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jueves, 19 de septiembre de 2013

Santo Bautismo: San Juan Crisóstomo. (II/III)






(Predicada en el año 387; el recuerdo de la sedición está todavía muy cercano. Insiste sobre el sentido y el alcance de estas palabras: "Renuncio a Satanás." Señala los peligros que acechan: teatros, circo, superstición, encantamientos y presagios.)

1. Sólo me quedan pocos días, hermanos, para hablar con vosotros y comienzo ya a reclamar los frutos de mi instrucción. En efecto, no hablamos para vuestros oídos, sino para vuestros espíritus, para que ellos retengan las palabras y para que los demostréis en vuestras obras, no a nosotros, sino a Dios, que conoce el fondo de los corazones. Llamamos a nuestra instrucción "Catequesis" y es necesario que, incluso en nuestra ausencia, el eco de nuestras palabras resuene en vuestras almas.
No os sorprendáis si, después de haber pasado sólo seis días, vengo a reclamar los frutos de la semilla que sembré; en efecto, en las almas, sembrar y cosechar el mismo día no es cosa imposible, por la razón de que cada uno no se apoya solamente en sus propias fuerzas, sino que es con el apoyo divino que somos invitados a los combates contra el mal. Vosotros, entonces, que habéis recibido nuestras palabras y las habéis puesto en práctica, ¡perseverad y avanzad!, y vosotros, que todavía no habéis puesto manos a la obra, ¡comenzad desde ahora, y que en el porvenir vuestros esfuerzos os libren de la acusación de negligencia! Siempre es posible, por más negligente que uno sea, reparar con diligencia el tiempo perdido. Escuchad al Salmista: "Si lo escucháis hoy, no endurezcáis vuestros corazones como en el día de la cólera."89
Esto es para advertirnos y aconsejarnos no desesperar jamás, conservar, mientras estemos en este mundo, la esperanza de que llegaremos al fin y obtendremos la palma de nuestra vocación.
Sigamos esos consejos y busquemos los nombres de la gracia tan preciosa que recibiremos seguidamente. Cuando se ignora la importancia de una función, se la tiene menos en cuenta, o se la cumple con cierta negligencia, pero si se la conoce, se la ejercita con el mayor celo e interés. Para nosotros en particular, a quienes Dios ha otorgado un honor tan grande, ¿no sería una vergüenza y un absurdo ignorar los nombres y el sentido de esos nombres?
Pero, ¿por qué hablo de la gracia bautismal? Nuestro nombre genérico en sí mismo, bien comprendido, será para vosotros una lección y un estímulo para alcanzar mayor virtud. En efecto, no definiremos la palabra hombre como los profanos, sino como lo quiere la Santa Escritura. No es un hombre quien simplemente tiene manos y pies de hombre, o está simplemente dotado de razón, sino aquel que cumple fielmente los deberes de la piedad y de la virtud. He aquí como nos habla de Jacob la Santa Escritura. Después de estas palabras: "Había en la tierra de Ausitidía un hombre," no continúa describiéndolo a la manera pagana, no dice que tenía dos pies y largas uñas. Sino que, remarcando las señales de piedad, dice: "Un hombre justo, sincero, que honraba a Dios y se abstenía de todo mal,"90 indicándonos, así, aquello que lo hacía hombre. Es lo que nos dice también el Eclesiástico: "Cree en Dios, observa sus mandatos, pues esto es propio del hombre."91
Pero, si esta palabra, hombre, tiene tanta fuerza para exhortar a la virtud, ¿qué sucederá con esta otra: fiel? ¿Acaso, no habéis sido llamado fíeles? ¿Y no es porque creéis en Dios, y guardáis fielmente la justicia, la santidad, la pureza del alma, vuestra divina adopción, el reino de los cielos, todos los bienes que os ha recomendado mientras que vosotros le habéis confiado y recomendado otros tesoros, la limosna, vuestras plegarias, la sabiduría y toda otra virtud? ¿Hablé de limosnas? Si le dais un vaso de agua fría, no lo perderéis, él lo conservará para vosotros con cuidado hasta que llegue el gran día y os lo devolverá centuplicado; en efecto, lo más admirable es que no solamente conserva los depósitos, sino que los multiplica todavía por su generosidad.
Imitadlo según vuestro poder y conforme a su disposición en todo lo que os ha confiado. Aumentad la santidad que habéis recibido; haced brillar y resplandecer en mayor grado la justicia y la gracia de vuestro bautismo; actuad como san Pablo, que aumentaba cada día por sus trabajos, por su actividad y por su celo, las riquezas que Dios le había encomendado. En esto consiste la suprema sabiduría de Dios: él no nos ha dado todo; él no nos ha negado todo. No nos ha hecho dones, nos ha hecho promesas.
