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martes, 5 de abril de 2016

Los ángeles en el pesebre de Jesús Santa Teresita de Lisieux


Los ángeles en el pesebre de Jesús

Santa Teresita de Lisieux



“Los Ángeles en el pesebre de Jesús –el primer texto que Teresa escribe sobre la Navidad- no es ni folklore ni melindrería, sino contemplación asombrada del misterio de la Encarnación, misterio de anonadamiento de amor.
La inteligencia humana no puede llegar a “comprenderlo”, y la autora delega en los ángeles la misión de exaltar “el misterio inefable” con un ardor lírico que no encontramos en ninguna otra de sus “recreaciones”. […]
Fecha de composición: primera quincena de octubre de 1894, para el 25 de diciembre de ese mismo año.

[Escena 1]

El Ángel del niño Jesús lleva un incensario y flores, y canta….:
¡Oh Verbo-Dios y resplandor del Padre!
 en el cielo, inmortal te contemplaba;
mas ahora yo veo aquí en la tierra
tu Majestad, de muerte rodeada.
Con tu luz a los ángeles del cielo,
Niño Jesús, inundas y ahora bajas
para salvar al mundo…,  ¿quién comprende
el misterio de tu alma enamorada?
¡Oh Dios, envuelto en pañales,
Verbo convertido en Niño!
Tú embelesas a los ángeles;
temblando ante ti me inclino.
Mas ¿quién comprenderá este gran misterio:
todo un Dios convertido en débil niño…?
¡Ha venido a exiliarse en nuestra tierra
el Todopoderoso…, el Infinito!
Oh divino Jesús, suma hermosura,
quiero corresponder a tu cariño;
y, para demostrarte cuánto te amo,
ante ti velaré, cirio encendido.
El brillo de tus pañales,
Verbo convertido en Niño,
a los ángeles atrae.
Temblando ante ti me inclino.
Pues que el “valle de lágrimas” posee
a quien adoran Rey los elegidos,
el cielo para mí no tiene encanto…,
volé hasta ti, Jesús, mi preferido.
Y deseo cubrirte con mis alas
y siempre acompañarte en este exilio
y hacerte de las flores más hermosas
un tapiz a tus pies, en sembradío.
Quiero hacer de la estrella más brillante
una cunita, Niño, donde mecerte,
y hacerte una cortina, unos visillos,
de la impoluta y más brillante nieve.
Quiero de las montañas más lejanas
abajarte las cumbres por doseles;
quiero, en fin, que los valles y los campos
produzcan en tu honor flores celestes.
La flor es la sonrisa del buen Dios.
Es el eco lejano de los cielos,
el eco fugitivo de la lira
que tañe entre sus manos el Eterno.
Esta nota vibrante y melodiosa,
del creador armonioso acento,
con su voz misteriosa cantar quiere
tu gloria, Oh Salvador, en su concierto.
Dulce melodía,
suave armonía,
silencio de las flores:
cantad de Dios vosotras los loores.
Sé que son tus amigas, oh Jesús,
las flores cuyo aroma te arrebata;
llegado de celestes praderías,
buscas flores, las almas, tus hermanas.
Niño Jesús, yo sé que tú querrías
recoger esas flores perfumadas;
Jesús, hermoso Lirio de los valles,
¡¡¡morirías por una flor amada…!!!
Misterios inefables,
¡oh Verbo adorable!,
¡que lágrimas llores
para hacer tu cosecha de esas flores!
El Ángel se para un instante, se inclina hacia el Niño Jesús y le dice:
¡Divino Jesús! ¡Por qué viene a responder a mi canto esa encantadora sonrisa, cuando te estoy hablando de lágrimas…? ¡Dulce niño…!, comprendo tu mirada… Tú querrías dejar ya la cuna para comenzar a recoger esas flores que te han cautivado… ¡Ay, qué pronto tendrás que alejarte de este pobre establo, el único refugio que te ofrece tu patria de la tierra…! Tendrás que abandonarla para huir ante un príncipe mortal a quien tu realeza divina hará temblar en su trono… Pero al huir a tierra de Egipto, recogerás una abundante cosecha de flores primaverales… Todos los afortunados niños de tu edad recibirán las blancas coronas que tu paso fugaz por la tierra les habrá de merecer; esos inocentes corderos sacrificarán sus vidas recién estrenadas, por ti, Jesús, autor de la vida; pero, a cambio, tú pondrás en sus manos infantiles la corona de los vencedores y durante toda la eternidad esta encantadora falange jugará al pie de tu trono, oh divino Cordero…
De esta manera la crueldad de Herodes quedará burlada; quería aniquilar tu imperio, y envió delante de ti una legión de mártires destinada a formar tu corte real!

