adúlteros, ni los impúdicos, ni aquellos cuya licencia ofende a la naturaleza, ni los avaros, ni los intemperantes, ni los maldicientes, ni los que codician el bien de otros, poseerán el reino de Dios."74
¿Y qué?, diréis vosotros, ¿acaso esas palabras tocan el problema? Mostradnos aquello de lo que se trata, es decir que la virtud del bautismo borra tales manchas. Escuchad lo que sigue: "Vosotros habéis sido todo esto, pero fuisteis lavados, santificados, justificados en el nombre de nuestro Señor Jesucristo y en el Espíritu de Nuestro Dios."75 Nos proponíamos deciros que aquellos que se acercaban a ese baño espiritual eran purificados de toda mancha y he aquí que nuestras palabras os prueban que son, no solamente purificados, sino también santificados y justificados. Pues el Apóstol no dijo solamente: "Habéis sido purificados," sino que agregó: "Habéis sido santificados, habéis sido justificados."
¡Qué puede haber más admirable que ver la justificación producida sin trabajo, sin pena y sin el auxilio de las buenas obras! Pues tal es la grandeza de ese don divino que, sin ninguna pena, nos convierte en justos ante Dios. Si una simple carta muy corta, firmada por el emperador, puede dar la libertad a hombres cargados de toda clase de crímenes y elevar a alguno de esos sujetos a las más altas dignidades, con cuánta más razón, el Espíritu Santo, que es todopoderoso, nos podrá librar de toda inquietud, estableciendo en nosotros el reinado de la justicia y colmándonos de una confianza inquebrantable. Mirad esa chispa cayendo en la vorágine del mar, inmediatamente se extingue, desaparece tragada por las olas; así, todas las iniquidades de los hombres, cuando caen en la piscina del baño sagrado, son destruidas; desaparecen más rápido y más fácilmente que esa chispa. ¿Y por qué, diréis, si ese baño redime nuestros pecados, por qué se lo llama baño de la regeneración y no baño de la remisión de los pecados, baño de la purificación? Es porque, no solamente nos redime de nuestros pecados y nos purifica de nuestras manchas, sino que por él recibimos un segundo nacimiento. Sí, él nos crea de nuevo, nos forma, no modelándonos una segunda vez con la tierra, sino haciéndonos salir de otro elemento, que es el agua; no solamente limpia el vaso, sino que lo rehace completamente. Los vasos que han sido purificados guardan siempre, a pesar de las precauciones que se tomen, las marcas de la mancha que ha sido quitada; pero aquellos que se arrojan a un horno para volverse a fundir, renovados por la llama, depositan toda escoria y salen de allí más brillantes, completamente nuevos. Si alguien toma una estatua de oro ennegrecida por el tiempo, el humo, el polvo y deteriorada por la herrumbre, fundiéndola, la vuelve más pura y más brillante; así, nuestra naturaleza degradada por la herrumbre del pecado, oscurecida por nuestros crímenes como por un humo que opaca su resplandor, privada de su belleza original, Dios la rehace, por así decir, la sumerge en el agua como en un crisol, la penetra como un fuego, con la gracia del Espíritu Santo y de allí sale totalmente renovada, arrojando un resplandor que sobrepasa el de los rayos del sol, pues el antiguo hombre es quebrado y de sus restos sale un hombre nuevo y más brillante.
4. Ahora bien, es a esa destrucción mística, a esa purificación a la que el Profeta alude cuando dice: "Tú los quebrarás como vasos de alfarero."76 Qué es lo que deben entender los fieles por tales palabras, resulta evidente de las que preceden; helas aquí: "Tú eres mi hijo; hoy te engendré; pídeme y te daré las naciones por heredad y tu imperio se extenderá hasta las extremidades de la tierra."77 Vosotros lo comprendéis: habla de la Iglesia, asamblea de todas las naciones, del reino de Jesucristo establecido por todas partes. Luego agrega: "Tú los regirás con cetro de hierro," no se trata de una autoridad insoportable, pero sí fuerte. "Tú los quebrarás como a vasos de alfarero."