Pero, ¿por qué no se os ha acordado todo aquí abajo? Para que vosotros probéis vuestra confianza en él creyendo, por su sola promesa, en los favores que todavía no habéis obtenido. ¿Y por qué, por otra parte, no lo ha reservado todo para la otra vida, sino que os ha otorgado parte de la gracia del Espíritu Santo, de la justicia y de la santificación? Es para aligerar vuestras penas y, merced a sus dones pasados, establecer en vosotros una sólida esperanza de sus dones para el porvenir. También debemos llamaros un nuevo iluminado. Para vosotros, en efecto, si lo queréis, la luz es siempre nueva y no se extingue jamás. Ese día que aclara ante los ojos de nuestro cuerpo no luce constantemente, ni obedece nuestras órdenes, pues la noche viene regularmente a interrumpirlo; pero sobre el día divino, jamás las tinieblas prevalecerán. "La luz brilló en las tinieblas, y la tinieblas no la sofocaron."92 El sol del levante dirige menos rayos sobre el mundo que el Espíritu Santo cuando extiende su esplendor sobre un alma que inunda con su gracia. Con Mderad con atención lo que pasa en la naturaleza. Cuando la noche cubre la tierra con sus espesas sombras, si se divisa una cuerda, a menudo se la toma por una serpiente; si un amigo se acerca, se huye de él como de un enemigo; el menor ruido nos aterra. Pero durante el día no sucede nada parecido: los objetos se nos aparecen tal como son.
Lo mismo sucede en nuestra alma. Apenas la gracia la ha visitado, no bien ha arrojado las tinieblas de nuestro espíritu, vemos las cosas en su realidad. Aquello que antes nos sorprendía, nos parece despreciable; no tememos ya a la muerte, el bautismo nos ha convencido de que ella no es una muerte, sino un descanso, un sueño pasajero. Y la pobreza, la enfermedad y otras miserias semejantes, ¿por qué las temerían aquellos que aspiran a una vida mejor, sin fin, sin vicisitudes y exenta de toda desigualdad?
2. No suspiremos por los bienes perecederos, por los placeres de la mesa y los adornos en la vestimenta. ¿En efecto, acaso no poseéis el traje más precioso, un festín espiritual y la gloria del cielo? ¿Acaso Jesucristo no se ha hecho todo para vosotros, mesa y vestido, y morada, y jefe, y raíz?
"Vosotros, que habéis sido bautizados en Jesucristo, habéis revestido a Jesucristo."93 He aquí vuestro vestido. ¿Queréis saber cómo él es vuestra mesa? "Como yo vivo por mi padre, dijo, así aquel que me coma vivirá por mí." ¿No es también él vuestra morada? "Aquel que come mi carne habita en mí y yo habito en él."94 Además, él es vuestra raíz: "Yo soy la viña y vosotros sois las ramas." Él se denomina igualmente, vuestro hermano, vuestro amigo, vuestro esposo. "Yo no os llamaré ya mis servidores, pues vosotros sois mis amigos."95 Escuchad a san Pablo: "Yo os he entregado a vuestro único esposo, para presentaros como una virgen sin tacha ante Jesucristo."96 Y además: "Para que él sea el primogénito entre muchos hermanos."97 Incluso no le satisface el nombre de hermanos, nosotros somos sus pequeños hijos: "Heme aquí con los hijos que Dios me ha dado."98 Va todavía más lejos, somos sus miembros y su cuerpo, y como si todas esas gracias no bastaran para convencernos de su bondad y de su amor, nos da, todavía, una prueba más fuerte y más conmovedora: él se llama a sí mismo nuestra cabeza.99
Conoced todos los beneficios de Jesucristo y testimoniad, mi querido hermano, vuestro reconocimiento a vuestro benefactor por una conducta virtuosa y que el pensamiento de ese sacrificio tan grande os lleve a honrar los miembros de vuestro cuerpo. Reflexionad en lo que vuestra mano ha tomado, y no la dejéis golpear a ninguno de vuestros hermanos; que, honrada por tan noble don, no se deshonre en heridas criminales. Sí, pensad en lo que ella ha tomado y guardadla pura de toda avaricia y rapiña. No es solamente vuestra mano la que ha tomado, es vuestra boca que recibe dones del cielo; prohibid a vuestra lengua todas las palabras injuriosas, impúdicas, blasfemas, perjuras y otras iniquidades semejantes. ¡Qué sacrilegio, si una lengua que toca los más temibles misterios, una lengua que, empurpurada por la sangre de Dios se convierte en algo más precioso que el oro, se transforma en una espada mortífera, en instrumento de insultos, de ultrajes y de innobles placeres! Respetad entonces el honor que Dios le ha hecho y no la hagáis servir al pecado.