¡Jesús, qué hermoso será para mí contemplar tus triunfos…!¡Con qué rapidez avisaré al fiel José cuando te llegue la hora de volver a la patria…! Yo sostendré a tu madre en las fatigas del viaje… Mientras ella te mezca por la noche para dormirte, a la sombra de las palmeras, yo estaré allí velando por vosotros y alejando los peligros y los miedos nocturnos… Cantaré quedamente los cánticos del cielo, y en cuanto vea que se duermen el Verbo eterno y su augusta Madre, los envolveré con mis alas para protegerlos del frío del desierto…

El Ángel se para un instante y luego sigue diciendo:
Pero, mi dulce Jesús, ¿por qué hablar ya del futuro…? Tú no eres todavía más que un niñito recién nacido… Déjame cantar tus encantos y tu ternura…

El Ángel canta:
Niño Jesús, ¿qué ignota melodía
expresará tu encanto, tu dulzura…?
Encantadora flor recién abierta,
¿quién dirá tu perfume y tu blancura?
¿Dónde están las liras
de dulces acentos,
que puedan decir
tus encantos sin par en sus conciertos?

[Escena 2]
Se adelanta un ángel trayendo los instrumentos de la Pasión, y enseña al Ángel de la guarda un velo en el que está impresa la Santa Faz; éste contempla la imagen extasiado.

El Ángel del Niño Jesús:
Hermanito querido, ¿qué imagen tan fascinante es ésta? Después de contemplar el rostro inefable del divino Niño, yo  pensaba que ya no podría encontrar nada hermoso en la tierra, pero el misterioso resplandor de ese velo me muestra una belleza igual a la de Jesús, ¡¡¡sólo que con nuevos encantos…!!!

El Ángel de la Santa Faz canta:
Ángel del cielo, es esta Faz la lira
que de Jesús resuena los encantos,
la melodía única que vibra
el fulgor de quien es Flor de los santos.
Divina Faz,
¡tu belleza eclipsa
al ángel celeste
de beldad divina…!
[El Ángel se arrodilla ante el Niño Jesús y se inclina hacia él]
Jesús, en la mañana de tu vida
tu bella Faz se nubla por los lloros;
y hasta el atardecer de tus dolores
lágrimas fluirán de ese tu rostro.
Reconozco, Jesús, en esta imagen
el brillo puro de tu Faz de Niño,
y en este lienzo ensangrentado intuyo
todo el encanto de tu ser divino.
Divino Infante, el sufrimiento aceptas,
tu sonrisa avizora el porvenir.
Deseas beber ya la amarga copa
en tus sueños de amor, hasta morir.
¡Niño de un día!
¡Sueño inefable!
¡Vos me abrasáis
de amor, Faz adorable!

El Ángel del Niño Jesús:
Sí, divino Jesús, el resplandor de tu augusto rostro sobrepasa todo el esplendor de los cielos… Sí, en cuanto los hombres puedan contemplar tu hermosura, se apresurarán a entregarte sus corazones y ya no vivirán más que para ti…

