Abba Arsenio. El eremita por excelencia
Lucien Regnault
Los primeros tres apotegmas de Arsenio en la Serie alfabética
esbozan bien el retrato del gran hesicasta y describen con precisión su
vocación. Sobre todo el tercero nos entrega la fórmula de su oración.
Podremos casi limitarnos a comentar estos tres apotegmas de toda una
serie que cuenta con cuarenta y cuatro. Es una de las colecciones más
imponentes, y es significativo que se colocara inmediatamente después de
la de Antonio.
El objetivo principal de los primerísimos padres del desierto no era la búsqueda de la hesiquía,
o sea de la soledad, sino ante todo buscaban la perfección, como bien
queda claro en la vida de Antonio: “Si quieres ser perfecto, ve, vende
todo lo que posees… luego ven y sígueme”[1]. Al principio de su vida ascética, Antonio frecuentaba a otros ascetas que se encontraban en las cercanías de su pueblo[2].
Y es solo poco a poco y progresivamente que se aleja y se introducirá
en el desierto. Pero una vez que esto pasa, él atraerá a muchos monjes y
desde ese momento la búsqueda de la hesiquía se convierte en un elemento esencial de la vida monástica. Hesiquía
significa al mismo tiempo soledad exterior, vida conducida separado de
los otros hombres, y recogimiento interior, teniendo presente que estas
condiciones podían ser vividas en grados y modalidades diferentes. El
mismo Antonio no permaneció siempre en una soledad total. De tanto en
tanto volvía a encontrarse con sus discípulos sobre la “montaña
exterior” para instruirlos y animarlos. Así se explica el célebre
apotegma que contiene la sugestiva imagen del pez:
“Abba Antonio dijo: ‘Como
los peces mueren si permanecen sobre la tierra, así los monjes que
permanecen fuera de la celda y están con hombres mundanos debilitan el
fervor de su quietud. Es necesario por esto, que como el pez se
apresura a ir hacia el mar, así también nosotros nos apresuremos en
volver a nuestra celda para que no suceda que, tardandonos en el
exterior, nos olvidemos de custodiar el interior.”[3]
No hay mejor modo que éste para decir que la hesiquía exterior, la soledad, es muy necesaria para el monje, pero que ésta está ordenada a la hesiquía interior, al recogimiento y a la custodia de la interioridad.
Antonio, se puede decir, es el pionero de la hesiquía en el desierto, pero el campeón indiscutible de tal virtud es el abba Arsenio.
La vocación de Arsenio a la “Hesiquía”
“Abba Arsenio, cuando se
encontraba aún en el palacio imperial, oró a Dios diciendo: ‘Señor,
condúceme a la salvación’. Y le llegó una voz que decía: ‘Arsenio, huye
de los hombres y estarás salvado’.”[4]
Retirándose a la vida
solitaria, Arsenio oró de nuevo con las mismas palabras. Y oyó una voz
que le decía: ‘Arsenio, huye, calla, permanece en la quietud: esta es la
raíz de la impecabilidad’”.[5]
Arsenio era
una personalidad de relieve en la corte del imperio de Constantinopla.
Aparece alrededor de un siglo después que Antonio. Muy probablemente
nace algunos años antes que Antonio muriera, alrededor del 350, y llega
al desierto de Escete cuarenta años después, alrededor del 390. Su
particular vocación fue la de instaurar y vivir en el monaquismo el
eremitismo radical y absoluto. Como ha escrito Irénée Hausherr, el
verdadero padre de todos los monjes es Antonio, mientras que para los
hesicastas en particular es Arsenio. Pero ciertamente se puede agregar
que el padre de los hesicastas tiene también el rol de recordar a todos
los monjes y monjas que la hesiquía es parte de su vocación.
Como
Antonio, Arsenio fue cristiano antes de ser monje y partir al desierto.