Señalad además que, después de la mano y la lengua, es el corazón el que recibe vuestros augustos misterios: no intentéis jamás un fraude contra vuestro prójimo, que vuestra alma permanezca exenta de toda maldad. Podréis del mismo modo preservar vuestros oídos y vuestros ojos. ¡Cuan inconveniente es, en efecto, que después de haber escuchado esa misteriosa voz descendida del cielo y de los querubines, nuestros oídos se dejen profanar por cantos lascivos y afeminados! ¿No se merece el último castigo si, con esos ojos que contemplaron nuestros secretos y venerables misterios, se contempla a las prostitutas o se comete adulterio en el corazón?
Habéis sido convidados a una boda, mis amigos, no entréis en ella con un traje manchado; tomad un vestido digno de la solemnidad. El hombre más pobre, comprometido a asistir a bodas mundanas, a menudo compra o toma prestado un traje conveniente, y se presenta de ese modo ante aquellos que lo han invitado. Pero vosotros habéis sido llamados a un matrimonio espiritual, a un banquete real y consideráis que estáis obligados a procuraros un vestido nupcial. Pero no busquéis ese vestido, es inútil, aquel que os invita os lo da gratuitamente; no podéis excusaros por vuestra pobreza.
Pero conservad ese traje, pues si lo perdierais, no podríais comprar o pedir prestado otro; esa vestimenta preciosa, en efecto, no se vende en ninguna parte. ¿Habéis oído los gemidos de los iniciados que la habían perdido, cómo se golpeaban el pecho, desgarrados por los remordimientos de su conciencia?
Tened cuidado, hijos míos, para no experimentar un día la misma suerte. Pero, ¿cómo lo evitaréis si no rompéis con vuestros malos hábitos? Ya lo he dicho, lo digo todavía y siempre lo repetiré: si alguien no corrige sus costumbres viciosas y no se rinde a la virtud, que no reciba el bautismo. El bautismo puede borrar sin duda nuestros primeros crímenes. Pero se debe temer el peligro de que volvamos a cometerlos y que el remedio se cambie en veneno. Pues si la gracia ha sido abundante, mucho más terrible es el castigo para aquellos que caen.
3. No volvamos entonces sobre nuestro antiguo vómito, desde hoy enseñémonos a nosotros mismos. Ahora bien, sobre la necesidad de un arrepentimiento anterior, de un divorcio de nuestras iniquidades precedentes para acercarnos al sacramento, escuchad las palabras de san Juan Bautista y del príncipe de los Apóstoles a aquellos que debían ser bautizados: "Haced dignos frutos de penitencia, exclama el primero, y no comencéis a decir: nosotros tenemos a Abra-ham por padre."100 Y el segundo, respondiendo a las preguntas que se le dirigían: "Haced penitencia, dijo, y que cada uno de vosotros sea bautizado en nombre de Nuestro Señor Jesucristo."101 Ahora bien, aquel que hace una verdadera penitencia no vuelve a cometer las faltas de las que se arrepintió. Es por eso que se nos hace decir: "Yo renuncio a ti, Satanás," para que no caigamos nuevamente bajo su dominio. En este momento imitamos a los pintores: ellos despliegan primero sus telas, las rodean de líneas, dibujan las figuras, tal vez la imagen de un rey; pero antes de aplicar los colores, con toda libertad, borran, agregan, cambian y trasponen los trazos equivocados o mal logrados. Pero, una vez aplicados los colores, no son ya libres de borrar y volver a comenzar; ellos arruinaron su cuadro, pecaron contra las reglas de su arte.
Seguid este ejemplo y contemplad vuestra alma como un retrato que debéis pintar. Antes que el Espíritu Santo venga a pasar allí su divino pincel, borrad vuestros malos hábitos. ¿Tenéis vosotros el hábito de jurar, de mentir, de proferir palabras ultrajantes o deshonestas, de dedicaros a bufonerías o a cualquier otra acción prohibida? Y bien, destruid ese hábito para no volver a él después del bautismo. El agua santa borra el pecado, pero sois vosotros quienes deben corregir los hábitos culpables. Los colores están aplicados, la imagen real resplandece por el efecto del color, no borréis más, no hagáis desgarros ni manchas en la belleza que Dios os ha dado.
