Conocido también por Camino de las Peregrinaciones o Ruta Jacobea, constituye uno de los focos hacia el cual se encaminó la piedad de miles de peregrinos durante siglos, desde que el sepulcro del Apóstol Santiago, patrón de la peregrinación a Compostela, se descubrió en el primer tercio del s. IX. A partir del s. XI se conoce como Camino de Santiago, por antonomasia y, desde esta fecha, obra como referencia de situación de tierras en los documentos notariales. Camino francés, sin embargo, es la denominación de mayor antigüedad y persistencia, sobre todo por parte de los peninsulares.
Con el descubrimiento de la tumba de Santiago por el obispo Teodomiro, en torno al año 810 y bajo el reinado de Alfonso II el Casto, comenzó una de las peregrinaciones más consideradas de la cristiandad con destino a Compostela. Como fenómeno histórico, la ruta jacobea pasa por diversas etapas: desde su época floreciente durante los ss. XI y XII hasta su decadencia que, más o menos oscilaciones, comienza en el s. XIV como consecuencia de los cambios socioeconómicos e ideológicos.
Desde diversos lugares de Europa partían numerosas rutas hacia Compostela. Así los peregrinos que partían de Francia podían seguir los cuatro caminos siguientes: la vía tolosana, de Arlés a Somport, pasando por Tolosa; la podianense, que arranca de Puy, con estancia en Conques y Moissac; la limosina, desde Limoges por Perigueux; y la vía turonense, seguida por los peregrinos del Norte de Europa, con escala en Tours, Poitiers, Burdeos, etc. Las tres últimas se reunían en Ostabat para cruzar los Pirineos por Roncesvalles, mientras que la primera ruta los atravesaba por Soport. Desde Italia los peregrinos se encaminaban, partiendo de Roma, hacia Arlés y Génova, por la costa; de Rávena a Milán; de Venecia a Milán y Lyon; y de Milán a Génova y Arlés. Los alemanes, cuando no lo hacían por la costa, realizaban su peregrinaje por Aquisgrán y Colonia.
Ya dentro del marco peninsular, el camino francés era el más seguido; como tal aparece en las guías que muchos peregrinos dejaron en testimonio de su viaje a Compostela, así como en el Códice Calixtino. Sin embargo, esta vía principal ofrecía numerosas ramificaciones que enlazaban santuarios de distintas partes de la Península y que se fueron introduciendo lentamente como motivo de peregrinación. A propósito del Camino francés, el Calixtino menciona trece jornadas o etapas a realizar por los peregrinos desde que atravesaban los Pirineos a través de Somport o Roncesvalles. Tales jornadas serían Viscarret, Pamplona, Estella, Nájera, Burgos, Frómista, Sahagún, León, Rabanal, Villafranca del Bierzo, O Cebreiro, Triacastela, Palas de Rei y Compostela; o bien desde San Juan de Pie de Puerto a Roncesvalles y Pamplona siguiendo los lugares mencionados.
Al entrar la ruta del Camino francés en Galicia, se hace más exhaustiva y detallada la explicación del Códice Calixtino, porque en tierra gallega encuentra el peregrino uno de los obstáculos más difíciles que se le presentan a lo largo del camino. Con el fin de vencer las dificultades que ofrecía el paso por O Cebreiro, se creó en este lugar un hospital mantenido con las exenciones concedidas por Alfonso VII y con las numerosas rentas de que era depositario, aunque la mala administración del mismo y la situación socio-política de la época hicieron que en el s. XVI desembocase en una iglesia en mal estado, con sólo la asistencia de cuatro monjes. Los peregrinos sorteaban el paso tomando la desviación por Lugo, desde la subida de A Faba, por Condcos, As Nogáis y Becerreá, para continuar por Sobrado (después de desviarse por Constantín) hasta Bóveda, cerca de Lugo. La ruta lucense, de todos modos, no excluyó el paso por el santuario de O Cebreiro, que fue usado frecuentemente por los peregrinos jacobeos. Desde aquí seguía el camino a Triacastela, activada con la repoblación de Alfonso IX de León, y seguidamente a Samos, al que, en 1538, fue donada por el papa Paulo III la iglesia Freituxe para que ayudase en el sustento al peregrino