El Ángel de la Santa Faz:
¡Ay, hermanito!, ¿acaso no conoces tú la ingratitud de los mortales…? ¿No sabes lo que ha predicho el profeta Isaías, cuya mirada inspirada contemplaba ya los encantos ocultos de Jesús…? “No había en él belleza ni esplendor –decía-, su aspecto no era atractivo. Despreciado, rechazado por los hombres, varón de dolores, acostumbrado al sufrimiento… Su rostro estaba velado… Parecía despreciable y lo estimamos en nada… Lo tuvimos por leproso, como un hombre golpeado por Dios y humillado… ¿quién es éste que viene de Edom, de Bosrá, con vestidos de púrpura…? ¿Ese que, vestido de gala, avanza con tanto brío…? Soy yo, que proclamo la liberación y tengo poder para salvar… ¿Por qué están rojos tus vestidos, tu ropa como la del que pisa el lagar…? En la cuba he pisado yo solo, ningún pueblo me ayudó. Miré en torno y no había quien me ayudara… Busqué y no encontré auxiliador…”

El Ángel del Niño Jesús:
Jesús, ¿es posible que sea despreciado tanto amor?
[Se inclina hacia el Niño Jesús. Tras un momento de silencio bastante largo, prosigue, mirando los instrumentos de la Pasión que el Ángel de la Santa Faz tiene en sus manos]
¿Por qué, Niño divino, por qué se fijan tus ojos en esa cruz? ¿Por qué sonríes ante esa corona cruel…? Déjame llevarte al cielo, ya que la tierra no te ofrece más que dolores…
Pero no… En tu mirada de niño estoy viendo que la cruz tiene para ti más encantos que el trono eterno de los cielos… Jesús, no alcanzo a comprender el inmenso amor que te ha hecho bajar a la tierra. [Llora]

El Ángel de la Santa Faz canta:
Serafín, llora en silencio,
mira este Niño de un día:
hacen que tiemble de amor
lanza, cruz, duras espinas.
[Volviéndose hacia el Niño Jesús]
¡Ay! ¿Por qué habré de ser ángel
que es incapaz de sufrir…?
¡Jesús, en un dulce canje,
por ti quisiera morir…!

El Ángel del Niño Jesús:
Jesús, ¿habré, pues, de verte morir…? Después de haberte protegido en tu niñez, sustrayéndote a la ira de Herodes, ¿no podré arrancarte de la muerte…?
[Se inclina hacia Jesús]
Divino Niño, yo podría cubrirte con mis alas… Podría coronarte de rosas cuando los ingratos quieran ceñir con espinas tu frente divina…
[El Ángel deposita un beso en la frente de Jesús]

El Ángel de la Santa Faz mostrando el velo de la Verónica:
Hermano, mira esta imagen que te ha parecido tan hermosa… Date cuenta de que no son precisamente rosas lo que ha adornado a Jesús con este esplendor… ¿No sabes acaso que el Rey del cielo tiene más de mil legiones de ángeles que podrían defenderlo y cubrirlo con sus alas…? Pero Jesús quiere sufrir, quiere llorar ¡¡¡para redimir a sus hermanos de la tierra…!

El Ángel del Niño Jesús, entristecido:
¡Ay!, ¿tendrá Jesús, el hermoso Lirio de los valles, que verse desgarrado por crueles espinas…? ¿Tendrá que ser prodigado a los ingratos el suave perfume de mi preciosa Flor, a esos ingratos que no quieren recogerlo? [Llora]

El Ángel de la Santa Faz, tras una pausa:
Consuélate, ángel bello, que el perfume de nuestro Lirio no se derramará inútilmente: un gran número de almas puras se apresurarán a recogerlo. Con su Amado subirán la montaña de la mirra, con él sufrirán, enjugarán su Faz divina, y al contemplar sus lágrimas preciosas exclamarán: “Jesús, ¡qué preciosas son las perlas que haces resplandecer sobre tu rostro…!
… Con un dulce reflejo que arrebata,
en tus velados ojos cuál titilan…
¡El fulgor de los cielos estrellados
una lágrima tuya sola eclipsa…!”