Reprimid entonces la cólera, extinguid las llamas del furor, y si alguien os injuria y os ultraja, perseguidlo con vuestras lágrimas y no con vuestra indignación; con vuestra piedad y no con vuestro resentimiento, y no digáis: "Estoy herido en mi alma." La injuria no llega a nuestra alma, a menos que nosotros nos la hagamos a nosotros mismos. He aquí la prueba. Se os ha robado vuestro bien. ¿Habéis sido heridos en vuestra alma? No, sólo en vuestra fortuna. El robo, en efecto, no ha perjudicado vuestra alma, incluso le ha sido ventajosa; pero vosotros, que no olvidáis vuestra cólera, seréis castigados por haber conservado la memoria de esa ofensa. Si alguien os ha despreciado o insultado, ¿qué daño ha hecho a vuestra alma, e incluso a vuestro cuerpo? Pero si os habéis rendido a sus insultos o a su desprecio, entonces vosotros habéis dañado vuestra alma y vuestras palabras recibirán un día su castigo.
He aquí una verdad de la que yo quisiera, por sobre todo, convenceros: no existe nadie, ni siquiera el demonio, que pueda hacer daño a un cristiano, a un fiel, en su alma, y esto, que es admirable, proviene no solamente de que Dios nos ha hecho superiores a todos los engaños, sino también de que nos ha dado la aptitud para la práctica de todas las virtudes. Para nuestra buena voluntad no existe ningún obstáculo, aun siendo pobres, débiles, viles, despreciables o esclavos. Y, ni la indigencia ni la debilidad, ni la mutilación ni la servidumbre, ni ningún otro accidente semejante puede poner trabas a la virtud.
¿Hablé de pobres, de esclavos, de hombres abyectos? Las mismas cadenas no pueden quitarnos la facultad de ser virtuosos. Por ejemplo, si alguno de vuestros compañeros, irritado, os ha entristecido, perdonadlo. ¿Es que os lo impiden la cautividad, la pobreza, la abyección? No, ellas más bien os ayudan pues contribuyen a la represión de vuestro orgullo que se rebela. ¿Veis a otro tener éxito en sus negocios? No seáis envidiosos; la pobreza no se opone a ello. ¿Se trata de orar? Hacedlo con modestia y recogimiento; la pobreza no pone ningún obstáculo. Sed agradecidos, afables con todos, reservados, honestos; tales virtudes no necesitan ayudas extrañas. He aquí el mérito de la virtud: ella no necesita riquezas, poder, gloria ni nada semejante; un alma santificada basta, ella no pide nada más.
Tal es el poder de la gracia; si alguien es rengo, ciego, mutilado, agobiado por la más extrema enfermedad, nada impide que la gracia lo visite. Sólo necesita un alma que la reciba con todo su afecto, y no presta ninguna atención a las ventajas exteriores. Aquellos que enrolan soldados en la milicia profana, buscan la belleza en la talla y el vigor de la constitución; pero tales ventajas no bastan para el servicio; es necesaria, además, la libertad: todo esclavo es rechazado. El Rey de los cielos no hace pesquisa semejante; admite en su ejército a los esclavos, los ancianos, los inválidos, sin enrojecer por ello. ¿Puede haber una bondad, una obligación más grande?
A nosotros sólo se nos demanda aquello que está en nuestro poder, pero el mundo reclama aquello que no está a nuestra disposición. Efectivamente, ¿acaso la libertad o la esclavitud dependen de nosotros, lo mismo que la altura o la brevedad de la talla, o la vejez, o cualquier otro accidente semejante? En cambio, depende sólo de nuestra voluntad practicar la bondad, la dulzura y otras virtudes semejantes. Dios sólo exige de nosotros aquello que está en nuestro poder, y la razón es fácil de comprender: no es por interés, sino por bondad que nos llama a gozar de su gracia; los reyes de la tierra, por el contrario, sólo atraen a aquellos cuyos servicios les son útiles en las guerras materiales y visibles, pero Dios somete a los suyos a la prueba de combates espirituales e invisibles.