Aquí el baño es considerado en un sentido místico: el Salmista no nos dice: "Vasos de arcilla cocida," sino "vasos del alfarero." Poned atención, si quebráis un vaso de arcilla cocida, no se lo puede rehacer, puesto que adquiere, bajo la acción del fuego, una dureza que lo haría imposible. Pero los vasos del alfarero, es decir, aquellos que están todavía en la mano del obrero y que no han sufrido todavía la acción del fuego, esa clase de vasos, un obrero hábil puede triturarlos y luego volverles a dar su forma original. Así, cuando Dios habla de una desdicha irreparable, hace su comparación, no con un vaso de alfarero, sino con un vaso de arcilla cocida.
Queriendo mostrar al profeta y a los judíos que iba a castigar a la ciudad con una ruina de la que no se levantaría, ordenó al profeta tomar un vaso de arcilla cocida y quebrarlo en presencia de todo el pueblo diciendo: "Así, la ciudad será destruida, quebrada."78 Por el contrario, cuando quiere dejar la dulzura de la esperanza, es sobre el alfarero que atrae la atención del Profeta; pone bajo sus ojos, no un vaso de arcilla cocida, sino un vaso de tierra, caído de la mano del obrero, y dice: "Si el alfarero puede dar su antigua forma a ese vaso que acaba de caer, con más razón, puedo yo relevaros y curaros de vuestra caída."79 Sí, Dios puede, por el baño de la regeneración, corregirnos, a nosotros, hombres de barro; además, si después de haber sufrido la acción del Espíritu Santo, inmediatamente hemos recaído, puede, mediante una severa penitencia, volvernos semejantes a lo que éramos antes de nuestra caída.
Pero éste no es el momento de hablar de penitencia: ¡Quiera el cielo que jamás tengáis necesidad de tales remedios; esforzaos por conservar intacta esta belleza, y por permanecer siempre con este resplandor que muy pronto os pertenecerá! Ahora, para que así sea, digamos algo sobre la manera en que deberéis regular vuestra vida. En la carrera que recorréis actualmente, jóvenes atletas, vuestras caídas no son peligrosas, os ejercitáis, por así decir, en la casa, y los golpes caen sobre aquellos que os instruyen.
Pero muy pronto llegará el tiempo de los verdaderos combates: el estadio está abierto, he aquí a los espectadores sobre las gradas del anfiteatro, a la cabeza está el que preside los juegos,80entonces no habrá términos medios: o se cayó cobardemente, retirándose cubierto de vergüenza, o se comportó como un valiente y obtuvo la corona y el premio; para ello son estos treinta días de lucha, de aprendizaje, de ejercitación. Desde ese momento aprendemos a vencer el mal espíritu, pues, una vez bautizados será necesario bajar a la arena, luchar con él, combatirlo a ultranza. Aprendamos desde ahora a conocer sus estratagemas, que lo hacen tan malvado, porque sus golpes nos alcanzan tan fácilmente, y así, cuando llegue el momento de la lucha, la novedad del combate no desconcierte nuestro coraje, sino que, estando preparados, ejercitados, instruidos en los engaños del adversario, lo enfrentemos con completa confianza.
Por todos lados el demonio nos coloca trampas, principalmente arma contra nosotros nuestra lengua y nuestra boca. Una lengua siempre en movimiento, una boca que jamás está cerrada, es el órgano que el demonio utiliza más a menudo para engañarnos y perdernos. De ahí que constituya para nosotros la fuente de muchas faltas y la ocasión de graves pecados. ¡Qué fácil es pecar por medio de la lengua! Escuchad esta sentencia: "La espada hace muchas víctimas, la lengua todavía más."81 La sentencia siguiente, que es del mismo autor, nos muestra cuan grave es esta caída: "Es mejor caer sobre el adoquín que pecar con la lengua."82 Lo que quiere decir, es mejor caer y quebrarse los miembros que proferir una palabra que pueda perder nuestra alma. No sólo el autor habla de las faltas que se pueden cometer, sino que nos exhorta a velar con el mayor cuidado para no dejarnos sorprender: "Colocad, dice, en vuestra boca, una puerta y cerrojos."83 Tales palabras no se deben tomar en sentido literal, significan que debemos, con el mayor cuidado, impedir que nuestra lengua pronuncie palabras inconvenientes. Con nuestro esfuerzo personal e incluso por encima de nuestro esfuerzo personal, necesitamos el auxilio de lo alto para poder domar la bestia feroz que cada uno lleva dentro de sí; es lo que el Profeta nos enseña cuando dice: "Yo elevo mis manos para ofrecer el sacrificio de la tarde; colocad, Señor, un guardia a mi boca y a mis labios una puerta que se abra oportunamente."84 Y aquel a quien cité anteriormente dice:
"¿Quién colocará un centinela en mi boca y sobre mis labios el sello de la prudencia?"85
Todos, como veis, temen las faltas que la lengua hace cometer, las lloran, dan consejos y recomiendan tomar muchas precauciones. ¿Y por qué, diréis vosotros, si la lengua nos expone a tan grandes peligros, nos la dio Dios cuando nos creó? Porque ella nos procura también grandes beneficios y, si queremos velar sobre nosotros, nos es útil y de ninguna manera perjudicial. Escuchad aún al mismo autor: "En el poder de la lengua residen la vida y la muerte."86 Cristo dijo lo mismo: "Serás condenado por tus palabras y serás justificado por tus palabras."87 Aquí el mal, allá el bien, la lengua está ubicada en el medio, vosotros sois los amos. Del mismo modo, tomad una espada: si os sirve para vencer al enemigo, se convierte en vuestras manos en un instrumento de salvación; si vosotros os herís, no es el hierro quien os hiere, sino el mal uso que le habéis dado. Lo mismo sucede con la lengua, es una espada de la que podéis disponer a vuestro antojo: servios de ella para confesar vuestros pecados y no para herir a vuestro hermano. Dios la h a rodeado de una doble barrera, los dientes y los labios, por miedo a que, actuando con ligereza, seáis llevado demasiado fácimente a decir lo que no conviene. Poned entonces un freno a vuestra lengua. ¿Quiere ella liberarse? Usad vuestros dientes para castigarla, que ellos cumplan, con su mordedura, el oficio de verdugo. Es mejor que la lengua resulte desgarrada por mordeduras en la tierra, en castigo por sus faltas, que secada en la otra vida, clamando para refrescarse una gota de agua que no le será acordada. ¿De cuántos pecados es instrumento? ¡Palabras injuriosas, blasfemias, propósitos impúdicos, adulaciones, juramentos, perjurios!
5. Para no abrumar vuestros espíritus con una excesiva abundancia de temas, sólo hablaremos hoy de la obligación de evitar los juramentos. Yo os previne que no abordaría otra cuestión hasta que vosotros hayáis logrado evitar, no solamente los perjurios, sino también los juramentos hechos por una causa justa. Sería absurdo, cuando todavía no habéis aprendido los primeros elementos, querer empujaros más adelante; sería lo mismo que sacar agua con un tonel agujereado; del mismo modo, los maestros no trasmiten enseñanzas nuevas a sus alumnos hasta que comprueban que las primeras han sido bien grabadas en sus memorias.
Tomad la cosa a pecho si no queréis detener el curso de vuestra instrucción. Jurar es un pecado grave, muy grave precisamente porque no lo parece; yo le temo tanto más porque se le teme menos; mal incurable porque no se piensa que constituya un mal. Porque una simple palabra no es un crimen, se piensa que el juramento tampoco lo es y, sin desconfianza, se cae en esa falta; si alguno hace una observación, los demás se burlan, se ríen a carcajadas, no de aquellos que son reprendidos, sino del que pretende curar esa enfermedad.
Por ello voy a extenderme sobre este tema: el mal está muy arraigado, quiero arrancarlo, hacerlo desaparecer, y no hablo solamente de los perjurios, sino también de los juramentos hechos por una causa justa.
Preveo vuestra objeción: tal persona, que es un hombre virtuoso, reservado, piadoso, un sacerdote, sin embargo, no deja de jurar.
No me habléis de ese hombre, modesto, reservado, piadoso, honrado con el sacerdocio; suponedlo incluso a Pedro, Pablo, o un ángel descendido del cielo; sí, podéis suponerlo, porque no se trata aquí de una cuestión de persona. Leo la ley sobre el juramento; ella emanó, no de algún servidor, sino del Señor mismo; ahora bien, cuando habla el soberano, se deja de lado la autoridad del servidor. Si osáis decir que Cristo ordenó el juramento o que lo dejó sin castigo, mostrádmelo y yo me someteré.