El Ángel del Niño Jesús:
Sí, las lágrimas de Jesús relumbran más que todo el esplendor de los cielos y son más bellas que el rocío de la mañana… Pero lo que colma mi dolor es pensar que, un día, el precioso rostro de este Niño divino estará escondido en un sepulcro… Y entonces ¿quién lo verá…? ¿Quién estará allí para enjugar sus lágrimas…? Ni siquiera María podrá contemplar los rasgos queridos de su Hijo adorado… [Vuelve a llorar]

[Escena 3]

Se adelanta un Ángel llevando el estandarte de la Resurrección:
No llores, ángel del Dios salvador,
del cielo vengo a consolar tu amor.
Este delicado infante
será un día poderoso,
porque resucitará
¡y reinará victorioso…!
[A Jesús]
¡Oh Dios, que te has escondido bajo los rasgos de un Niño!
¡Yo te contemplo radiante y para siempre triunfante…!
Levantaré la piedra de la tumba
y, al contemplar tu rostro tan hermoso,
¡yo cantaré
y me regocijaré,
al ver con mis propios ojos
que resucitas glorioso!
¡Oh Dios, que te has escondido bajo los rasgos de un Niño!
¡Yo te contemplo radiante y para siempre triunfante…!
Veo brillar divinos resplandores
en tus ojos de niño lloradores.
¡Verbo de Dios,
tu decir de fuego
resonará un día
de amor quemante en ecos.
¡Oh, Señor escondido, te contemplo
elevarte hasta el cielo
y allí reinar glorioso…!

[Escena 4]

El Ángel de la Eucaristía se adelanta, llevando en las manos un cáliz coronado por una hostia resplandeciente y canta:
Contemplad, ángel mi hermano,
a Jesús subiendo al cielo;
a esta tierra, en el altar
para adorarle, yo vengo.
Oculto en la Eucaristía
al Omnipotente veo,
al Dios de la vida… ¿niño?
¡Algo mucho más pequeño…!
Desde hoy, en el santuario
quiero fijar mi morada
y ofrecer a Dios el himno
de mi amor y mi plegaria.
Las gracias del Dios oculto
quiero cantar con mi lira,
con su belleza embriagarme
en un éxtasis de dicha.
¡Que no pueda en el sagrario
hacer de Dios mi comida,
dulce milagro de amor
y unirme a él cada día!
Al menos, al alma santa
quiero prestarle mi amor,
¡para que sin miedo alguno
se acerque a su Salvador…!

El Ángel de la Santa Faz:
Divino Jesús, éste es el límite extremo de tu amor. Después de haber hecho visible a las débiles criaturas la Faz adorable, cuyo resplandor no pueden resistir los serafines, quieres ocultarla tras un velo más espeso todavía que el de la naturaleza humana… Pero, Jesús, yo veo brillar en la hostia el esplendor de tu rostro.
[Se arrodilla ante la hostia]
Tus encantadores hechizos no están ocultos para mí… Yo veo cómo tu mirada inefable penetra en las almas puras y las invita a recibirte… Como la paloma que se esconde en los huecos de la piedra, así tus esposas buscarán tu rostro. Veo cómo sus corazones se vuelven hacia ti y vienen a refugiarse junto al sagrario de amor.

El Ángel del Niño Jesús:
¡Divino Niño! ¿quieres fijar tu morada aquí en la tierra…? Hace unos momentos un ángel cantaba que pronto ascenderás a la derecha de tu Padre, para reinar eternamente en el cielo… ¿Cuándo, pues, te veré en el trono de tu gloria…?
Jesús, yo quisiera que llegara tu reino, que todos los elegidos aparecieran pronto en los aires volando a tu encuentro, cuando un ángel anuncie: “Se acabó el tiempo…”

[Escena 5]