Oraba a Dios asiduamente y sabemos qué era lo que pedía a menudo:
‘Señor, condúceme a la salvación’. Es probable que Arsenio rezara
frecuentemente esta oración antes de oír la respuesta. También en el
desierto, se repite las mismas palabras, es porque no había dejado de
repetirlas. En ellas se puede ver una reminiscencia del evangelio: ‘oró
de nuevo con las mismas palabras’, tòn autòn lógon eipòn pálion:
son exactamente los cinco términos de Mateo 26, 44, que se refieren a
la oración de Jesús en Getsemaní. Arsenio conocía el evangelio y, si
usa esta fórmula cuando se refiere a los momentos decisivos de su vida,
es porque efectivamente oraba con Cristo para pedir la salvación. Lo que
no le impedía luego dirigirle también su oración: ‘Señor, condúceme a
la salvación’. La forma verbal griega sotho
por él utilizada tiene doble significado, el pasivo y el medio: ‘para
que yo sea salvado’ y ‘para que yo me salve’. Está aquí sobreentendido
lo que es expresado habitualmente por aquellos que se dirigen a un
anciano: ‘Abba, dime una palabra, ¿cómo hacer? ¿qué debo hacer para ser
salvado?’. La prueba es que la voz divina le responde: ‘Huye de los
hombres’. Arsenio deberá hacer lo que le asegurará la salvación.
Pero al
mismo tiempo y antes de todo, la oración es un gran acto de confianza y
de abandono: ‘Señor, condúceme…’ Arsenio se da cuenta de que no está en
las condiciones más favorables para la salvación de su alma, pero no
pide a Dios que lo envíe a otro lugar. Pregunta sólo de qué modo puede
ser salvado: El Señor le muestra y él hará lo que Él le indica.
En el
palacio imperial Arsenio con toda seguridad no tiene un director
espiritual, por esto se vuelve directamente a Dios, y el Señor guía a
Arsenio, como ha guiado a Antonio (…) Pero una vez llegado al desierto,
Arsenio pudo finalmente consultar a un anciano, y con seguridad lo hizo,
como sabemos por un apotegma de la Serie alfabética:
“Un día abba
Arsenio sometió sus pensamientos a un padre egipcio. Uno que lo vio le
dijo: ‘Arsenio, ¿cómo es posible que tú que posees semejante cultura
griega-romana interrogues sobre tus pensamientos a este bobo?’.
Respondió: ‘Es verdad que poseo cultura griega-romana, pero no he
aprendido aún el alfabeto de este simple campesino’.”[6]
Arsenio
ignoraba el copto, pero sobretodo confiesa su ignorancia sobre los
rudimentos de la ciencia espiritual en la cual los grandes abbas
egipcios se habían convertido en maestros, se pone humildemente en la
escuela de ellos, pero continúa sobre todo pidiendo luz al Señor:
‘Señor, condúceme a la salvación’. Es su oración personal, pero al mismo
tiempo es también una oración universal en cuanto que está adaptada a
todos y a todas las circunstancias. Una oración breve y simple, que pide
lo esencial: el camino de la salvación, aquella vía de la cual Arsenio
precisará en dos palabras la naturaleza y el carácter en un apotegma que
describe una visión bajo la forma de parábola: ‘el camino humilde de
Cristo’[7].
La respuesta
divina a la oración de Arsenio es clara y categórica: ‘Huye de los
hombres, sin reserva, sin límites de lugar o de tiempo, sin
escapatoria’. A veces ha sido traducido: ‘huye del mundo’, pero ‘huir
del mundo’ puede ser entendido de modo particular, limitado, en el
sentido de huir de los enemigos de Dios, de la gente en el sentido
“mundano”. Pero para Arsenio se trata de una orden absoluta y
permanente. Probablemente no se esperaba una imposición de tal género,
imposición que puede parecer bastante diversa, incluso del todo diversa
de la palabra de Cristo oída por Antonio un siglo antes: ‘Si quieres ser
perfecto, ve, vende todo lo que posees… luego ven y sígueme’[8].
Si Antonio, al final del tercer siglo, hubiese imprevistamente oído la
palabra dirigida a Arsenio: ‘Huid de los hombres’, no habría entendido.