santiaguista. A Continuación sigue el camino hacia Sarria, por el valle del río Grande, con un hospital cuya creación se atribuye a un hijo bastardo del marqués de Sarria y una leprosería que podría datar del s. XV. Desde Sarria, por Barbadelo (con monasterio dependiente de Samos, escogido, según Aymerico, por los criados de los hosteleros compostelanos a fin de embarcar a los romeros con fraudulentas recomendaciones de posadas en Santiago), se llegaba a Portomarín, famoso por su puente y hospital (dependiente, al parecer, de la Orden de San Juan), que recibió especiales cuidados de los monarcas y fue objeto de numerosas donaciones. A partir de Portomarín, el camino de los peregrinos subía, entre el Ulla y el Ferreira, hacia Cortapezas y Gonzaer; cruzando luego el río y lugar denominado Hospital da Cruz, se descendía a Lipondi, Lestedo y Palas de Rei, a cuya villa se llegaba después de haber pasado por Vilar de Donas, con monasterio cedido a la Orden de Santiago en 1184. Carballal, Leboreiro y Melide, éste con hospital, eran las próximas paradas. Ya más cerca de la mata compostelana, el peregrino recorría Boente, Castañeda, Arzúa, Ferriros, Dúas Casas, Lavacolla (donde tenía lugar el baño de los romeros) y entraba en la ciudad del Apóstol.
El trazado de las rutas y sus desviaciones dependía del establecimiento comercial y de los intereses del monarca reinante. Las primeras noticias concretas sobre el camino datan del s. XI, cuando Sancho el Mayor lo hizo recorrer directamente desde los pirineos hasta Nájera, ahorrando así la desviación que el peregrino debería tomar a Álava. De este modo se afirmaba una nueva ruta militar y económica de acuerdo con la evolución de la Reconquista. Es, pues, en el s. XI cuando la ruta queda fijada, con la intervención de Alfonso VI en Castilla y León y de Sancho el Mayor en Navarra y Aragón. Ambos monarcas favorecen y estimulan la peregrinación con ciertos privilegios, como la prohibición por parte del rey castellano del cobro de portazgos a los peregrinos en su entrada a Galicia y el enorme interés por crear seguridad a lo largo de la ruta (puentes, calzadas, etc.).
En el s. XII el Camino, si sufre algunas alteraciones, no interrumpe su trazado tradicional, pues aquellas se reducían a alterar el paso de la vía por la población (casi de León), a desviar los puntos de parada según el desarrollo o decadencia de los lugares (Roncesvalles descarta a Viscarret y Astorga y Ponferrada a Rabanal del Camino) o bien porque los monasterios u hospitales al margen de la ruta provocaban desviaciones. A comienzos del s. XIII, con la incorporación de Álava y Guipúzcoa a la corona de Castilla, tuvo el reino comunicación directa con Francia, de cuya nueva situación surge el problema de las rutas y la preocupación por los caminos. Los peregrinos se van acomodando a la evolución de las comunicaciones y tal incorporación da lugar a una nueva ruta dentro de la peregrinación a Compostela, Así los caminantes jacobeos de Burdeos y París, en lugar de torcer por Lesperon, siguen ahora por Irún y vitoria para enlazar con el tradicional camino a Compostela. También en el resto de la Península surgen varias desviaciones conocidas por “rutas menores”. Una de ellas, el camino por la costa, es, según ciertas apreciaciones, el más antiguo, aunque no sería el más frecuentado a causa de la dificultad natural del terreno. De ahí que la ruta costera no prosperase, pese a que el intercambio comercial entre la Península y Francia se realizase en muchos momentos por mar (usado por ingleses y alemanes del Norte que hacían el desembarco en los puertos de A Coruña, Noia, Muros, etc., sus referencias datan del s. XIV, aunque sus comienzos se creen anteriores a tal fecha). Ya en el s. XII estaba abierta la vía que, saliendo de Zamora para enlazar en León con el Camino francés, aprovechaba el trazado de la calzada romana conocida como Vía de la Plata. En Zamora surge la cofradía de los Falifos, importante para la historia del camino por su antigüedad y por ser creada con la misión