Los juegos públicos nos proporcionan también una posibilidad de comparación. Aquellos que se disponen a aparecer sobre el teatro de esos juegos sólo son admitidos en la lid después que un heraldo los conduce alrededor de la asamblea exclamando en alta voz: "¿Tiene alguien algún reproche que hacer al atleta?" ¡Cómo! ¡Se trata de una lucha puramente corporal en la que no juega para nada el alma, y para ser admitido se necesitan ciertas condiciones de nobleza! Todo lo contrario sucede en la lid de los combates espirituales; aquí las luchas no se apoyan en el entrelazamiento de las manos; son la sabiduría del alma y la virtud del corazón las únicas que deciden la victoria y, mientras tanto, el juez de los juegos no exige de ningún modo al atleta que muestre títulos de nobleza; no lo coloca bajo la mirada de los espectadores diciendo: ¿Alguien tiene alguna cosa que reprochar a esta persona?, sino que proclama: Cuando todos los hombres, cuando todos los demonios, con su príncipe a la cabeza, se levantaron para acusarlo y reprocharle las últimas vergüenzas, yo no lo rechacé, no lo reprendí; por el contrario, lo liberé de los acusadores, lo alivié de su iniquidad, y ahora lo conduciré al combate. Otra diferencia: en los juegos públicos el presidente no ayuda a los combatientes a vencer, es necesario que permanezca neutro; por el contrario, en la clase de combate que Dios preside, él es el auxiliar de la virtud y toma una parte activa en la lucha contra el diablo.
4. He aquí algo maravilloso: Dios no solamente redime los pecados, sino que no los revela, no los hace conocer, no obliga a los culpables a acusarse de ellos en público, sino que les recomienda no dar cuenta de ellos ni confesarlos más que a él. Si un juez de este mundo dijera a un ladrón, sorprendido al cometer su delito o a un violador de tumbas: Confiesa tu crimen y yo te liberaré. ¿Con qué alegría, sacrificando la vergüenza por amor a la vida, no recibiría él estas palabras? Para nosotros, nada semejante, el pecado es perdonado sin que se haya tenido necesidad de revelarlo ante los asistentes. Dios sólo pide una cosa: que el penitente absuelto comprenda la grandeza del beneficio. Pero, ¡qué absurdo! Dios nos colma de favor y se contenta con nuestro testimonio: y nosotros, en los homenajes que le rendimos, buscamos otros testigos, y no actuamos más que por ostentación. Cuánto mejor sería que, llenos de admiración por su bondad le ofrezcamos todo lo que poseemos: y que, ante todo, reprimiéramos la fogosidad de nuestra lengua y no habláramos sin cesar. "Los largos discursos no estarán exentos de pecado."102 Si tenéis algo útil que decir, decidlo; si no tenéis nada apremiante, callaos, será mejor.
¿Trabajáis con vuestras manos? Cantad mientras trabajáis. ¿No queréis cantar con vuestra boca? Cantad con el corazón. El salmo es un compañero útil. No sufriréis ningún daño y podréis encontraros en vuestra casa como en un monasterio. En efecto, no será la conveniencia de los lugares, sino la santidad de la vida lo que nos hará gozar de la paz. Pablo, ejercitando su arte en un taller, ¿valía acaso menos? No digáis entonces: ¿De qué modo, pobre artesano como soy, podría alcanzar la perfección cristiana? Tal condición, precisamente, os otorgará mayores facilidades. Pues la pobreza es más favorable para la piedad que las riquezas, y la vida ocupada, más que la ociosidad. Si no tenemos cuidado, las riquezas pueden convertirse en un obstáculo para nosotros.
Pero, ¿es necesario calmar la cólera, sofocar la envidia, reprimir la violencia, hacer oración? ¿Es necesario mostrarse honesto, dulce, reservado, caritativo? ¿Qué impedimento" puede oponer la pobreza? No es con dinero que se practican tales virtudes, sino gracias a la buena voluntad. La limosna, sin duda, necesita de riquezas, pero la pobreza le confiere un brillo mayor. Aquel que da dos óbolos, ¿no será muy pobre? Y, sin embargo, tiene mayor mérito que todos los otros. No otorguemos importancia a la fortuna y no consideremos de mayor precio el oro que el barro. La materia no tiene valor en sí misma, sino de acuerdo a nuestra opinión.
Para un hombre serio, el hierro es más necesario que el oro. En efecto, ¿qué utilidad tiene el oro para las necesidades de la vida? El hierro, por el contrario, empleado en gran número de profesiones, nos proporciona la mayoría de las cosas indispensables. Pero, ¿por qué comparar el hierro con el oro? Incluso las piedras comunes son más necesarias que las piedras preciosas. Con las unas nada se puede hacer que sea útil, mientras que con las otras construimos casas, murallas y ciudades. ¡Mostradme entonces qué ventaja poseen las piedras preciosas, o mejor aún, qué peligro no se deriva de ellas! En efecto, para que vosotros llevéis una perla, es necesario que sufran hambre una multitud de pobres. ¿Qué excusa podréis presentar, qué indulgencia obtendréis?