Pero cuando Arsenio recibe la imposición, cien años después, el
monaquismo egipcio era por todas partes conocido y, por cuanto parece,
el cortesano del emperador entendió inmediatamente e interpretó el
mensaje como una exhortación a irse a vivir al desierto en soledad,
lejos de los hombres.
Los
postulantes de la vida monástica son un poco como Arsenio, buscan el
camino de la salvación, el camino a la vida, piden al Señor que los
guíe, que los conduzca. Pero ninguno de ellos probablemente ha oído la
orden formal de huir de los hombres (de hecho una vocación inspirada por
una imposición de tal género hoy parecería sospechosa: podría ser un
signo de misantropía). Con los recursos infinitos de su multiforme
sabiduría, Dios le ha conducido ‘con firmeza y dulzura’, al monasterio
en el cual le quería. Con este objetivo ha inspirado en ellos el deseo,
el querer, la necesidad de dejar el mundo, los hombres y las cosas. Sí,
en toda vocación monástica está necesariamente presente este elemento
característico de separación del mundo y de fuga de los hombres, pero
para Arsenio era un llamado muy fuerte y esencial que pasaba a primer
plano: ‘huye de los hombres y serás salvado’. Todo el resto quedaba de
lado. Arsenio escuchó solo eso, era para él una suerte de palabra de
orden, una llave de lectura para su vocación.
El Señor le hará descubrir en el desierto todas las exigencias: ‘Huye, calla, permanece en la quietud (pheughe, siopa, hesychaze)’,
pero la fuga de los hombres que estaba a punto de realizar permanecerá
como elemento esencial de la vocación de Arsenio. Consideremos pues de
qué modo Arsenio custodió fiel y empedernidamente la hesiquía exterior,
antes de profundizar, con lo poco que nos es dado a conocer, sobre su
hesiquía interior, la hesiquía del corazón.
El modo en que Arsenio custodia la ‘hesiquía’ exterior.
Para vivir
la hesiquía de la vida monástica no basta haber huido una vez de los
hombres, porque con toda clase de razones y pretextos hombres – y
mujeres- persisten en el llamar a la puerta de otros monjes para
arrancar el secreto de la hesiquía
por ellos vivida. El conjunto de los apotegmas de Arsenio nos muestra
en efecto al abba en el acto de defender firmemente y constantemente su
soledad.
Un apotegma
dice que su celda estaba situada muy lejos, a una distancia de treinta y
dos millas (una variante dice dos millas, algo más verosímil)[9],
y que él no salía fácilmente. Habían personas que lo mismo llegaban
hasta él, pero eran recibidas muy fríamente, en especial cuando eran
recomendadas o incluso acompañadas personalmente por el arzobispo de
Alejandría, Teófilo.
La historia
más célebre es la de aquella virgen adinerada que venía de Roma para ver
al anciano. Ella va primero a ver a Teófilo para obtener de él una
audiencia. Pero Arsenio la rechaza. Por esto la romana no se desanima,
hace preparar un camello y se pone en camino diciendo:
“Confío en
Dios que lo veré. No he venido para ver a un hombre – hay muchos en la
ciudad-, sino he venido para ver a un profeta.”[10]
También cuando iban los monjes a visitarlo, no afirman que Arsenio fuese muy acogedor, sobre todo si venían por curiosidad.
“Uno de los
padres fue a ver a abba Arsenio. Y cuando golpeo la puerta, el anciano
abrió creyendo que era su servidor. Pero cuando vio que era otra
persona, se tiró con el rostro en tierra. Este le dijo: ‘Levántate,
abba, para que yo te pueda abrazar’. Y el anciano le respondió: ‘No me
levantaré si no te vas’. Y a pesar de insistir mucho, no se levantó
hasta que no se fue.”[11]
Si se examinan de cerca todos los apotegmas de Arsenio que poseemos, notamos que él recibía a los hermanos muy raramente.
