Amma Sara, la imitadora de Abba Antonio
Lucien Regnault
Después de Abba Antonio, el primero de todos los eremitas
–si no cronológicamente, por lo menos por el innegable prestigio y la
paternidad universalmente reconocida por todos los monjes cristianos, eremitas
y cenobitas-, una amma merece ser reconocida, admirada e imitada. Es la única
que emerge con más relieve en las colecciones de los apotegmas. Teodora y
Sinclética nos han dejado algunos bellos dichos, pero no nos cuentan nada de su
persona. Amma Sara, en cambio, muestra una personalidad original en la decena
de apotegmas que tenemos de ella. La vemos vivir, es una figura muy vivaz.
Probablemente Sara no es la primera, la más antigua entre
las monjas cristianas, entre las mujeres eremitas que han vivido en Egipto,
pero se puede ver a menudo en los apotegmas como encabeza la fila de todas las
mujeres que, sobre las huellas de Cristo y de su madre, han vencido al demonio
y aplastado la cabeza de la serpiente.
Amma Sara presa
de la lujuria
Los primeros dos apotegmas de Sara en la Serie alfabética la muestran en la tentación y en la oración, y
el tercero la ubica no en pleno desierto - cosa inconcebible para una mujer del
siglo IV -, sino sobre la rivera del Nilo:
Se cuenta de ella que habitó durante 60 años junto al río y no se asomó nunca para
mirarlo. [1]
Sara es verdaderamente una imitadora de Antonio por su
fuerza de ánimo, su perseverancia y su capacidad de resistencia. Esto es lo que
muestran sobre todo los primeros dos apotegmas de la serie: “se cuenta de amma
Sara…”; pero el contenido no puede más que venir de una confidencia de la amma,
que cuenta con gran simplicidad y humildad los asaltos que ha sufrido por parte
del demonio de la lujuria:
Cuentan que por trece años amma Sara
fue violentamente atacada por el espíritu de fornicación y no oró nunca para
que el combate cesara; decía más bien: “¡Oh Dios, dame fuerzas!”
Ignoramos en qué consistieron exactamente estas
tentaciones y si fueron continuas. Lo que sí es seguro que los ataques fueron
violentos y que la lucha duró mucho tiempo. Trece años, no es ni siquiera un
cuarto de los sesentas años que Sara vivió junto al Nilo, pero es de todos
modos un largo tiempo cuando se sufren los asaltos de las tentaciones. Sara habría
podido buscar obtener un poco de tregua, pero prefirió no pedir a Dios que le
alejara de la lucha. No, simplemente decía: “¡Oh Dios, dame fuerzas!”.
Muchas veces en los apotegmas sucede que un monje en la
tentación pide a un anciano que ore para que le obtenga la cesación de la
prueba. Entonces, o el anciano accede al pedido del discípulo y obtiene que sea
liberado, pero sucede que el discípulo se deja llevar por el orgullo y la
negligencia y llega al final a esperarse el retorno de la tentación [3]; o bien
el anciano responde rápidamente que no es deseable ser liberado, porque el
discípulo en la tentación puede progresar. Pero en la mayor parte de los casos
se trata de una tentación que no dura mucho tiempo. Aquí, en el caso de Sara,
hay asaltos violentos que se prolongan en el tiempo. Ciertamente el Señor
conocía la fuerza de ánimo de su sierva, si ha podido permitir que el demonio
se ensañe contra ella. Y es evidentemente a Cristo, al que ella se dirige, como
veremos dentro de poco.
No todos los monjes y las monjas pasan a través de este
género de pruebas. Sin embargo, si el Señor ahorra tales tentaciones, por lo
menos en la forma de los asaltos violentos que Sara ha conocido, es necesario
ser conscientes que esto no viene de los propios méritos, sino de la gracia del
Señor que sabe mejor que nosotros qué somos capaces de llevar y soportar.
El cristiano que no tiene la fuerza de ánimo de Sara, si
es violentamente tentado, pude pedir un aligeramiento de la tentación y
repetirse a sí mismo de que ésta no es nunca mayor a sus fuerzas y que Dios le
da siempre la fuerza necesaria. Al final también a él le concederá la victoria,
como a Sara.
Una
extraordinaria familiaridad con Cristo
El segundo apotegma, que describe la victoria final de
Sara sobre el demonio, revela también el poder de su oración y de su humildad.