¿Queréis embellecer vuestro rostro? No empleéis piedras preciosas, sino la modestia y la honestidad, y vuestro esposo os encontrará más amable. En efecto, ¿qué resulta a menudo del adorno? Sospechas envidiosas, enemistades, injurias, luchas. ¿Existe algo más desagradable que un rostro sospechoso? Por el contrario, la belleza de la limosna y de la caridad excluye toda suposición desfavorable; ata a un marido con más fuerza que todas las cadenas. La naturaleza adorna menos un rostro que el amor de aquel que lo contempla; nada atrae ese amor tanto como la reserva y el pudor. Aunque una mujer sea bella, si su esposo está mal dispuesto a su respecto, le parecerá la más desagradable del mundo; pero, aunque esté privada de gracia, si ella le gusta, la mirará como la más amable de todas. Nuestros juicios se forman no según la naturaleza de las cosas que nos impresionan, sino conforme al sentimiento del alma que los contempla. Adornad entonces vuestro rostro, pero que sea con la modestia, la honestidad, la limosna, la afabilidad, la caridad. Que sea con la ternura hacia vuestro marido, vuestra dulzura, vuestra bondad, vuestra paciencia en las adversidades; he aquí las flores de virtud que os ganarán el corazón de los ángeles y no de los hombres y que os merecerán las alabanzas del mismo Dios; ahora bien, cuando seáis agradables a Dios, él os otorgará todo el corazón de vuestro esposo. Si la sabiduría del hombre ilumina su rostro, ¿qué resplandor no esparcirá la virtud sobre la mujer?
Finalmente, si tenéis un adorno mundano, decidme, ¿de qué os servirá cuando llegue el gran día? Pero, ¿por qué recordar el gran día? ¿No nos proporcionan acaso una prueba suficientemente clara las circunstancias presentes? ¿No hemos visto a aquellos que habían ultrajado al emperador, cuando eran llevados ante los tribunales y expuestos al último suplicio? Las madres, las esposas, se despojaban de sus collares de oro, de sus perlas, de todo adorno, de sus vestimentas suntuosas; tomaban hábitos simples y humildes, se cubrían la cabeza de cenizas y, desplazándose ante las puertas del tribunal, en ese estado, suplicaban a los jueces. Ahora bien, si en esos juicios son miradas como peligrosas y pérfidas las cadenas de oro, las perlas, los ricos vestidos; si por el contrario, la dulzura, la bondad, la humillación, las lágrimas, la negligencia en el vestido, disponen mejor a los jueces, ¿qué sucederá entonces, con mayor razón, en ese inevitable y temido juicio? ¿Qué razón podréis aportar, decidme, y qué excusa, cuando Dios os reproche esas piedras preciosas y haga aparecer ante vuestros ojos a esos pobres que han perecido a causa de la miseria?
También san Pablo decía: "Que las mujeres no se adornen con cabellos rizados ni con oro, con piedras ni con trajes preciosos."1113 De allí nacen los peligros. Y, aunque gocemos de esas ventajas toda nuestra vida, ¿no nos separará de ellas la muerte, totalmente? Con la virtud, en cambio, ninguna ruina: ella nos da seguridad en nuestro mundo y nos acompaña en el otro. ¿Queréis poseer siempre vuestras piedras preciosas y no perder jamás vuestra opulencia? Quitaos esos adornos y depositadlos, a través de las manos de los pobres, en el seno de Jesucristo. El conservará para vosotros todas esas riquezas y, después de la resurrección, cuando haya revestido vuestro cuerpo con una brillante claridad, entonces os embellecerá con adornos más ricos, con ornamentos preferibles a vuestras vestimentas groseras y ridiculas de aquí abajo. Pensad en ello: ¿a quién queréis agradar?, ¿para quién este adorno?, para un cordelero, para un fundidor, para un corredor. Para haceros mirar y admirar. ¡Qué confusión! ¡Qué vergüenza, daros en espectáculo, entregaros a todas esas locuras ante gentes a las cuales ni siquiera os dignáis dirigir la palabra!