“De abba
Arsenio y de abba Teodoro de Ferme decían que ellos odiaban todas las
glorias que vienen de los hombres. A abba Arsenio no se lo encontraba
fácilmente, y a abba Teodoro en cambio era más fácil encontrarlo, pero
él era como una espada.”[12]
También Arsenio se mostraba a veces como una espada, o simplemente se quedaba mudo como un pez:
“Se cuenta
de un hermano que vino de Escete para ver a abba Arsenio. Llegado a la
iglesia, rogaba a los sacerdotes que le ayudaran a encontrarlo. Le
dijeron: ‘Descansa un poco, hermano, y luego lo verás’. Pero él decía:
‘No probaré alimento antes de encontrarlo’. Le mandaron a un hermano
para que lo acompañara, porque la celda de Arsenio estaba muy lejos.
Después de haber golpeado la puerta, entraron y, saludando al anciano,
se sentaron en silencio. Dijo entonces el hermano que lo acompañaba: ‘Yo
me voy, orad por mí’. El hermano forastero, que no tenía el coraje de
dirigir una palabra al anciano, le dijo: ‘Yo voy también contigo’. Y
salieron juntos. Le rogó después: ‘Llévame a ver a abba Moisés, aquel
que antes era ladrón’. Al llegar, él los recibió con alegría y los
despidió después de haberlos acogido muy hospitalariamente. El hermano
que hacía de guía dijo al otro: ‘Fíjate, te he llevado a un abba
extranjero y a un egipcio, ¿cuál de los dos te ha gustado más?’. ‘Hasta
ahora me ha gustado más el egipcio’, respondió. Uno de los padres, oyó
esto, y oró a Dios diciendo: ‘Señor, explícame esto: uno esquiva a los
hombres por tu nombre, el otro por tu nombre los abraza’. Y he aquí que
se le aparecieron dos grandes naves sobre un río y vio en una de ellas a
abba Arsenio, que navegaba en gran quietud con el Espíritu de Dios, en
la otra vio a abba Moisés junto a los ángeles de Dios que navegaban con
él y lo alimentaban con miel.”[13]
Abba Arsenio en una barca con el Espíritu de Dios, mientras navegaban juntos en la hesiquía.
La imagen es expresiva y nos da una clave de lectura del comportamiento
del anciano, un comportamiento aparentemente contradictorio que se
explica con la constante docilidad de Arsenio al Espíritu de Dios. Él
había pedido al Señor que lo guíe, que lo lleve por el camino de la
salvación. Ponía en práctica la consigna de huir, callar y permanecer en
la hesiquía (fuge, tace, quiesce),
sin por esto esquivar las exigencias de la caridad. Al discípulo
Marcos, que le preguntaba el motivo de su obstinado aislamiento, Arsenio
le respondía con gran simplicidad.
“Abba Marcos
dijo a abba Arsenio: ‘¿por qué nos esquivas?’. El anciano le dijo:
‘Dios sabe que los amo. Pero no puedo estar al mismo tiempo con Dios y
con los hombres. Los ejércitos celestiales que son miles y decenas de
miles tienen una única voluntad, mientas los hombres tienen muchas. Por
esto no puedo dejar a Dios para venir por los hombres.”[14]
Estar con Dios en la hesiquía: Arsenio hace surgir también en nosotros este deseo, pero ¿podemos entrever algo de su hesiquía interior?
La “hesiquía” interior
Es sobre todo en la hesiquía
interior, razón de ser de la soledad y del silencio, en la que es
individualizada las raíces de la impecabilidad, como dice la voz
celestial a Arsenio retirado en el desierto. Pero si en los apotegmas
Arsenio es retratado en el acto de huir y callar, es mucho más difícil
percibir algo de su vida profunda, de su intimidad con Dios, de aquella hesiquía secreta y misteriosa.