Pero si él lo prohibe formalmente y si otorga a esa prohibición una importancia tal que compara a aquel que hace juramentos al mismo demonio: "Aquel que va más allá de las palabras: si y no, es el demonio."88 ¿Por qué venís, entonces, a hablarme de la autoridad de éste o aquél? Dios dará su sentencia, no considerando la obediencia de alguno de sus servidores, sino teniendo en cuenta los mandatos de sus leyes. He ordenado — dirá — y era necesario obedecer, no colocar por delante la autoridad de éste o aquél, ni inquirir minuciosamente sobre las faltas de los demás. Si David, ese hombre tan grande, cayó en una falta grave, ¿se deduce de ello, que nosotros podemos pecar sin peligro? Es necesario tener cuidado y no imitar de los santos más que los buenos ejemplos que nos han dejado. Pero si encontramos en sus vidas alguna negligencia o alguna desobediencia a la ley, deberemos evitarlas con el mayor cuidado. Pues no es de los santos, que son humildes servidores como nosotros, sino del soberano Maestro de quien debemos ocuparnos, es a él mismo a quien rendiremos cuenta de todas las acciones de nuestra vida. Preparémonos a comparecer delante de ese tribunal; por más admirable, por más grande que sea aquel que haya transgredido esta ley, el castigo está allí para castigar su crimen, y él lo sufrirá: Dios no hace excepción con nadie. ¿Cómo podremos evitar ese pecado? No es suficiente mostrar que se trata de un pecado grave, es necesario, además, indicar el medio de no seguir cometiéndolo. Tenéis una esposa, hijos, un amigo, parientes, vecinos: rogadles velar sobre vosotros y encargadles el cuidado de reprenderos. Hay pocas cosas más graves que un hábito: es difícil ponerse en guardia contra sus incitaciones, nos sorprende, muchas veces, a pesar nuestro. Entonces, puesto que conocéis la fuerza del mal hábito, debéis redoblar los esfuerzos para libraros de él y por adquirir uno bueno. Así como él pudo llegar a ser más fuerte que vosotros y a pesar de vuestros cuidados, vuestras precauciones y vuestra continua vigilan-C1a, os hizo caer; igualmente, si adquirís el buen hábito de no hacer juramentos, no seréis arrastrados a pesar vuestro, incluso cuando vuestra vigilancia decaiga.
Es cierto que nuestros hábitos son una especie de segunda naturaleza; entonces, para no estar siempre obligados a luchar contra ellos, adquiramos otro hábito. Pedid a aquellos con los cuales convivís que os comprometan a evitar los juramentos, que os habitúen a ello, que os reprendan cuando lo olvidéis. Esta vigilancia que ejercitarán sobre vosotros les servirá a ellos mismos como consejo y exhortación para obrar bien; pues aquel que quiere advertir a su prójimo, no caerá él mismo tan fácilmente en el precipicio que quiere evitar al otro. Y es verdaderamente un precipicio el hábito de jurar, no solamente cuando se trata de cosas de poca importancia, sino también cuando se trata de cosas graves. Nosotros no sabemos, por ejemplo, comprar legumbres, sostener un pleito por dos óbolos, querellar y amenazar a nuestros servidores sin tomar a Dios como testigo. Por semejantes sutilezas no osaríais llamar a testificar ante un tribunal a un hombre de noble nacimiento o revestido de alguna dignidad, aunque fuera de poca importancia; y, si tuvierais tal audacia, sufriríais el castigo que merecéis. ¡Al Rey de los cielos, el Señor de los ángeles, no teméis tomarlo como testigo cuando se trata de mercancías, de dinero, o de otras miserias de ese género! ¿Puede eso soportarse? ¿Cómo podremos entonces romper con ese mal hábito? Pues colocando a nuestro alrededor los guardianes de los que he hablado, fijándonos nosotros mismos un término para nuestra corrección e infligiéndonos un castigo si una vez transcurrido ese plazo, no nos hemos corregido. Pero ¿cuánto tiempo nos será necesario? Para aquellos que velan con preocupación y están animados de un verdadero celo, no creo que sean necesarios más de diez días para cortar el mal de raíz. Si después de esos diez días somos sorprendidos en flagrante delito, impongámonos una pena más considerable, un castigo en relación con el tamaño de nuestra falta.
¿Qué castigo será ese? Yo no lo determino, vosotros sois los amos.