¿Porqué medio se pueden despreciar todas esas frivolidades? Debemos recordaros estas palabras de vuestro bautismo: Renuncio a ti, Satanás, a tus pompas y a tu culto; pues el amor insensato por las piedras preciosas lleva a la pompa diabólica. Habéis recibido oro, ¿sirvió éste para encadenar vuestros miembros o para liberar y alimentar a los pobres? Decid entonces con frecuencia: Renuncio a ti, Satanás; nada más seguro que estas palabras, si las ponemos en práctica.
Vosotros, que vais a ser bautizados, aprendedlas, yo os conjuro la fórmula de vuestro pacto con el Señor. Cuando compramos esclavos, preguntamos primero a aquellos que están encadenados: ¿Queréis servirnos? Lo mismo hace Jesucristo. Cuando debe tomarnos a su servicio, comienza por decirnos: ¿Queréis abandonar a vuestro cruel e implacable tirano?, y nos admite en su alianza. Su dominio no es de ningún modo forzado. ¡Y considerad la bondad de Dios!
Nosotros, antes de pagar, nos informamos frente a aquellos que están en venta, y cuando estamos seguros de su voluntad, entonces desembolsamos el precio. Jesucristo no actúa del mismo modo.El ha librado de antemano, por nuestro rescate, toda su preciosa sangre: "Habéis sido comprados a un enorme precio,"104 dijo san Pablo.
Y sin embargo, a menos que tengáis la gracia y la voluntad de comprometeros a cumplir sus leyes por vosotros mismos y por vuestro propio impulso, él no os obligará a servirlo. Yo no fuerzo, dice él, no obligo a nadie. Nosotros, si alguna vez sucede que compramos esclavos viciosos, sólo se debe a un error; Jesucristo, por el contrario, ha comprado para su servicio a hombres ingratos y malvados, y los ha pagado igual que al mejor servidor; incluso pagó un precio mucho más elevado y de tal manera superior, que su grandeza es incomprensible para la razón y la inteligencia. En efecto, ¿ha entregado la tierra, el cielo y el mar? No, pero sí algo que vale más, su preciosa sangre; y después de todos esos sacrificios no nos exige testigos, ni firma; se contenta con una sola palabra; y si vosotros la decís sinceramente: Renuncio a Satanás, y a sus pompas, vuestro amo lo ratificará todo. Digamos entonces: Renuncio a ti, Satanás, y como, cuando llegue el gran día, deberemos rendir cuentas de estas palabras, guardémoslas con cuidado, para devolver íntegramente ese depósito.
También pertenecen a las pompas del demonio, los teatros, los juegos del circo, el pecado, cualquiera que sea, la observación de los días, los encantamientos y los presagios.
¿Qué son los presagios? A menudo, al salir de vuestra casa encontráis un tuerto o un rengo y deducís de ello un presagio; pompas de Satán. ¿Será la vista de un hombre cuya vida ha transcurrido en el pecado, lo que vuelve .malo al día? Cuando salgáis, evitad el encuentro del pecado, éste es lo realmente funesto y, sin el pecado, el demonio no puede haceros ningún mal. Pero, ¿qué decís? Vosotros miráis un hombre y, con ello, hacéis un augurio. ¿Y no descubrís en ello la trampa de Satanás? ¿No veis que él os convierte en enemigos de aquello que no os hace ningún mal y que, sin ningún motivo necesario, os coloca en oposición con vuestro hermano? Dios nos ordena amar incluso a nuestros enemigos; pero vosotros tomáis aversión a aquel que no os ha causado ningún daño y a quien nada tenéis que reprochar. ¡Qué situación ridícula, qué vergüenza, o mejor, qué peligro! ¿Encontraré todavía alguna cosa más ridícula? Enrojezco, estoy confundido, pero vuestra salvación me obliga a hablar. Si se encuentra una virgen, se dice: día perdido; pero si se trata de una prostituta, entonces: día favorable y feliz, próspero comercio.
Vosotros os escondéis, os golpeáis la frente, bajáis la cabeza. ¿Pero es cuando se pronuncian tales palabras, que se debe enrojecer, o cuando se las pone en práctica? ¡Mirad cómo el demonio oculta de ese modo sus engaños! Hace desviar vuestras miradas de una mujer modesta y os inspira inclinación y amor por una impúdica: ¿por qué? Porque ha escuchado esta sentencia de Jesucristo: "Cualquiera que mira a una mujer con mal deseo, ya ha cometido adulterio";105 porque ha visto a muchas almas triunfar sobre la lujuria, entonces, queriendo conducirlas al pecado por otro camino, lo hace por medio de ese presagio, llevándolas a colocar su vista con agrado sobre una mujer licenciosa.