Un apotegma breve y lacónico afirma sin medios términos:
“De abba Arsenio se decía que nadie podía igualar su conducta de vida (politeía).”[15]
De la politeía,
es decir de las prácticas exteriores, discípulos y visitantes podían en
rigor conocer algo, más allá de los constantes esfuerzos por esconder a
los otros su vida austera y las restricciones que practicaban con
respecto al alimento y al sueño. Pero para percibir algún reflejo de su
vida interior necesitaríamos un milagro, o también la indiscreción de un
visitante que mira de reojo por la ventana:
“Un hermano
fue a la celda de abba Arsenio en Escete, miró por la ventana y vio al
anciano que estaba todo como de fuego: era digno en efecto este hermano
de ver esto. Cuando golpeó, el anciano salió y, viéndolo fuera de sí por
el asombro, le preguntó: ‘¿Golpeaste hace mucho tiempo? ¿Has visto algo
aquí?’. Dijo: ‘No’. Entonces se puso a hablar con él y luego lo
despidió.”[16]
Era sabido que a menudo permanecía toda la noche de pie en oración:
“Decían de
abba Arsenio que la tarde del sábado, cuando comenzaba el domingo,
dejaba el sol detrás de sí y tendía las manos al cielo en oración hasta
que de nuevo el sol brillaba sobre su rostro. Y vivía de este modo.”[17]
Pero también
aquí no se ve más que el reflejo exterior. Todo nos lleva a pensar que
Arsenio vivió profunda e intensamente con Dios. Por ejemplo:
“Abba Arsenio dijo: “Si buscamos a Dios, él se manifestará a nosotros y si lo retenemos, permanecerá con nosotros.”[18]
Arsenio había seguramente luchado para llegar a aquella maravillosa hesiquía:
“Un hermano
pidió a abba Arsenio que le dijera una palabra. Y el anciano le dijo:
‘Lucha con todas tus fuerzas para que tu trabajo interior sea según
Dios, y vencerás a las pasiones exteriores.’”[19]
Pero esto no
significa que estuviera orgulloso de sí mismo y de su propia virtud. El
mejor testimonio que tenemos de su actitud interior ante Dios es dado
por los discípulos que lo sirvieron, que nos dejaron al mismo tiempo una
magnífica formula de su oración:
“Una vez los
demonios asaltaron a abba Arsenio en su celda para atormentarlo.
Llegaron entonces aquellos que eran sus servidores y, estando fuera de
su celda, lo escucharon gritar a Dios y decir: ‘¡Oh Dios, no me
abandones! No he hecho nada bueno ante ti, pero en tu bondad concédeme
poder comenzar a hacerlo’”.[20]
“No he hecho
nada bueno ante ti”. Sin embargo Dios conocía el coraje del cual
Arsenio había dado prueba dejando el mundo, con sus honores y sus
riquezas, para ir a vivir al desierto en el máximo despojo. Pero el
sabio extranjero, que un día había declarado ignorar el alfabeto de
aquellos campesinos egipcios, terminó por asimilar las lecciones y se
mostró a la par de abba Sisoes, que al acercarse la muerte afirmaba no
haber aún comenzado. Al momento de la muerte Arsenio afirmará también
tener temor de haber siempre vivido en el temor. Su vida le parece un
montón de cachivaches, tiene la impresión de tener las manos vacías,
pero con cuanta confianza pide después: “En tu bondad concédeme
comenzar”.
En su
notable concisión y densidad la oración de Arsenio es verdaderamente
perfecta. Se puede pensar que no fue ocasional, sino que fue su oración
habitual, aquella que expresaba el fondo de su alma.
“Arsenio, ¿para qué has huido?"
Para
concluir este capítulo sobre Arsenio, hay aún una palabra del anciano,
con la cual él se recordaba incesantemente a sí mismo la propia vocación
a la hesiquía, el motivo por el cual había ido al desierto. Esta
palabra nos viene transmitida por los discípulos: “Arsenio, di’ hò exelthes, ‘¿para qué has salido [del mundo]?”[21]
En la
antigua vida griega de Arsenio, compuesta de apotegmas, leemos: “Arsenio
tenía la costumbre de repetir dentro de sí: ‘Arsenio, ¿para qué has
huido? Es decir, ¿con qué fin te has separado del mundo?’”. Esta
preocupación de Arsenio de velar sobre sí mismo recordándose su vocación
inicial ha sido a menudo admirada e imitada por su posteridad
espiritual, en particular en Palestina por Eutimio (siglo V). En la Vida de Eutimio
se narra que sus discípulos decían que el santo se acordaba
continuamente de la palabra de Arsenio y se las recordaba a menudo
también a ellos: “Hermanos –decía- luchad por aquello por lo cual habéis
salido [del mundo] y no desatendáis vuestra salvación”[22]
Como lo aclara Festugière a propósito de este texto de la Vida de Eutemio, en griego está simplemente el verbo salir (exelthes) usado en sentido absoluto, que significa salir definitivamente (del mundo), es decir morir, estar muerto para el mundo[23].