Un día este mismo espíritu de
fornicación le asaltó con especial violencia, insinuándole la vanidad del
mundo. Ella, que por temor a Dios y por su ascesis no cedía, subió rápido a una
pequeña terraza a orar. Se le apareció entonces el espíritu de fornicación en
forma corpórea y le dijo: “tú me has vencido, Sara”. Pero ella dijo: “Yo no te
he vencido, sino Cristo, mi Señor.”[4]
Parece que el demonio, exasperado por la resistencia de
la valerosa monja, intentó un último asalto más violento que los otros
“insinuándole la vanidad del mundo”, con la evidente intención de lograr que Sara renunciase a su voto de
virginidad y hacerla desistir con los halagos mundanos. Pero ella no cede, sin
disminuir ni un poco el temor de Dios y la ascesis. El temor de Dios es
evidentemente aquel casto temor que la detiene para no disgustar a aquel que
ella ama. Y queriendo orar con más ardor e intensidad, Sara sube a su pequeña
terraza. En Egipto las celdas monásticas, como la mayor parte de las
habitaciones, tienen un techo plano al cual se puede subir. En muchas ocasiones
en los apotegmas hay monjes que salen a la terraza, especialmente a orar. Es lo
que hace también Sara y entonces el demonio, ante la inutilidad de sus fuerzas,
termina por rendirse, o mejor, según una táctica usual, confiesa su propia
derrota, esperando de ese modo hacer caer a su presa en la trampa del orgullo:
“Tú me has vencido, Sara”. Pero ella rápidamente y con su habitual vivacidad
exclama: “Yo no te he vencido, sino Cristo, mi Señor”.
¿Es posible que Sara hubiera conocido la Vida de Antonio?
También Antonio había sido violentamente
atacado por el demonio de la fornicación. Resistía pensando que Cristo estaba
presente en su corazón y es a él a quien al final le atribuye la victoria: “No yo,
sino la gracia de Dios que está conmigo” [5]. Su biógrafo Atanasio cita a Pablo
y concluye: “Esta fue la primera lucha de Antonio contra el diablo o mejor la
primera victoria que obtuvo en Antonio el Salvador” [6]. Sara dice lo mismo:
“Yo no te he vencido, sino Cristo, mi Señor”.
Existen también otros apotegmas de amma Sara. Cito a
continuación el relato asombroso que encontramos en la colección traducida en
latín de Pascasio di Dumio en el siglo VI. Seguramente es auténtico porque
corresponde al temperamento y a la santidad de la amma. Se encuentra en el
capítulo 80, titulado: “Si los santos hombres saben cuándo viene a ellos la
gracia de Dios”.
Amma Sara caminando por un sendero,
atravesó con un salto un arroyo. Un hombre del mundo, viéndola se puso a reír.
Ella, no consciente de la gracia de Dios que había venido sobre ella, dijo a
aquel hombre: ¡Calla si no quieres reventar! (en latín: “Tace, rumparis” al
conjuntivo). Y volteándose lo vio con el vientre destrozado. Llena de angustia,
oró: “¡Jesús mío, resucítalo y de ahora en adelante no pronunciaré más palabras
de este género!” [7]
Ya sólo este relato de pocas líneas bastaría para colocar
a Sara en una posición en la estirpe espiritual de los amantes de Jesucristo,
que saben relacionarse con él en el modo más simple y familiar del mundo. Y
nosotros la vemos también muy humana, para nada afectada y acompasada. Es vivaz
y desenvuelta, en el acto de agarrarse el vestido para saltar una acequia. Es
comprensible que aquel hombre –como buen egipcio siempre propenso a la risa y a
tomar el pelo- se halla matado de risa. Ciertamente no se esperaba la respuesta
de la monja con sus terribles consecuencias. Él muere literalmente: el Señor no
aprueba que se burlen impunemente de su sierva y el castigo es inmediato. Al
instante la pobre Sara toma conciencia del homicidio que ha cometido sin querer
y pide a Jesús que repare su ligereza. Le promete no hacerlo más.
Vienen a la mente ciertos milagros realizados por Benito,
con el mismo poder y con la misma inconsciencia [8]. El santo o la santa están
tan identificados con Cristo que la mínima palabra por ellos pronunciada
obtiene de inmediato un efecto. Sin embargo, con una diferencia: Benito
pronuncia solo palabras de cierta importancia; Sara en cambio no mide todo lo
que dice… ¡es su modo de no tomarse tan en serio!