específica de proteger y dar albergue a los peregrinos. No era menos conocido el camino de Portugal a Compostela, realizado por tierra y por mar, partiendo de Coimbra. Sin embargo, y a pesar de todas las rutas de que disponía el peregrino, se supone que su criterio de visita al Apóstol era menos rígido, tanto en el tiempo empleado (según el Códice Calixtino, el camino tradicional se haría e trece jornadas) como en los lugares visitados, pues con frecuencia se harían desvíos de la ruta trazada para visitar santuarios que iban apareciendo en toda la Península. Los peregrinos, protagonistas del Camino, acudieron a Compostela desde el s. IX empujados por diversos motivos según la época. Formaban una masa heterogénea que pretendía identificarse bajo la característica indumentaria de bordones, calabazas y conchas, lo cual no impedía, en principio, que los cortejos de los grandes nobles peregrinos se distinguiesen fácilmente de los demás santiaguistas. En los primeros siglos, probablemente, los móviles principales serían piadosos (votos, satisfacción de culpas, etc.), pero a esta forma espontánea de peregrinar se añadió posteriormente la peregrinación forzada, como pena civil, canónica o manda testamentaria. Los peregrinos podían ser enviados a Compostela para intervenir ante el Apóstol como delegados de un pueblo que se viera acosado por calamidades; hubo quienes, aprovechándose del salvo-conducto que les dispensaba su condición de romeros, lograban pasar por tierras enemigas realizando una labor de espionaje o, simplemente, llevando a cabo el despojo de los verdaderos peregrinos.
Sin embargo, a estos motivos más o menos píos el hombre de los albores de la Edad Moderna añade otros o acomoda los existentes a su nueva religiosidad y a sus nuevas condiciones sociales y económicas. El caminante jacobeo realizará su trayecto con un afán de curiosidad, ya esbozado en el s. XV, añadiendo a ello el nuevo espíritu comercial que dará lugar a los llamados romei mercatores, con prevención a veces por parte de los monarcas que llegan a prohibir, en algunos casos, la realización de negocios durante el viaje. El recorrido, ahora no es una meta en sí, sino más bien una etapa importante de un viaje más largo (tal es el caso de Felipe II, cuya visita a Compostela forma parte de su viaje a Inglaterra para desposarse con María Tudor). La condición social de los peregrinos cambia; los grandes cortejos de nobles y caballeros se ven sustituidos por clérigos o gentes de la clase media, para quienes el Camino de Santiago era asunto de merecido prestigio dentro de su marco social, como lo acredita un canónigo de Roncesvalles del s. XVII.
El carácter reformador del s. XVI reduce considerablemente la afluencia de peregrinos procedentes de aquellos territorios ganados por tal movimiento en Holanda, Inglaterra y Alemania. Cesan las expediciones marítimas de peregrinos ingleses que se dirigían a los puertos del país gallego y decaen especialmente las de Hansa y Flandes, donde se mezclaban motivos religiosos y mercantiles (las nuevas rutas que se abren ya en s. XV reducen considerablemente el papel mercantil del Camino de Santiago, lo mismo en su vía terrestre que en la marítima, y la peregrinación como pena civil queda en desuso ante la remisión por dinero. Surgen prevenciones contra las peregrinaciones, motivadas por las largas ausencias de los lugares de origen, etc. Luis XIV prohibió la salida de peregrinos sin su consentimiento previo y Felipe II exigía una carta jurada, expedida por el justicia del lugar, además de un itinerario al que el romero debía ceñirse. Tales medidas, pasada la época de auge, iban encaminadas a organizar la peregrinación ante posibles abusos, pues se había desprestigiado al peregrino hasta el punto de considerarlo como un aprovechado o un pícaro que parecía sustentarse a costa del país; esto, unido a la nueva delimitación de fronteras, al refuerzo de la autoridad sobre el súbdito y a las guerras entre países, hace que la peregrinación a Compostela decaiga continuamente.