¿Qué podemos decir de aquellos que emplean encantamientos, ligaduras y que rodean su cabeza y sus pies con medallas de bronce con la imagen de Alejandro de Macedonia? Decidme, después de la cruz y de la muerte de Nuestro Señor, ¿debemos colocar la esperanza de nuestra salvación en la imagen de un rey pagano? ¿Ignoráis, entonces, el enorme poder de la cruz? ¿Acaso no destruyó ella la muerte, no suprimió el pecado, no despobló el infierno, no quebró el poder del demonio? ¿Y no la juzgaríais capaz de salvar vuestro cuerpo? ¿Ella ha tranquilizado a todo el universo y no será digna de vuestra confianza? ¡Oh, qué castigo no mereceréis!
Pero, además de vuestras ligaduras, os rodeáis también de encantamientos, introduciendo para ello en vuestras casas a viejas mujeres ebrias y vacilantes; ¿y no estáis confundidos, no estáis avergonzados después de nuestras sublimes enseñanzas, dejándoos fascinar por tales imposturas? Y lo que es todavía más funesto que el mismo error, a nuestras advertencias para que salgáis de él, oponéis excusas imaginanas, diciendo: Esta encantadora es cristiana, sólo profiere el nombre de Dios. ¡He aquí precisamente porqué la tengo en abominación!, pues ella sólo pronuncia el nombre divino para ultrajarlo; se dice cristiana pero sólo comete actos paganos. Los demonios mismos, ¿no profirieron acaso ese santo nombre? Y, sin embargo, eran demonios; ellos decían, es verdad, a Jesucristo: Nosotros sabemos que sois el Santo Dios; y sin embargo él los reprendió y los expulsó.
Os suplico, no toméis parte de esos engaños. ¡Tomad como defensa las palabras de nuestro bautismo! ¿Querríais descender al foro sin calzado ni vestimenta? Y bien, no aparezcáis jamás en público sin esta santa palabra, y antes de franquear el umbral de vuestra puerta decid: "Renuncio a ti, Satanás, a tus pompas, a tu culto, y me ligo a ti, oh Jesucristo." No salgáis jamás sin estas palabras, ellas serán vuestra defensa, vuestro escudo, serán para vosotros una torre inexpugnable. Con estas palabras imprimid la cruz sobre vuestra frente. Y entonces, ni el encuentro con un hombre ni con el mismo demonio os podrá perjudicar, gracias a esta armadura que os cubrirá por todas partes.
En adelante, alimentaos con estas verdades, de modo que, cuando escuchéis la señal, seáis como soldados bien equipados y, triunfando sobre el demonio, recibáis la corona de justicia que os deseo a todos, por la gracia y la bondad de nuestro Señor Jesucristo, a quien pertenece la gloria, con el Padre y el Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Así sea.


89 Sal 95 (94), 7-8: "¡Oh, si escucharais hoy su voz!: No endurezcáis vuestros corazones como en Meribá." — 90 Jb 1:1: "Había una vez en el país de Us un hombre llamado Job: hombre cabal, recto, que temía a Dios y se apartaba del mal." — 91 Qo 12:13: 'Teme a Dios y guarda sus mandamientos, que eso es ser hombre cabal." — 92 Jn 1, 5: "Y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron." — 93 Ga 3:27: "En efecto, todos los bautizados en Cristo, os habéis revestido de Cristo." — 94 Jn 6:57-58: "Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá en mí. Éste es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre." — 95 Jn 15:15: "No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos." — 96 2 Co 11:2: "Pues os tengo desposados con un solo esposo para presentaros cual casta virgen a Cristo." — 97 Rm 8, 29: "Para que fuera él el primogénito entre muchos hermanos." — 98 Is 8,18: "Aquí estamos yo y los hijos que me ha dado Yahveh." — 99 Hb 1:22: "Bajo sus pies sometió todas las cosas y lo constituyó cabeza suprema de la Iglesia." — 100 Lc 3:8: "Dad, pues, frutos dignos de conversión, y no andéis diciendo en estro interior: 'tenemos por padre a Abraham'." — 101 ch 2:28: "Convertios y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo." — 102 Pr 10:19: "En las muchas palabras no faltará el pecado." — 103 1 Tm 2:9: "Asimismo que las mujeres, vestidas decorosamente, se adornen con pudor y modestia, no con trenzas ni con oro o perla o vestidos costosos." — 104 1 Co 7:23: "¡Habéis sido bien comprados!" — 105 Mt 5:28: "Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón."

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