Se adelanta el Ángel del juicio final llevando una espada y una balanza, y canta:
Pronto de la venganza vendrá el día
en que a este mundo el fuego purifique;
todo hombre su sentencia escuchará 
que la boca de Dios solemne dicte.
El fulgor de su gloria admiraremos,
ya no a través de un niño que la eclipse.
Entonces cantaremos su victoria:
¡nadie al Omnipotente se resiste!
[El Ángel se vuelve hacia la imagen de la Santa Faz para cantar]
Inundados de lágrimas y sangre,
sus ojos brillarán con luz divina.
Esta Faz adorable admiraremos
que, esplendor irradiando, al cielo irisa.
Sobre un trono de nubes portará
Jesús el cetro de su cruz invicta,
y le podremos bien reconocer
cual Juez…, cual Rey…, en una voz que brilla…
Temblaréis, habitantes de la tierra,
al encarar vuestro último momento;
no podréis soportar la justa cólera
del Dios de Amor, hoy niño, justiciero.
Por ganar vuestro pobre corazón
de mortales, acepta el sufrimiento;
en el juicio veréis su poderío;
¡¡¡ante el Dios Vengador, seréis el miedo…!

Todos los ángeles se arrodillan (a excepción del Ángel del juicio final) y cantan:
Dígnate, Jesús divino,
escuchar nuestra plegaria:
Tú, que tanto amas la tierra
a tus elegidos salva.
Rompa esa espada tu mano…,
a ese ángel airado aplaca…
Levanta tu voz, ¡oh Niño!
Y al corazón manso salva.

Se escucha la voz del Niño Jesús, en este momento el Ángel del Juicio Final se arrodilla.
Consolaos, fieles ángeles,
vosotros sois los primeros
en cubrirme con las alas
y en atender a mis ruegos.
Reconociéndome rey
bajo los rasgos del niño,
cantasteis mi nacimiento
descendiendo hasta mi nido.
Yo os amo, puras llamas
de la celestial mansión;
como a vosotros, las almas
amo con un gran amor.
Para mí yo las creé
con deseos de infinito.
¡La más pequeña que me ame
es para mí el paraíso…!

El Ángel del Niño Jesús:
¡Divino Jesús!, ¡qué dulce y qué fascinante es el sonido de tu voz de niño…! ¡Toda la melodía de los cielos no se puede comparar a una sola de tus palabras…! ¡Escucha mi oración, hermoso Niño! Llévate de esta tierra de exilio un gran número de almas inocente que se parezcan a ti. Dígnate recoger, antes de que broten, esas flores que se marchitarían si se quedaran aquí abajo en la tierra... Jesús, que en cuanto el rocío del bautismo deposite un germen de inmortalidad en sus corazones, tu manita se apresure a trasplantarlas a los jardines del cielo.

Jesús:
¡Oh ángel bello de mi infancia,
escucharé tus deseos!
Sabré guardar la inocencia
del alma de los pequeños.
Yo cortaré esos capullos
en el frescor de su aurora
y tú los verás abrirse bajo los rayos benéficos
de mi Corazón, que adoran.
Serán llenos de rocío,
centelleantes con mil fuegos,
lirios de la vía láctea
en el azul de los cielos.
Soy el Lirio de los campos,
quiero corona de lirios;
quiero que adornen mi trono
de blancos lirios los brillos.

El Ángel de la Santa Faz:
Niño divino, escucha también mi oración… Yo veo en el futuro un gran número de almas que se consagrarán a ti y que convertirán en tus amadas esposas con lazos inefables… Pero estos ángeles de la tierra vivirán en cuerpos mortales y a veces sus sublimes anhelos de ti se verán entorpecidos; a menudo la blancura de sus vestidos se verá empañada por el polvo de la tierra.
Jesús, también veo todo un grupo de almas todavía más numerosas que se alejarán de ti; como el hijo pródigo, también ellas irán a buscar la dicha muy lejos de su Padre… Estas pobres ovejas, oh divino Pastor, en vez de vivir en paz bajo tu cayado, se extraviarán entre los espinos… Pero el dolor las volverá a acercar a ti, se acordarán de que el Hijo de Dios no vino a llamar a los justos sino a los pecadores y de que hay mayor alegría en el cielo por un solo pecador que se arrepienta que por los noventa y nueve justos que no necesitan penitencia… Al igual que la Magdalena, después de haberte ofendido mucho, te amarán mucho… Cuando esas almas busquen tu rostro, cuando vengan a esconderse en el secreto de tu Faz divina invocando tu nombre bendito, dígnate, Jesús, volverlas con una sola de tus miradas más brillantes que las estrellas del firmamento…