La verdadera afluencia de peregrinos provenía ahora de los territorios peninsulares, centrándose su mayor auge en los años posteriores a la Paz de los Pirineos y, de modo especial, en festividades y Años Santos. A pesar de ello, no se crean hospitales ni se reparan caminos, pues al carecer el hecho de la transcendencia económica de los ss. XI y XII, no merece la atención de los monarcas. A partir de los años centrales del s. XVII, la peregrinación declina progresivamente hasta su evidente decadencia en el s. XIX (sólo la bula Deus Omnipotens de León XIII sobre la autenticidad de las reliquias, expedida en 1878, da cierta actualidad al tema). Dentro del tono general de decadencia, las peregrinaciones tienen momentos álgidos en los llamados años de perdonanza (aquellos en que la festividad del Apóstol coincida en domingo), durante los cuales acude gran número de peregrinos en búsqueda de la gracia especial del jubileo, privilegio otorgado por Alejandro II, siguiendo el camino de su predecesor Calixto II, creador del Año Santo.
La peregrinación a Santiago de Compostela tuvo una importancia socioeconómica y humanística considerable como receptor y vehículo de renovación comercial y cultural, si bien muchos fenómenos ocurridos durante el s. XI en los reinos peninsulares son debidos, más que a las peregrinaciones en sí, al auge económico que lleva consigo. Un aspecto parcial de tales fenómenos que atañe directamente al Camino francés es la repoblación por extranjeros de los burgos que van surgiendo a lo largo de la ruta jacobea, promovidos por el deseo de asegurar una vía de comunicación consolidada por las peregrinaciones, así como por los intentos de crear una clase media de mercaderes, artesanos y posaderos, inexistente hasta ahora en el país. El desarrollo burgués del Oeste peninsular medieval estuvo conectado muy especialmente al fenómeno de la peregrinación, que, además de decisiva cara a la repoblación de territorios, dio impulso al desarrollo del comercio y a la evolución de las instituciones.
En el aspecto comercial las peregrinaciones mantuvieron tal actividad, que tuvo como protagonista a la nueva gente repobladora y a los peregrinos, “consumidores por excelencia”. Había de disponer alberguerías, víveres, abrir establecimientos para el cambio de moneda, etc., cuestión a la que hizo frente mediante la instalación de mercados a través de las ciudades de la ruta. Este comercio, dentro del marco peninsular, reflejaba en una cierta especialización que cada ciudad proporcionaba al peregrino con el fin de satisfacer sus necesidades primarias o de diverso tipo. Compostela, por ejemplo, se especializó en azabaches y conchas y era tal su riqueza en tiempos de Gelmírez que llegó a provocar recelos en Roma, cosa que el obispo gallego acalló enviando numerosas y bien provistas embajadas. La peregrinación constituyó también una fuente de riqueza para los monasterios de la ruta, debido a las donaciones hechas por ciertos nobles a hospitales o centros que les servían de albergue.
En lo que ese refiere al aspecto jurídico las zonas repobladas por extranjeros, con la creación de sus burgos respectivos, iban siempre acompañadas de la concesión de fueros que ponían a sus habitantes en una situación de privilegio con respecto al resto de los peninsulares. “Los piadosos peregrinos que venían del centro de Europa a ese corazón de Galicia, traían consigo leyendas, cuentos, relatos y cantares, y fueron sus romerías uno de los vehículos de la cultura europea de entonces. La poesía trovadoresca galaico-portuguesa, la primera manifestación culta del lirismo en lengua romance en la Península, prendió al contacto de chispas traídas de Provenza por los devotos romeros de Santiago.” Así resume Unamuno la evidente importancia que el camino tuvo para la literatura, bien como transmisor y receptor de cultura, o bien como inspirador de temas para la creación literaria. También este fenómeno cultural aparecido al abrigo de las peregrinaciones sufrió oscilaciones debidas a los cambios europeos y peninsulares. Según parece, la poesía galaico-portuguesa debe gran parte de su esplendor al auge de las peregrinaciones. Menéndez Pelayo supone el origen de la lírica gallego-portuguesa en torno a las peregrinaciones a Compostela. En los séquitos de los nobles franceses venían juglares que cantaban las hazañas de Carlomagno o la Tabla Redonda, aunque viajaron también por su cuenta y se instalaron con frecuencia en la Península, participando en la vida y en los conflictos sociales. Tal contacto entre juglares franceses y españoles se interpreta como una valiosa contribución a ciertos aspectos de la literatura de la época. A parecer, existió un momento en el s. XI en que los peregrinos jacobeos y los cruzados contra los moros se habían acostumbrado a considerar a Carlomagno como fundador de la Iglesia de Santiago, así como el primero que había posibilitado el Camino, quedando tal idea reflejada en ciertas creaciones literarias que tienen como tema a Carlomagno y sus relaciones con la Península o con el Camino francés. Muchos países europeos, de cuyas tierras salían peregrinos a Compostela, conservan recuerdos de las leyendas y temas referentes a la ruta, que eran recogidos y llevados por los propios romeros; los peregrinos son protagonistas en las sagas escandinavas, en las baladas y en los romanos franceses, pero la peregrinación fue especialmente importante para la literatura peninsular.