Si actuamos de ese modo para las cosas que nos conciernen, nos corregiremos, no solamente del hábito de jurar, sino de cualquier otro mal hábito. Fijémonos un término, castiguémonos severamente si caemos y, purificados, nos acercaremos a nuestro Dios, nos evitaremos las penas del infierno, nos presentaremos con confianza ante el tribunal de Jesucristo.
Es lo que yo os deseo, por la gracia y la bondad de nuestro Señor Jesucristo, a quien pertenece la gloria por los siglos de los siglos, lo mismo que a Dios Padre, en unidad del Espíritu Santo. Así sea.



62 Gn 40,14:"A ver si te acuerdas de mí cuando te vaya bien..." — 63 1 Co 2:9: "Lo que ni ojo vio, ni oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que — Dios preparó para los que lo aman." — 64 Gn 40,13: "Dentro de tres días levantará Faraón tu cabeza: te devolverá a tu — cargo..." — 65 Alusión a la vestimenta bautismal de la que se reviste el neófito al salir del bautisterio. — 66 1 Co 4:7: "Pues, ¿quién es el que te distingue? ¿Qué tienes que no lo hayas recibido? Y, si lo has recibido; ¿a qué gloriarte cual si no lo hubieras recibido' — 67 Tt 3:5: "Él nos salvó... por medio del baño de regeneración y de renovacio del Espíritu Santo." — 68 Hb 10:32: 'Traed a la memoria los días pasados, en que después de ser iluminados, hubisteis de soportar un duro y doloroso combate." "Porque es imposible que cuantos fueron una vez iluminados, gustaron el don celestial y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, saborearon la buena nueva de Dios y los prodigios del mundo futuro, y a pesar de todo cayeron, se renueven otra vez mediante la penitencia,..." Hb 6:4, Hb 6:4-6. — 69 Ga 3: 27: "En efecto, todos los bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo..." — 70 Rm 6:4: "Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte..." — 71 Col 2:11: "En él también fuisteis circuncidados con la circuncisión no quirúrgica, sino mediante el despojo de vuestro cuerpo mortal, por la circuncisión en Cristo." — 72 Rm 6:6: "Nuestro hombre fue crucificado con él, a fin de que fuera destruido ^te cuerpo de pecado..." — 73 Rm 14:14: "Bien sé, y estoy persuadido de ello en el Señor Jesús, que nada hay ϊ suyo impuro; a no ser para el que juzga que algo es impuro, para ése si lo hay." — 74 1 Co 6:9-10: "¡No os engañéis! Ni los impuros, ni los idólatras, ni los adúlteros, los afeminados, ni los homosexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los 'Tachos, ni los ultrajadores, ni los rapaces heredarán el Reino de Dios." — 75 1 Co 6:11: "Y tales fuisteis algunos de vosotros. Pero habéis sido lavados, habéis sido santificados, habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios." — 76 Sal 2:9: ."..los quebrarán como vaso de alfarero." — 77 Sal 2:7-8: ."..Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy. Pídeme, y te daré en herencia las naciones, en propiedad los confines de la tierra." — 78 Jr 19:11: "Así dice Yahveh Sebaot: Asimismo quebrantaré yo este pueblo y a esta ciudad, como quien rompe un cacharro de alfarería que ya no tiene arreglo." — 79 Jr 16, 6: "¿No puedo hacer yo con vosotros, casa de Israel, lo mismo que este alfarero?" — 80 La misma comparación se encuentra en la Homilía a los neófitos. 120 — 81 Qo 28:18: "Muchos han caído a filo de espada, mas no tantos como los caídos por la lengua." — 82 Qo 20:18: "Mejor es resbalar en empedrado que resbalar con la lengua." — 83 Qo 22:27: "Quién pondrá guardia en mi boca, y a mis labios sello de prudencia." M Sal 141 (140), 2-3: 84 "Valga ante ti mi oración como incienso, el alzar de mis manos como oblación de la tarde. Pon, Yahveh, en mi boca un centinela, un vigía a la puerta de mis labios." — 85 Qo 28:25: "A tus palabras pon balanza y peso, a tu boca pon puerta y cerrojo." — 86 Pr 18:21: "Muerte y vida están en poder de la lengua." — 87 Mt 12:37: "Porque por tus palabras serás declarado justo y por tus palabras serás — condenado." — 88 Mt 5:37: "Sea vuestro lenguaje: Sí, sí; no, no: que lo que pasa de aquí viene del Maligno."

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