Incluso antes de Eutimio, en un apotegma de abba Nistero se afirma:
“Es
necesario que el monje se examine mañana y tarde: ‘¿Qué hemos hecho de
esto que Dios quiere? Y ¿qué de lo que no quiere?’. Y así comportarse
toda la vida. De este modo vivió abba Arsenio.”[24]
En el siglo VI, en Gaza, Barsanufio había aconsejado a Doroteo que repitiera dentro de sí la palabra de Arsenio[25]. Doroteo, a su vez, en una conferencia a sus monjes, cita el apotegma:
“Abba
Arsenio se repetía continuamente: ‘Arsenio, ¿para qué has huido del
mundo?’. Pero nosotros somos tan poco solícitos que ni siquiera sabemos
por qué hemos huido del mundo, no sabemos ni siquiera lo que queremos.”[26]
Benito en su Regla,
en el capítulo 60 (“Los presbíteros que quisieran habitar en el
monasterio”), dice que el presbítero debe saber para qué ha venido, y
cita la palabra que Jesús dice a Judas en Getsemaní, después de haber
recibido el beso de la traición (cf. 26, 50): “Amigo, ¿para qué has
venido?”[27]. Todo eso tiene relación con la pregunta de Arsenio.
Poco importa
la formulación, pero es ciertamente útil al monje preguntarse de tanto
en tanto qué hace en ese momento en el monasterio, y si persigue siempre
el fin que tenía en vista cuando entró en él. La pregunta puede ser
posteriormente especificada y aplicada a muchas circunstancias diversas:
¿por qué has huido de la celda? ¿por qué has huido del monasterio? ¿por
qué has huido del silencio para pronunciar una palabra? Arsenio decía
también a menudo: “De haber hablado, me he arrepentido muchas veces; de
haber callado, nunca”[28]. Benito, en el cuarto capítulo de la Regla, pide “vigilar a cada instante las acciones de la propia vida”[29].
Es la misma preocupación de vigilancia y de perfección que animaba a
Arsenio y que él alimentaba dentro de sí repitiendo y rumiando
constantemente la pregunta: “Arsenio, ¿para qué has salido?”.
Juan de las Celdas decía:
“Considera
esta palabra de la Escritura: ‘recordad los días antiguos’ (Dt 32, 7).
Las Escrituras de nuestro Señor nos reaniman, porque nos traen a la
memoria los días antiguos: cuando habéis salido del mundo y habéis
revestido la semejanza con el Señor, cuando con todo vuestro corazón
ardéis de amor por el Señor, y de nuevo vosotros volved a los deseos
mundanos.”[30]
Ya en el
siglo IV muchos ancianos deploraban el relajamiento. ¿Quién de nosotros
puede jactarse de haber permanecido siempre fiel al deseo ardiente que
tenía en el principio de darse totalmente y para siempre al Señor, sin
reservas y sin límites? El hábito y la rutina pueden fácilmente
distraernos de nuestro objetivo. Por esto, es bueno recordar, hacer
memoria de este objetivo: “¿por qué has huido?”