Las cantigas recogen los milagros característicos de la peregrinación (el romero que se suicida, el ahorcado…); aparece el tema jacobeo en los Cancioneiros galaico-portugueses, en El Conde Lucanor, en el poema de Fernán González, etc. Los romances se inspiran igualmente en motivos de la ruta: el Cid yendo a Santiago y su episodio con el leproso, el tema de la romera violada, que posteriormente tratará Tirso de Molina, y otros.
Desde el punto de vista artístico, las peregrinaciones crearon una unidad de estilo entre las distintas –y distantes- iglesias de la ruta considerada como tradicional: aparece la estructura característica de las iglesias de peregrinación que aparecen hechas para albergar a grados multitudes, con naves laterales, girola y amplias tribunas con el fin de seguir bien las ceremonias. Según Emile Male, existe una doble acción del Camino de Santiago: desde Francia a España se desarrollaría la influencia de un tipo de iglesia de peregrinación ejemplificada en San Martín de Tours, uno de los monasterios más venerados hasta que Compostela ocupó su lugar; en un sentido inverso – de España a Francia-, y por influjo de la cultura musulmana, se harían conocidos elementos del sistema decorativo árabe. En resumen, el románico tuvo su vía de difusión a través del Camino francés, que sirvió de nexo para la creación de iglesias agrupadas bajo el nombre de “familia de iglesias de peregrinación” (Santa Fe de Conques, San Saturnino de Tolouse, etc.).
Los hospitales levantados a lo largo del camino jacobeo, para ayuda y albergue de los peregrinos, dejaron también su huella artística. Sirva como ejemplo el Hospital Real de Compostela, uno de los mejor dotados de la época, construido por mandato de los Reyes Católicos.
Muchos otros aspectos podrían servir de ilustración a las influencias o consecuencias que tuvo el Camino de Santiago. En el aspecto musical sirvió como difusor de canciones procedentes de los países europeos o creadas en la misma ruta por los propios peregrinos, como Ultreia, la más antigua de ellas, recogida ya en el Código Calixtino. En el campo sanitario, dada la gran masa de romeros, se estimuló la creación de centros de asistencia especializada que fueron desplazando a los médicos-clérigos de comienzos; la atención médica llegó a generalizarse a partir del s. XVIII, como lo demuestran las regulaciones de los gobernantes y las crónicas de médicos europeos que llegaron a Compostela.
El Camino de Santiago se presenta así como un fenómeno sociológico, consecuencia de unos hechos históricos y causa de otros muchos. Pasó por oscilaciones según la mentalidad o el contexto socio-económico de la época, fue discutida su primacía, pero nunca se convirtió en una ruta muerta. Ciertas festividades y épocas revitalizan el Camino en ciertos momentos, dejando constancia del auge adquirido en otros tiempos; miles de peregrinos, quizás en el sentido más primitivo, se acercan a Compostela durante los días del Año Santo dispuestos a ganar la gracia que un papa del s. XII concesiona en privilegio a todos aquellos que visitasen la tumba del Apóstol dentro del plazo anual. Es en este margen de tiempo cuando la ruta se presenta viva y recorrida por gentes de toda condición; cuando los turistas se ven desbordados por estos peregrinos del s. XX que recorren, como sus antecesores, la ciudad de Compostela para llegar al pie del Pórtico de la Gloria y hundir sus dedos en las cinco huellas que, según se cuenta, quedaron como testimonio del constante paro de miles de peregrinos jacobeos que contribuyeron a mantener vivo el foco de cultura y vehículo de cambio y creaciones que es el Camino de Santiago.
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