Jesús:
Tú que contemplas mi rostro
en un éxtasis de amor
y para guardar mi imagen
dejas la eterna mansión…
Quiero escuchar tu plegaria:
¡Perdonaré a cualquier hombre,
lo inundaré con mi luz,
en cuanto invoque mi nombre!
¡Oh bello ángel! Que en la tierra
mi cruz y dolor sufriste,
ve qué misterio: toda alma
que sufre es tu hermana humilde;
se reflejará en su frente
el brillo de su dolor
en el cielo, y, sobre el mártir,
de tu ser puro el fulgor.

El Ángel de la Eucaristía:
¡Pan vivo bajado del cielo…! Racimo dorado que hará germinar a las vírgenes, dígnate hacerme oír a mí también el dulce sonido de tu voz, a mí que hasta el fin de los siglos te adoraré en el santuario. Verbo de Dios, a quien el amor redujo al silencio, los ministros de tus altares deberían tocarte con la misma delicadeza que María cuando te envolvía en pañales… Pero, ¡ay!, demasiadas veces tu amor será ignorado y tus sacerdotes no serán dignos de su sublime carácter… Dios escondido, dime qué puedo hacer yo para consolarte…

Jesús:
Ángel de la Eucaristía,
tú encantas mi corazón;
sí, tu dulce melodía
consolará mi dolor.
Deseo darme a las almas,
pero cuántas languidecen;
Serafín, dales tus llamas,
tus cantos me las acerquen.
¡Que el alma del sacerdote
a un serafín se parezca!
¡Que cuando suba al altar
se renueve, yo quisiera…!
Para obrar este milagro,
debieran orar por siempre
almas ante el tabernáculo
en inmolación perenne.

El Ángel de la Resurrección:
Pronto, divino Niño, te veré ascender glorioso a la derecha del Padre… Entonces todos los ángeles saltarán de alegría y se apresurarán a abrir las puertas eternas para recibirte, oh Rey de la gloria…
¿Pero qué será de los pobres exiliados de la tierra…? ¿Se quedarán huérfanos para siempre…?

Jesús:
Yo retornaré a mi Padre
pensando en mis elegidos,
tras este exilio terrestre
mi pecho será su nido.
Reuniré a mi rebaño
al sonar la última hora
y en la celeste morada
les serviré yo de antorcha.

El Ángel del juicio final se levanta:
¿Olvidarás, Jesús, bondad suprema,
que ha de ser castigado el pecador…?
¿Qué es infinito el número de impíos,
pese a la anchura extrema de tu amor…?
Yo puniré en el juicio todo crimen,
borraré a los ingratos hacia Dios…
Mi Jesús, dulce víctima, ¡mi espada
está presta…! ¡¡¡Seré tu vengador…!!!

El Niño Jesús:
Baja tu espada, ángel bello,
no es cosa tuya juzgar
a la humanidad, que elevo
y que quise rescatar.
Seré yo quien juzgue al mundo,
¡yo…, que me llamo Jesús!
¡Mi sangre, rocío fecundo,
lo limpie desde la cruz!
¿Sabes que las almas fieles
siempre me consolarán
de las impías blasfemias
con su amoroso mirar…?
Por eso en la santa Patria
los míos serán gloriosos:
¡haré de ellos otros dioses,
pues mi vida allí les dono…!

El Ángel del juicio final cae de rodillas y canta:
¡El querubín ante ti, Niño, se inclina…!
y, absorto, admira tu inefable amor;
quisiera como tú en una colina
poder morir un día en sumo don…

Todos los ángeles cantan:
¡Oh, qué gran dicha la del ser humano!
¡Los serafines sueñan, en su éxtasis,
trocar, Jesús, su calidad angélica
por la de un niño débil…!
FIN

Santa Teresita del Niño Jesús
Teatro y Poesías
Ed. Monte Carmelo
Burgos 1997.
Pp. 263-287

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