Nosotros
ignoramos la respuesta que Arsenio dio a esta pregunta, pero podemos
imaginarnos que debió corresponder a la voz celestial: “huye, calla,
permanece en la quietud”. En cuanto a la respuesta que cada uno de
nosotros hoy puede dar, varía según las circunstancias de la vocación y
de las motivaciones. Lo importante es que nosotros nos hagamos
sinceramente la pregunta y que la respuesta explícita o implícita sea
siempre inspirada por Dios sin dejar intervenir al que divide los
razonamientos. Él busca a menudo mezclar las cartas y llevarnos fuera
del camino, porque es celoso de cuantos se esfuerzan en perseverar en su
vocación. A menudo tienta haciéndoles creer a ellos que han elegido el
camino equivocado. Arsenio, por ejemplo, era un brillante cortesano,
preceptor de los hijos del emperador. Era seguramente un buen profesor y
un sabio consejeros de los príncipes. ¿Qué sentido tenía haber dejado
una posición tan bella para ir al desierto y llevar una vida miserable?
De cada
monje se podría decir lo mismo: es decir, que habría podido vivir bien
en el mundo, ejerciendo una actividad útil, un ministerio fructuoso.
Habría podido formar parte de una ferviente asociación, de un grupo de
oración, de un excelente coro, en lo cual su fe habría sido sostenida,
irradiada, mientras ahora en el monasterio, después de algunos años de
vida monástica, puede tener la impresión de un estancamiento, de orar
mucho menos que antes, de tener relaciones difíciles con los otros…
Más allá de
cuáles sean las ilusiones diabólicas, es siempre oportuno hacerse la
pregunta de Arsenio, aunque no fuese para otra cosa que para desbaratar
estas ilusiones y reconducirnos a la realidad, a la verdad del asunto:
“Arsenio, ¿para qué has huido? ¿para qué estás aquí?
Lucien Regnault.
Il deserto parla
Il deserto parla
Ed. Qiqajon. 2008
Págs. 65-75
Págs. 65-75
[1] Atanasio de Alejandría. Vida de Antonio. 2,3
[2] Cf. Ibid. 3-4.
[3] Antonio 10. Dichos editados e inéditos.
[4] Arsenio 1. Dichos editados e inéditos.
[5] Arsenio 2. Dichos editados e inéditos.
[6] Arsenio 6. Dichos editados e inéditos.
[7] Arsenio 33. Ibid. Pág. 106-107.
[8] Atanasio de Alejandría. Vida de Antonio. 2,3, pp. 82-83.
[9] Cf. Arsenio 21, en Vida y dichos I, p. 101.
[10] Arsenio 28, ibid, p. 104.
[11] Arsenio 37, ibid, p. 109.
[12] Arsenio 31, en Dichos editados e inéditos, pp 109-110.
[13] Arsenio 38, en Vida y dichos I, pp 109-110.
[14] Arsenio 13, ibid, pp. 99-100.
[15] Serie anónima N 15, en Dichos inéditos, p. 117.
[16] Arsenio 27, en Vida y dichos I, p. 103.
[17] Arsenio 30, en Dichos editados e inéditos, p. 160.
[18] Arsenio 10, ibid, p.43.
[19] Arsenio 9, ibid, p. 75.
[20] Arsenio 3, ibid., p. 63.
[21] Arsenio 40, ibid, p. 110.
[22] Cirilo de Scitopoli, Vida de Eutemio 9, en Id., Historias del monaquismo del desierto de Jerusalén, a cargo de R. Baldelli y L. Mortari, Ediciones escritos monásticos Abadía de Praglia, Bresseo de Teolo 1990, pp. 115-116.
[23] Cf. Los monjes de Oriente III/I, a cargo de A.J. Festugière, Cerf, Paris 1962, p. 70 n. 32
[24] Nistero 5, en Vida y dichos II, pp. 63-64.
[25] Cf. Barsanufio y Juan de Gaza, Epistolario 256, p. 285.
[26] Doroteo de Gaza, Enseñanzas varias 10, 104, p. 155.
[27] RB 60,3, en Regla monástica de occidente, a cargo de E. Bianchi y C. Falchini, Einaudi, Torinto 2001, p. 253.
[28] Arsenio 40, en Dichos editados e inéditos, p. 252.
[29] RB 4, 48, p. 206.
[30] Serie etiopia, Colección monástica 14, 40.
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