En el apotegma en cuestión, la santa dice a Cristo:
“Jesús mío”, invocación con el posesivo absolutamente único en los apotegmas
(mientras la invocación: “Jesús” es bastante rara, si bien se lo encuentra de
todos modos diversas veces, sobre todo en los apotegmas conservados en copto y
en etiópico). “Jesús mío”, como también “mi Cristo, Señor”, son perlas únicas,
y el hecho que sean únicas no debe inducir a poner en duda su autenticidad. ¡Al
contrario!
En la literatura cristiana de los primeros siglos es raro
que un autor exprese de modo tan personal, íntimo y familiar su vínculo con
Cristo Jesús. Orígenes se distingue entre todos por la costumbre que tiene de
hablar así en sus homilías [9]. Pero Orígenes era egipcio, y en general los
coptos tienen una ferviente y tierna devoción hacia Cristo Jesús. Entonces, no
se necesita asombrarse demasiado que un amma egipcia del siglo IV deje
transparentar en su lenguaje algunos de sus sentimientos íntimos en las
relaciones con Cristo.
Volviendo al segundo apotegma de la Serie alfabética, en la versión árabe éste termina así: “Y a partir
de aquel momento la lucha se retiro de ella”, en otros términos no debió más
luchar contra el demonio de la lujuria. Bastante a menudo en los documentos
monásticos de la época – la Vida de Antonio, la Historia lausiaca, las obras de
Casiano- se encuentran monjes liberados definitivamente de las tentaciones
carnales, después de haber sufrido por largo tiempo sus ataques [10]. Le sucede
también a Benito, después que se arrojó completamente desnudo entre las espinas
[11]. Pero los padres del desierto recuerdan también a sus discípulos que no se
deben creer nunca preservados para siempre de los ataques de este demonio.
Los dos apotegmas que nos relatan la lucha de amma Sara y
su victoria, corresponden exactamente al título del quinto capítulo de la Serie sistemática donde los encontramos:
“Diversos relatos para restituir el coraje en las luchas que suscita en nosotros
la lujuria”. Por la sobriedad y la fuerza de evocación estos dos apotegmas
valen toda una conferencia de Casiano sobre este argumento. Son un bello
ejemplo, una imagen que impresiona, un ícono fácil de tener en mente para los
períodos de lucha que se deben atravesar y también para los momentos de calma,
para conservar el coraje en la lucha y para no enorgullecerse de las victorias.
A través de los pocos apotegmas que conservamos de amma
Sara, podemos entrever toda una vida de ocultamiento de esta monja consagrada a
Cristo en los umbrales del desierto: vida de oración y de ascesis, de lucha
espiritual, pero sobre todo de intimidad y familiaridad extraordinaria con
Jesús: “¡Jesús mío, resucítalo y de ahora en adelante no pronunciaré más
palabras de este tipo!”. ¡Ojalá la hagiografía cristiana hubiese siempre
conservado la sobriedad, la simplicidad y el vigor de los apotegmas!
Lucien Regnault
El desierto habla
Ed. Qiqajon. Comunitá di Bose
Págs. 31-37
Notas:
[1] Sara 3, en Vita
e detti II, p. 190.
[2] Sara 1, ibid.
[3] Cf. Juan el Enano 13, ibid, p. 247; José de Panefo 3, ibid
I, pp. 271-272; Serie anónima n 584,
en Detti inediti dei padri del deserto,
a cargo de L. Cremaschi, Qiqajon, Bose 1986, p. 229.
[4] Sara 2, en Vita
e detti II, p. 190.
[5] Atanasio de Alejandría, Vita di Antonio 5,7, p.90
[6] Ibid 7,1 p.
92
[7] Pascasio de Dumio, Vite dei padri 80,2, en J. Geraldes Freire, A Versao latina por Pascasio de Dume dos Apophtegmata Patrum I,
Instituto de Estudos Classicos, Coimbra 1971, p. 305.
[8] Cf. Gregorio Magno, Dialoghi II, 6-7.23.32-33, a cargo de las hermanas benedictinas de
la isla de San Jorge y A. Stendardi, Cittá Nuova, Roma 2000, pp. 153-157,
184-187,198-203.
[9] Cf. F. Bertrand, Mystique
de Jésus chez Origène, Aubier, Paris 1951
[10] Cf. Atanasio de Alejandría, Vita di Antonio 6, pp. 90-92; Paladio, Storia lausiaca 29, 5, a cargo de G. J. M. Bartelink, Fondazione
Lorenzo Valla-Mondadori, Milano 1974, p. 147; Juan Casiano, Le istituzioni cenobitiche VI, 23, pp.
203-204.
[11] Cf. Gregorio Magno, Dialoghi II, 2 pp. 142-145.
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